Saludos a todos.
Voy apegotear mi texto aqui para que me deis vuestras opiniones, no seais muy malos conmigo que solo soy una aficionadilla
Bueno, espero vuestras criticas
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LUT
PROFECIA DE ARIS
Quedareis condenados a vagar en vuestra
propia desesperación...
Veréis como la Tierra abrirá sus fauces para
engulliros
sin miramiento,
sin distinciones...
Ostentabais la supremacía de este mundo que Yo creé,
que Yo os di
y como castigo,
todos vuestros esfuerzos por querer llegar
a ser como Yo ,
por desear convertiros en dioses,
quedaran enterrados en el viento del olvido...
Os encontrareis forzados a buscarme
para obtener mi perdón,
para ver la luz,
para suplicarme benevolencia
en vuestro tormento,
causado por vosotros mismos
al haber osado desafiarme,
desobedeciendo al Equilibrio Natural entre
Andors, Señores de las Alturas;
Humanos, Hijos Naturales;
Dherhosz, Dueños de las Profundidades;
Vuestro camino será único,
difícil,
extremadamente peligroso.
Solo uno de los que se atreverán a buscarme
obtendrá
mi perdón...
Los demás tendrán un cruel final
por no ser dignos
de mi gracia,
la gracia de la Diosa Aris,
Dueña y Señora de la Creación.
El tiempo de castigo, oscuridad y terror
está próximo,
Hijos Míos...
DESASTRE
La hora ha llegado...
Temblad, Hijos Míos, ante mi ira
y mi poder.
Fui paciente durante cientos de siglos
con la falsa esperanza de que esto no llegara a suceder,
estaba equivocada...
¡Temblad Tierra!
Abrid vuestras fauces para engullir a
quienes me hirieron de muerte,
a mis Hijos...
¡Levantaos Mares y Océanos!
Lavad el recuerdo de lo sucedido,
cubridlo todo con vuestro
celeste manto...
¡Rugid Viento de los confines del tiempo!
Llevad el miedo a mis descendientes,
que lo entiendan,
que no repitan el error de antaño...
¡Arded Fuego de mis entrañas!
Que vuestra llama
purifique sus almas y sus corazones...
Ni los gritos de horror,
ni las lastimeras plegarias de mis queridas sacerdotisas
me detendrán esta vez.
¡Nada ni nadie puede calmarme!
La destrucción inminente de todo lo que vosotros,
Hijos Míos,
habéis construido me duele
en lo más profundo de mi eterno corazón.
Pero lo que mas tristeza me causa
es vuestra
propia muerte,
bajo mis manos
culpables y asesinas...
No hay otra manera....
Lo lamento más de lo que imagináis...
Perdonadme,
algún día llegareis a entenderlo
o quizás no...
La fuerza de los elementos
y la degeneración de vosotros mismos
harán el resto...
Yo no intervendré...
Estoy muy cansada, muy, muy cansada
y destrozada como para poder contemplar
el oscuro velo que se cierne sobre mi Creación,
de la cual estaba tan orgullosa...
Dormiré,
hasta el día en que mi descendiente,
AREG . NUK . ARAZ,
me despierte de este amargo sueño
para mostrarme
el mundo
renovado y puro,
bueno y justo,
como
Yo
pretendía
crearlo...
Y si jamas despierto
significaría que
AREG . NUK . ARAZ,
ha fracasado en su destino
y todos habremos muerto...
Textos hallados en el Templo Kerjaid,
y traducidos por Jhardan.
LAGRIMAS DE ARIS
..Y Aris lloró amargas lágrimas
en el comienzo del
final de
sus
Hijos.....
...Los elementos se desataron
escapando al control
de Aris...
Ahora todo dependía
de ellos...”
