Es martes. Un martes como tantos otros, pero un martes muy distinto. Como tantos otros un ordenador desafiante delante, exigiendo inspiración para dibujar, para escribir, para charlar, para reír y para ocultarse. Pero esta vez no hay inspiración, no hay ganas de charla, no hay nada más que una sola palabra, invisible pero no por ello menos clara en el monitor. Una palabra que no esta escrita, pero que el monitor la grita, la recuerda y no deja que escape de ella. Soledad.
8 horas por delante y los recuerdos llegan desde bien temprano. Los recuerdos de las caricias, de los besos, de las palabras, de los versos y de las promesas incumplidas. Los recuerdos del sabor de unos labios, del olor de su pelo, del tacto de una piel, de los escalofríos al recorrerla y los malditos recuerdos de ver su cara dormida en mis brazos.
Los recuerdos de que por unas horas el mundo se paró y esos malditos engranajes de los que hablan las películas diseñadas para excitar el lacrimal, por fin empezaban a encajar.
Es martes y ayer todo acabó.