Mare Vitrum-Capítulo 3
Tardó una semana en volver al bar, y por consiguiente, en volver a trabajar. Le llamaron durante la cena, mientras su madre servía el pollo. La verdad es que cenaban bien, bastante mejor que la mayoría de los vecinos de esa parte de parís, al menos que de los vecinos parisinos. Esto se debía a que, a parte de los numerosos clientes que la madre tenía, uno en especial era un oficial del cuerpo de infantería del Ejército del Oeste del Reich. Un oficial nazi que había "adoptado" a la madre de Andrés como, sobre todo últimamente, puta particular. Y siempre que podía desviaba fondos de los víveres, y así disfrutaban de chocolate, de carne, de pescado y de medicinas, mucho más que casi nadie. Pero era un terrible riesgo. Andrés sabía que en cualquier momento podrían llamar, y tendría que ir. Y llamarían. Y llamaron.
Lo cogió la madre, y tras mirar de forma interrogante a su hijo le pasó el auricular. El oficial agarró por la cintura a la madre y la trajo hasta sí para besarla y tocarla, y ella se dejó hacer. Mientras, una voz por el teléfono, una voz grave, increpaba a Andrés a coger las herramientas que le ordenaron guardar y presentarse en el bar. Se disculpó ante el oficial y se escusó con gran maestría, y pasó a su habitación. Bajo la cama esondía un saco. Lo cogió y lo tiró por la ventana encima de los arbustos. Después salió al comedor. Cuando se iba a ir sin decir nada la madre ahogó un gemido. Andrés recordó la paliza a ambos que el oficial propinó la semana anterior por la actitud del chico y saludó correctamente antes de abandonar la casa. El oficial tumbó a la madre en la mesa.
Andrés se encendió un pitillo con el encendor que servía de señal y se cargó a la espalda el saco que había tirado por la ventana. Caminó por las calles mojadas de París. Los últimos tres días había llovido casi sin parar y eso se notaba ahora en el aire. Era mucho más puro que otros días, con el reconfortante olor a tierra mojada, a asfalto húmedo. Sus botines hacían un ruido sordo sobre los adoquines. Llegó al bar. La cosa era difícil.
-Andrés, hoy estarás solo. Sabemos que no disparaste aquella noche y nos preguntamos si podrás hacerlo.
-Se disparar.
-No he dicho que dudes de si sabes o no sabes disparar, te he dicho que nos preguntamos si podrás
-Ya me explicó Paul las cosas malas. Podré, si es necesario podré.
-Eso espero porque estarás solo, y eres una piedra angular en todo esto. Te toca lo difícil, lo más dificil. Vas a tener que ir a un local, donde los colaboracionistas con los alemanes reciben información de la Guardial Civil, que busca importantes colaboradores republicanos de tu país. Ahí es donde se filtran todas las noticias de sus paraderos, y las que son ciertas son enviadas a España. Ese es uno de nuestro objetivos, y tu tienes que eliminarlo. Dentro habrá al menos seis personas, puede o no que estén todas armadas. El que más nos interesa es un coronel alemán que supervisa todo. Como eres el único que sabes español, eres el único que entraras. Están esperando a un español infiltrado en la resistencia que les va a llevar todos los informes. A las 23:05 se le dará muerte y a las 23:12 te daremos los informes para que te hagas pasar por él. Se llama Santiago Guzmán, y es madrileño, como tú. Te esperan a las 23:15. En ese momento seis oficianas parecidas serán objetivo de la resistencia, y todas lo serán a la misma hora para que no se avisen entre ellas. Tienes que ser rápido y eficaz. Sabemos lo difícil que es- Andrés sentía sus piernas temblar de miedo, y el estómago cerrarse- Pero sabemos que eres como tu padre, y tu padre lo habrían conseguido.
Le habían tocado el punto flaco. Lo haría, y lo conseguiría. Eso esperaba.
En esa parte del puente la farola no iluminaba, y allí esperaba, fumando, nervioso, imaginándo un centenar de horribles finales, hasta que, a la hora exacta se presentó el coche. Paró frente a él y tras darle los papeles sonó un "suerte".
Cruzó la calle, comprobó las armas y planeó la cosa. Él siempre planeaba, y eso le salvaba la vida. Tenían la imaginación suficiente para creer saber lo que podrían hacer los demás, y actuar en consecuencia. Llegó al lugar un par de minutos antes, dió la vuelta a la casa. Parecía normal. Cruzó la calle tiró a un cubo de basura la escopeta. Dos cañones, dos disparos. Demasiado inútil dentro, demasiado útil fuera. Cargó la amtrelladora. Un Sten inglés, con el cargador a un lateral para agarrala mejor. Muy buena y ligera. La apoyó fuera, a un lado de la puerta. Llamó. Un minuto antes.
-¿Quién es?
-Soy Santiago
-Te adelantas.
-¿Quieres los papeles o no?
-pasa- Se abrio la puerta. Dentro siente hombres, no seis. Primera cosa mala.
-Santiago García, ¿No?- El coronel alemán que supervisaba saludó. Andrés estuvo rápido
-Guzmán, Santiago Guzmán.
-Claro, espera ahí. Danos papeles- Andrés dió los papeles y esperó en la puerta. Se llevó la mano bajó el abrigo y cuatro de los siete hombres se alarmaron y le apuntaron.
-Solo voy a fumar- se abrió la chaqueta- solo eso. No voy armado- Cuatro armas, pensó.
El coronel se llevó a uno de los que estaban apuntándole dentro de la casa. Se oía música. Local clandestino. Dejaron de apuntarle. Ofreció tabaco. Solo aceptó el que le abrió la puerta. Cuando iba a coger el cigarrillo Andrés tiró de la muñeca y lo sacó al exterior. Cayó por las escaleras. Cogió el Sten y soltó el cargador de una lado a otro. Cayeron tres, uno saltó hacia atrás. Andrés le disparó una ráfaga al pecho. La música cesó. Detrás de la puerta por la que salió el coronel se escuchó el ruido de una pistola amartillándose. Andrés se acercó a uno de los muertos y recogió una ametralladora alemana. Soltó una ráfaga a la puerta. Muchas astillas, cinco agujeros. Detrás sonó el golpe de un cuerpo contra el suelo. Sangre bajo la puerta. Unas botas que salían corriendo.
Salió por la puerta y vació el cargador contra el hombre que había caído por las escaleras. Solo le alcanzaron las últimas balas. Cruzó la calle, corrió por la parte izquierda del parque y se internó en la oscuridad que los árboles ocultaban. Una figura abandó la casa por la parte de atrás, se internó en el parque y miró la casa tras unos arbustos. Andrés sacó la escopeta de la papelera. Se acercó cien metros hasta el coronel. Pisó una rama. Gran falló. Todo iba bien. Ahora iba mal. El coronel se giró y en momento en que levantaba los brazos para disparar Andrés apretó el gatillo, por dos veces y el oficial voló hacia atrás con el pecho abierto. Andrés se acercó para mirarle la cara. Los ojos abiertos, no tenía pistola. No iba a disparar, iba a rendirse. Andrés se sintió asesino, y se odió. Corrió a esconderse al piso franco.