Prólogo
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La Tierra abrió sus fauces para tragar todo lo encontrado a su paso. Se estremeció con fuertes sacudidas haciendo temblar a los seres que vivían de ella, sobre ella y por ella. Aris le otorgó la libertad y la lucha contra sus otros Hermanos había comenzado. Esta vez no habría nadie que los detuviese, quien los controlase, no existiría tregua...
El Viento se levantó con toda su furia desde los confines de la Creación, arrastrando consigo los pedazos arrebatados a su hermana, la Tierra. El Agua también demostraría su presencia, los mares y océanos se revolvían enloquecidos, rivalizando con el aire y la piedra, intentando ahogarla con sus escurridizos brazos azulados. El Fuego no permanecería dormido, surgió de las entrañas de su existencia, arrasando la realidad con sus vibrantes llamaradas. La lluvia no conseguiría amedrentarlo, había permanecido demasiado tiempo confinado y asfixiado por su propio poder.
El torbellino del caos envolvió todo el planeta. Andors, Humanos y Dherhosz abandonaron sus privilegiadas posiciones para ser tratados como se merecían, conforme había advertido su juiciosa Madre. Todos en un mismo plano, en un mismo Mundo, el más cruel, se veían prisioneros en el final de sus especies sin que sirvieran de nada sus lamentos, su plegarias, sus sacrificios... lloraban porque su Madre los había abandonado y no acertaban a comprender el castigo que ésta les había impuesto.
La sangre bañaba la dolorida Tierra enfrentada con los demás elementos, parecían herirla demasiado. La cruenta batalla se prolongó durante mucho tiempo, arrasando todo a su paso, y segando la vida de aquellos que anteriormente habían sido los Intocables Hijos de Aris, ahora podían destrozarlos a su antojo. Todas los dominios de aquellos mortales, Andors, Humanos y Dherhosz, sus construcciones, sus posesiones, sus recuerdos, sus vidas... todo se destruyó, todo quedó reducido a un insignificante montón de objetos del pasado que les recordaría durante años su fatal error.
Toda su existencia estaba perdida aunque la sabia Aris les permitió ver un esperanzador rayo de luz: la promesa de un Salvador.
Ahora, la oscuridad, el mal, el terror, las Criaturas de la Noche y las degeneraciones de las tres razas, Andors, Humanos y Dherhosz, que habían convivido pacíficamente se apoderarían del Mundo. Los próximos siglos iban a ser de oscuridad y desesperación. Muchas generaciones nacerían y morirían en esa precaria situación, hasta que se dieran cuenta del error cometido por sus antepasados, entonces la necesidad los haría tolerantes, y la unión les otorgaría la fuerza para intentar levantar un Nuevo Mundo, su Mundo, ahora en ruinas por el largo sueño de su Madre.
Muchos buscaron a Aris siguiendo sus palabras pero ninguno pudo encontrarla. Todos perecieron en su noble intento de hallar a su adorada Madre. Ni sus corazones ni sus almas eran lo suficientemente puras para recorrer el camino hacia la Diosa de la Creación. La desesperación se apoderaba de ellos y quedaban cegados ante lo evidente. Muchos parecían ser los Elegidos, con sueños esperanzadores, visiones maravillosas de lugares y paisajes que jamás habían visto sus ojos... oían las palabras guiadoras de la propia Aris pero... ninguno lo consiguió. Ni si quiera las adoradas sacerdotisas Kigianshais, sirvientes de la venerada Diosa, pudieron recorrer la tormentosa senda hacia su divina progenitora, estaban equivocadas en su búsqueda, cegadas por su ansia...
El tiempo transcurría y los Hijos de Aris no veían la luz de un nuevo día...
LA PROMESA DE LAS DEIDADES PROTECTORAS DE
ANDORS,
HUMANOS,
Y
DHERHOSZ
Cuando todo parezca perdido nosotras os ayudaremos...
Cuando las abominables Criaturas de la Noche,
los odiados Hijos de Netz,
despierten en este Mundo,
nosotras no os dejaremos....
