Estoy escribiendo un ensayo-relato-novela o como lo querais llamar. Lo cierto es q un amigo me dijo que lo publicase aqui para que la gente pueda opinar del realto y ver que os parece. Pues Eso, aquí viene, su título es
MATEO
“La venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno.”
Sir Walter Scott
Capítulo 1: La vida antes
Mateo era un joven muy feliz aquel verano del 1339. Trabajaba en el campo tal y como lo hacía su padre, lo hizo su abuelo y toda su familia, pero eso no le importaba. Él estaba contento de haber conseguido lo que desde niño quería, casarse con Julia. Julia era muy guapa, todos lo decían, y era, desde hacia poca más de una semana, su mujer.
No le importaba trabajar en el campo para su señor, el Conde Alonso. Sabia que el conde era despiadado, algunos decían que era peor que el diablo, pero Mateo aceptaba la situación, si dios había querido que el conde fuese ese hombre y que Mateo fuese un simple campesino sus motivos tendría. De hecho si no fuera un campesino no habría conocido a Julia así que no tenía de que quejarse.
Aquella mañana era muy calurosa, el sudor caía por el rostro de mateo haciéndole parar cada diez minutos para secárselo de los ojos y así continuar con su labor. No oyó los caballos hasta tenerlos a su lado. Eran tres soldados que preguntaban por él:
- ¿Eres tú Mateo? – preguntó uno de ellos
- Si, ¿en que puedo ayudaros? – mateo fue muy amable puesto que reconoció el escudo del conde en las ropas de esos soldados.
- Venimos a llevarnos a tu esposa, el conde ha descubierto que se casó y aun no ha ejercido el derecho de pernada. – El derecho de pernada le daba al noble de las tierras a pasar la primera noche con toda mujer que se casase y le perteneciese, como era el caso de Julia.
- Pero, la noche de bodas ya paso, el conde no tiene derecho... – una patada le hizo callar de golpe.
Miro sorprendido al soldado que le golpeo, no lo entendía. ¿A que venia esto? Solo defendía lo que era justo. Mientras intentaba asimilar lo que iba a ocurrir se dio cuenta de que estaba sangrando. Julia era demasiado pura para ser entregada al conde, él, por más noble que fuera, no la iba a apreciar. Eso no era para nada justo. Un grito de los soldados le sacó de sus pensamientos:
- Maldito campesino, ¿como te atreves a decir a que tiene derecho y a que no tiene derecho tu señor? ¿Acaso te crees mejor que él, escoria?
- No pretendía… - Mateo se defendía sin entender aún porque, él no había hecho nada malo.
- El Conde se ha enterado de la boda, hacia tiempo que le tenía el ojo echado a tu mujerzuela y ahora solo pide lo que es justo ¿te parece eso malo? ¿no quieres contentar a tu señor?
- Yo no pretendía ofenderle, perdone mi ignorancia – Sus propias palabras le causaron más daño que la patada que le había dado el soldado, acepto su papel, el de escoria, el de alguien que no vale nada.
- Así me gusta campesino. ¿Dónde esta tu mujer? – Dijo el soldado, complacido de que Mateo se hubiese rendido.
- En la casa, preparando la comida – Dijo mientras señalaba una choza a escasos cien metros. Mateo no se percató de que Julia estaba fuera de la casa, mirando sorprendida todo lo ocurrido hasta ese momento. – Esta allí señor. – Se sorprendió de lo fácil que le resulto.
Los soldados miraron hacia donde el dedo de mateo señalaba. Complacidos se lanzaron al trote hacía la choza sin mediar más palabra con Mateo. Llegaron a la casa y empezaron a hablar con Julia, Mateo corrió hacia el lugar lo más rápido que sus piernas cansadas podían. Todo un día en el campo no ayudaba a ir deprisa. Al llegar a la altura de estos los soldados ya se iban, y no lo hacían solos, se llevaron a Julia. Mientras se alejaban solo dijeron:
- Mañana te la devolveremos campesino, mañana.
