Pienso si no son acaso todos estos sentimientos engendros de una burocracia que yo no quiero.
No puedo dormir, pongo la música alta para no escuchar las voces que resuenan desde mis adentros.
No puedo dormir mamá, y cuando escribo en mi cuaderno, se me llena la naríz del amoníaco más puro y como el trueno después del rayo y así como avanza un río de lava, van cayendo de mis ojos gotas de lluvia salada que emborronan todas estas palabras ordenadas en papel cuadriculado, desordenadas en los renglones más irregulares de mi cabeza.
Miente mi sombra con su única expresión de vacío mientras la pared me va comiendo los ojos y el suelo sangra de dolor, mamá, ¿por qué, mamá?
Sería una heroína si me tragara mis despojos, si ahora me levantara del suelo en silencio para gritar con mi mirada que es el polvo el que enfurece mis glándulas.
Sería una perfecta, una sensacional, increíble, estupenda heroína si a la hora de comer no hicieran acto de presencia jerigonzas de sólo mi gusto y sonriera como en la mejor de las películas.
Pero no nací en Bollywood, no quiero, no pretendo ser heroína.
Ya no quiero ser médico, mamá, no quiero hablar de drogas desconocidas para aliviar corazones sangrantes. No quiero dibujar jeroglíficos indescriptibles en papeles de fumar, ni andar por pasillos con olor a detergente rancio.
No quiero creer que no creo sino en locuras y arrepentirme de pecar de teatralidad cuando mi alma no sea más que otro objeto desvencijado del mobiliario.
Yo te quiero, sólo hay que saber comprender mis maneras, mamá.