Un día aparecerá la luz,
traerá consigo al ser para ayudaros,
él será el ELEGIDO,
él será AREG . NUK . ARAZ,...
Él dará,
otra vez,
el orden al caos de este Mundo,
el Mundo de Aris,
nuestra Madre,
el Mundo que ella misma concibió
hace tanto tiempo...
que hasta los propios siglos lo han olvidado...
Nosotras guiaremos sus pasos a través
de la nada,
hasta vosotros,
hasta los abandonados Hijos de Aris...
El camino que
AREG . NUK . ARAZ
deberá recorrer estará lleno de sufrimiento y dolor
pero Él,
lo soportará todo
y cumplirá su destino
con el sacrificio de su cuerpo, su mente y su alma...
su vida, y su esencia...
Textos hallados en el Templo Kerjaid,
y traducidos por Jhardan.
PRIMERA PARTE
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I. Embrión
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Vio su imagen reflejada en aquella piedra roja como su sangre, roja como su ansia por aferrarse a la vida, costase lo que costase. No importaba... seria capaz de pagar tan alto precio...
Se observó. Estudió aquel reflejo púrpura de si misma que gritaba parte de una verdad que apenas podía recordar: subsista en un mundo de violencia, de caos... Era navegante entre dos épocas: el pasado hundido en el olvido y un futuro tan cercano como incierto...
“Algún día me sentaré en el limite de mi Mundo y entonces conseguiré leer el futuro escrito en el alma del Universo...
...y ese día ha llegado...
La imagen de mi mente se reflejaba en todas las caras de aquella piedra preciosa obstinada en observar mi existencia de manera tan impasible que yo misma me creía muerta...
¿Fue un segundo o fueron siglos los que estuve observando esa joya?
Me invitaba a seguirla con su radiante luz, demostrándome la sabiduría y vida prisionera en su interior. Quería susurrarme su secreto a gritos... le faltaba la voz para confensármelo.
Atravesaba una nada y un infinito oscuros y tan fríos... desgarraban los sentidos con sus gélidas fauces. Impasible, me alimentaba de la esencia vital latente en el interior del majestuoso rubí. Mi cuerpo se encontraba libre para poder deambular alrededor de mi magnifico hallazgo, la joya giraba sobre sí misma en un perfecto movimiento de rotación incapaz de hacerle perder su forma tridimensional de poliedro. Giraba a mi alrededor y yo, a la vez, también la rodeaba, cautiva en un circulo vicioso, desplazándonos ambas a través de la eternidad escondida tras el velo de una nada absolutamente absoluta...
La imagen de mis pensamientos era yo misma, despojada de la mentirosa máscara de la realidad, cargada de orgullo y sentimientos miserables. Me observaba, me veía y me asustaba ante tanta sinceridad...
¿Era posible que fuera yo misma?
No... Solamente era una parte y mi alma me pedía a gritos que encontrase el pedazo que faltaba de mi ser, pero, prisionera en el Infinito, era algo más que imposible.
Me veía como una escultura demasiado perfecta, hija de las manos de un artista febril y enamorado de la belleza, quien utilizaba el mármol, sus manos y su imaginación para dar vida a sus anhelantes sueños de loco romántico. El reflejo de mi ser en aquella colosal piedra me mostraba mis cabellos confundidos con el espacio, mis ojos muertos, con aquel espeluznante brillo nacarado, sombríos, opacos, solamente se fijaban en ellos mismos... Mi rostro era más frío que el mismísimo hielo, una infranqueable máscara capaz de ocultar con creciente recelo mis pensamientos...
Tuve miedo de mi misma...
¿Era mi alma lo que realmente observaba?
Sí. Gélida y calculadora, como un halcón esperando caer sobre su presa que no tardaría en hacer su aparición.
Aguardaba tranquilamente el acontecimiento que iba a tener lugar, con respiración lenta y acompasada, proseguí con mi larga espera...