Mateo no pudo contener las lágrimas. No sabía que hacer, ¿esperar? ¿Esperar que esos malditos soldados regresaran con Julia? No era para nada justo. Odiaba eso. No le gustaba nada. Necesitaba hablar con alguien.
El cura del pueblo, Don Ramiro, era un tipo gordo y pervertido que sólo pensaba en como poder meterse en la cama con alguna viuda despistada del pueblo o, mejor aún, con alguna jovencita que buscase consejo “divino”. Estaba apagando algunas velas en su iglesia cuando le vio entrar. No se sorprendió al ver a Mateo entrar por la puerta “ese maldito campesino otra vez, ¿que querrá ahora?”, pensó para si, puesto que Mateo era un creyente ferviente que aceptaba su papel, el que dios le había dado.
- Hola Mateo, ¿Qué tal, como estás? ¿y Julia? – preguntó el párroco
- Se la han llevado padre, ellos, los soldados del conde se la han llevado – La voz de Mateo sonaba tan desesperada, tan llena de tristeza, de rabia contenida y de desconcierto que Don Ramiro no sabía que decir, cabe decir que tampoco sabía de que le estaba hablando.
- ¿Que dices? ¿Quién y porque Mateo? Habla claro por el amor de Dios.
- Los soldados del Conde. Se la han llevado. A Julia. El Conde exige su derecho de pernada, ¡y ha pasado una semana! – la voz de Mateo se alteraba por momentos.
- Bueno, las leyes dicen…
- ¡¡Al cuerno con las leyes!! – La respuesta agresiva de Mateo sorprendió tanto al cura como al propio Mateo, que nunca había mostrado ira en público.
- Mateo, estas es la casa de Dios, contente.
Mateo se derrumbó. Cayó al suelo de rodillas, llorando como un chiquillo. Solo repetía una frase “No es justo padre, no es justo”. Don Ramiro hizo mil esfuerzos para hacerle ver a Mateo que eso era normal, que el conde tenía ese derecho. Que no tenía razón de sentirse así, que debería sentirse… honrado.
- ¿Honrado? Será mejor que me marche padre, usted no lo entiende – Mateo contuvo las ganas de lanzarle un puñetazo a Don Ramiro. Se mordió la lengua para reprimir cualquier otra palabra y se retiró.
En un pueblo pequeño las noticias vuelan rápido. Todos, al paso vieron de Mateo, le vieron triste, destrozado. Hecho polvo. Nadie le dijo nada, todos lo sabían. También sabían que Mateo era un hombre bondadoso. Nunca hizo daño a nadie. Aceptó la muerte de sus padres y dijo a todos que ese era el deseo divino, que el incendio era la voluntad de Dios. Pobre Mateo. Su orgullo de esposo se torno su tristeza.
Paso el resto de la tarde tirado en su cama, bueno cama es ser muy generoso. No durmió nada aquella noche, solo pensaba en volver a ver a Julia. En que todo pasase. Ojala fuese una maldita pesadilla. Ojala.
Llegó la mañana y con ellos la desgracia. Los soldados llegaron contentos. Julia llego…muerta. Dejaron su cuerpo inerte, lleno de cicatrices y moratones, delante de Mateo. Solo dijeron:
- Al principio se resistió pero luego el Conde dice que disfrutó. Por eso nos la entregó a nosotros, sus hombres. Algunos estaban muy necesitados y ella no estuvo mucho por la labor. – Aquel soldado, parecía que no le importaba, no había ningún sentimiento. Estaba tan tranquilo.
- Malditos, que habéis…- Grito y se lanzó contra los soldados. La rabia le dominó
El mismo soldado que le había dado la noticia recibió el primer puñetazo. Cayó al suelo más por la sorpresa que por el propio golpe. No fue necesaria ni una palabra más. Otro soldado le golpeó tan rápido que Mateo ni lo vio. Cayó al suelo. Recibió más golpes. La luz se fue apagando, ¿estaba anocheciendo? Mateo quedo inconsciente, al lado del cuerpo muerto de Julia. Morir, si morir. Eso deseaba, así se reuniría con Julia.