Entonces fue cuando ocurrió: el rubí abrió sus ojos dispuesto a decirme la verdad y mostrarme una borrosa figura que se definió a los pocos segundos. Reconocí aquel cabello acariciado por las temblorosas manos de un viento enfermo y cansado, y aquellos ojos tan hechizantes y místicos que parecían devorar la realidad que observaban.
Yo la había reconocido...
Sabía quién era...
Sonreí...
Pronuncie su nombre…
Y el mío…
Hitsys…
Mi cuerpo esperaba su alma que en aquellos momentos observaba...
Ansiosa por reunirme con mi cuerpo material y mortal me aferré al rubí...
Se tragó mi cuerpo...
...mi alma...
...mi esencia...”
“Atravesando la intensa tormenta del Caos cruzó la nada, desafió el tiempo, y se atrevió a doblegar al mismísimo Universo para despertar en la Creación...”
II. Nacimiento
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En pie, con los brazos cruzados sobre el pecho esperaba. Escudriñaba el paisaje expectante, algo nervioso. Desde su privilegiada posición los vería aparecer por el horizonte en seguida, o al menos así lo creía.
Llevaba allí desde el amanecer, sin moverse, vigilando la inmensidad del desierto que se extendía hacia el infinito. El sol del mediodía golpeaba a aquel Humano clavado en lo alto de una de las torres de vigilancia dirigidas hacia el Este. Nada desviaría la atención de su empresa, ni si quiera la respiración entrecortada de alguien que había subido apresuradamente las escalera situadas a su espalda.
- Hace tres días que la caravana debía haber regresado…- comentó el Humano vigilante a quien estaba tras él.
Su voz estaba cargada de preocupación e incertidumbre.
- Confiemos… en que… Aris… los proteja… - fueron las entrecortadas palabras del recién llegado, quien intentaba recuperar el aliento.
- Espero que estéis en lo cierto, Gort… - el Humano no se movió.
No le hacía falta mirarlo para saber quien era. Reconocía demasiado bien la voz de uno de sus mejores hombres, un Dherhosz de pura raza. Su subordinado alzó la mirada bicolor hacia el horizonte y se unió a la preocupación y vigilancia del otro hombre.
El Humano, de menor altura, se dio un descanso cerrando sus oscuros ojos unos instantes. Su rostro, curtido por el sol, dejaba escapar lo que en su interior estaba sintiendo; el desasosiego que le había impedido dormir en aquellos tres días. Las manchas oscuras bajo sus ojos eran la señal más notoria.
- No debía haberlos dejado marchar… - murmuró entre dientes echándose la culpa y dejando que su mente imaginara el horrible destino que habían sufrido los viajeros.
- Kyo, no sufráis… - habló Gort posando su gran mano en el hombro de su superior, en señal de confianza - Suceda lo que suceda la decisión no fue vuestra sino de Nepher… - el Humano alzó de nuevo la vista hacia la arena - Ella aseguró que la caravana volvería sana y salva… jamás se ha equivocado en su profecías… - hizo una pausa - Confiemos en ella…
El Humano de oscuro cabello permaneció en silencio unos instantes.
- Roguemos a Aris para que Nepher no se equivoque… - fueron sus últimas palabras.
Aquel nombre, Nepher, arrastró a Kyo durante unos segundos, a buscar en su recuerdo a la sacerdotisa Kigiashai. Aquella hermosa mujer estaba sumida en sus plegarias en el interior del Templo de la ciudad, encerrada en la sala de culto a Aris, a la cabeza de un centenar de sacerdotisas. Ella tampoco había descansado durante los tres días que duraba el retraso de aquellos a quienes, ella misma, había empujado hacia los peligros del desierto. Debía hacerlo, y no dudó. Ahora tampoco se arrepentía. Sus visiones jamás le habían traicionado. La esperada llegada de los peregrinos estaba muy cerca y traerían consigo un magnifico hallazgo.
Al atardecer el viento se había levantado con furia, las nubes tormentosas desfilaban rápidamente por el cielo arremolinándose sobre la ciudad y todos sus alrededores. Nepher sintió como el aire golpeaba con fuerza los cristales de las ventanas en la gran sala. Sin poder impedírselo se coló en el interior de la estancia, corría y jugueteaba con las finas ropas de la profetisa para llamar su atención. Lentamente la mujer abandonó sus rezos. Alzó su mirada hacia la imponente representación de Aris, paciente y silenciosa las observaba desde su privilegiada posición. Entonces, guiada por algo, dirigió su atención hacia el horizonte, atravesando los cristal temblorosos por la cercanía de la tormenta. Caminó hacia allí, arropada por el murmullo de las voces de las otras sacerdotisas que continuaban con sus plegarias.
- Sólo uno de los que se atrevan a buscar a Aris obtendrá su perdón… - comenzó a recitar aquella profecía tal y como recordaba que lo habían hechos sus antecesoras.
El cielo se había oscurecido de repente, la noche había caído sobre la ciudad.
- Sólo uno de ellos…
Las ventanas cedieron y se abrieron de par en par. Una fortuita ráfaga apagó todas las velas, todas las antorchas. La oscuridad dio paso al silencio de las asustadizas Kigiashais.
- …será guiado… .
La tempestad estalló con toda su furia.
- …por las sacerdotisas Kigianshais cuando…
Los relámpagos se sucedían a un ritmo vertiginoso, seguidos de los truenos que casi ahogaban la delicada voz de Nepher.
- …recorra la Última Senda…
La calma los asaltó, creyeron que todo había acabado pero fue en ese instante cuando un rayó cruzó el cielo lentamente, iluminó durante unos segundo todo el espacio como si fuera de día. Momentos después se precipitó, estrellándose contra la tierra, más allá del horizonte.
Una figura arrebujada en una vieja capa, de bordes roídos, no tenía intención de detenerse para guarecerse de la tormenta. De prisa, caminaba decidida hacia el Norte dejando tras de sí la tempestad. De nuevo el sol del desierto iluminaba sus pasos ascendiendo una duna, cuando alcanzó su punto más alto vio, al otro lado, una pronunciada ladera de tierra roja. Montones de enormes piedras se situaban en la pendiente dificultando el descenso. Miró hacia el horizonte antes de abandonar su privilegiada posición de ave rapaz... No muy lejos se dibujaba una caravana de unas cinco carretas y otros tantos jinetes guiando la comitiva. El ser emprendió la bajada sigilosamente, ocultando su persona tras las enormes rocas encontradas a su paso. .
“Sólo uno de ellos será perseguido por Netz y sus criaturas…”
Un aullido lo alertó. Giró. Un dadno saltaba, desde la roca situada tras aquella figura, con las garras preparadas para atrapar a su comida. La presa reaccionó instintivamente desde su agazapada posición. Esquivó como pudo el mortal ataque lanzándose por el suelo al lado contrario. El monstruo consiguió abrirle un tajo con su zarpa en el brazo izquierdo. El ser de oscuras ropas miró la grave herida, más que por su profundidad por el veneno que corría ahora por sus venas, si no conseguía acabar con él antes de que hiciera efecto el liquido paralizador podía darse por muerto. El dadno atacó de nuevo lanzándose contra el individuo que lo esperaba en el suelo. Él agarró el cuchillo oculto en su bota y lo clavó hasta el mango entre los ojos de la miserable criatura que se había atrevido a atentar contra su vida. Exhaló su última bocanada de aire cuando se desplomó en el suelo...
El relinchar nervioso de los caballos llamó su atención. Los dadnos se disponían a atacar, en manada a los viajeros.
Las Criaturas de la Noche corrían con sus ágiles cuerpos como enloquecidas, cegadas por sus más oscuros instintos de destrucción que solamente Netz, su Padre, podía conocer. Descendían por la ladera, saltando de piedra en piedra, haciendo uso de unos movimientos semejantes a espasmos de locura. Los jinetes de la caravana habían perdido el control sobre sus monturas porque estaban aterrorizadas ante la masiva presencia de estas oscuras abominaciones.
“Sólo uno se ellos será el Elegido: Areg.Nuk.Arak…”
La personalidad de sombrías vestiduras decidió actuar, porque de lo contrario, los viajeros y él mismo acabarían devorados por los dadnos. Miró la roca que delante de él había. Tuvo una idea. Se situó delante del pedrusco, por la zona de la pendiente y excavó enérgicamente con sus manos en la base. No estaba muy enterrada. La rodeó y comenzó a empujar apoyándose en otra roca cercana, sus músculos se tensaron mientras apretaba los dientes y en un movimiento lleno de energía empujaba una y otra vez la mole que poco a poco cedía. Se desequilibró y rodó por su propio peso, llevándose consigo más compañeras de espera. Una lluvia de piedras, grandes y pequeñas, alcanzó parte de la manada de dadnos que descendían, aplastándolos y enterrándolos en la tierra de la que habían nacido como fruto de su enfermedad.
Comenzó a sentir los nocivos efectos del veneno paralizador en su sistema nervioso. La vista se le nubló momentáneamente pero sacó fuerzas de flaqueza cuando escuchó a los peregrinos gritar por el asalto de las abominaciones. Las gentes de la caravana no tuvieron tiempo de dar gracias a Aris por lo sucedido, los eternos enemigos de Andors, Humanos y Dherhosz estaban atacándoles. La avalancha de rocas no había logrado acabar con toda la manada. Aún corrían peligro.
Desde la caravana la atención de varios Humanos se había centrado en la ladera, aún no habían conseguido divisar al artífice de la acción que les había salvado la vida. Ahora se disipaba el polvo causado por el alud de rocas. Entre la polvareda se recortaba una figura envuelta en ropajes sombríos que echaba a correr velozmente en su dirección, con la espada en la mano. ¿Sería amigo a enemigo?
“¡… Sólo uno caerá en la Última Tentación!”
Los conocía bien. Eran criaturas dementes actuando por instinto. Eran brutales. No demostraban poseer el raciocinio e inteligencia de los seres superiores, como eran los mortales Hijos de Aris. Se abrió paso con su espada entre los dadnos para llegar hasta una de las carretas de la caravana. Comenzaba a tener problemas en inspirar las grandes bocanadas de aires que sus pulmones exigían para oxigenar su sangre envenenada.
Los hombres del grupo intentaban repeler el ataque de los monstruos sin mucho éxito. Las criaturas se divertían burlándose de los postreros resquicios de vida racional presentes en los últimos descendientes: vivían inciertamente en el mundo sin saber si conseguirían perpetuar la especie y llegar a la vejez...
Envueltos en el estruendo de la lucha se sucedían los chillidos de dolor y los gritos de pánico de las mujeres de la caravana perseguidas por los monstruos.
- ¡Agua! - gritó la criatura ataviada con ropas negras a una joven asustada que intentaba abandonar su posición sobre una carreta - ¡Dónde tenéis el agua!
La interpelada miró al recién llegado, no le vio el rostro, únicamente se reflejó en sus bellos ojos bicolor y vio la viveza y el agotamiento asomarse a su rostro. Comprendió que no les dejaría morir. Señaló un odre grande situado cerca de una de las ruedas de su vehículo. El cansancio comenzaba a hacer mella en su cuerpo; no se detuvo. Intentó llegar hasta el recipiente de cuero que contenía aquel preciado liquido para cualquier persona. Una de las abominaciones quiso cortarle el paso. Éste se balanceaba de izquierda a derecha con los brazos colgándole a ambos lados de cuerpo, la lengua fuera de su boca abierta y una expresión de burla asomaba a sus amarillos ojos. La figura de oscuro también comenzó a moverse de izquierda a derecha, pasándose de una mano a otra su espada. Intentó herirlo pero la criatura esquivó. Cayó víctima de su propia presunción porque creyéndose a salvo no se percató del cuchillo que había arrebatado la vida a uno de sus semejantes, ahora se encargaba también de atravesarle el corazón con la violencia característica de aquel ser. Tenía el paso libre . Antes de proceder con su plan se liberó de su morral. Abandonó también la oscura capa que había ocultado su persona. Ahora se podía ver quién era. Una joven de cabello negro y extraña mirada. Su rostro parecía esculpido en mármol, y sus extrañas ropas no hacían más que indicar que no pertenecía a aquellas tierras.
Con la espada en una mano y el odre sobre su espalda, sujetado por una cuerda que pasaba sobre su hombro y agarraba con la otra mano, corrió de nuevo hacía las piedras de la ladera tan rápido como su enfermo cuerpo le permitía. Los dadnos se interponían en su carrera pero no la detuvieron. A golpes y mandobles, con un salvajismo propio de una fiera, alcanzó la ladera de la montaña. Subió con mucho esfuerzo a una de las innumerables rocas.
Respiró profundamente con el efecto del tóxico patente en toda su persona.
- ¡Grun exan etos vic! - gritó con toda su potencia dirigiéndose hacia los dadnos.
Las aborrecibles criaturas giraron rápidamente hacia quien había osado pronunciar aquellas palabras, insultándoles, en su propia lengua.
- ¡Grun exan etos vic! - volvió a repetir la chica desde arriba de la piedra.
Las Criaturas de la Noche corrieron hacia la chica llevadas por la rabia, como ella supuso. La joven extendió su brazo hacia delante sujetando la cuerda del odre de agua, esperando el momento oportuno para actuar. El desvanecimiento le acechaba por la espalda pero su obstinación y tenacidad ante las adversidades de la vida le impedían sucumbir a los nocivos efectos del veneno hasta que no pusiera a salvo su vida, y la de los demás.
Los viajeros miraban atónitos lo que sucedía ante sus incrédulos ojos.
Las abominaciones estaban muy cerca, subirían hasta el lugar en el que se hallaba para arrancarle el corazón. La chica sudaba, se esforzaba en mantener la consciencia. Cuando los hubo visto a todos bajo sus pies con intención de alcanzarla utilizó su espada. Cortó el cuero y dejó escapar el agua hacia todos lados. Miles de gritos de dolor impregnaron el aire, los dadnos, mojados por el agua se quemaban, como si el elemento que da la vida para los Hijos de Aris fuera ácido para ellos. Algunos murieron, los demás quedaron tan dañados y doloridos con su carne quemada hasta los huesos que huyeron despavoridos para ocultarse en las entrañas de la tierra, heridos para siempre. Jamás olvidarían a la Hija de Aris que tanto horror les había causado; La buscarían aunque se escondiera en el mismísimo infierno...
La joven se rindió al veneno que ahogaba sus venas. Los ojos se le nublaron y cayó desde la roca al suelo.
Los viajeros corrieron hacia ella.
- ¡Fijaos en su colgante! - la exclamación de uno llamó la atención de todos los demás hacia ese punto.
- Es parecido… - comentó otro - Acaso… ¿no será una sacerdotisa Kigianshai?
- Démonos prisa para llegar cuanto antes a Oruk… - fueron las últimas palabras antes de recoger a la joven quien los había salvado aún a costa de su vida.
“¿Había quedado prisionera de la suerte,
del azar,
de los designios de quienes movían sus hilos,
de quienes habían escrito su vida,
de quienes habían elegido su futuro,
de quienes habían guiado sus pies,
de quienes habían manipulado sus pensamientos...?”