En pocos sitios me siento más a disgusto que en la sala de espera del médico de cabecera. Revistas de salud, viejecillos, una tos de fondo y la enfermera de prácticas que para colmo no me atrae. Y eso que me ponen las enfermeras. Minutos esperando mirando esa viga o leyendo y releyendo carteles de bronquíticos y de lo malo que es el tabaco. Tambien hay uno de cómo coger pesos sin dañar las cervicales. Es interesante éste, además los dibujillos estan currados no como otros. Y sigue sin llegar mi turno. Y la pila del reloj reduce los segundos a la mitad. Y llega alguien. Fresca y espontánea, se sienta al lado de un viejecillo. Mira a su alrededor y al reloj seguidamente y pregunta - ¿Quién tiene el de las once menos cuarto?. Era guapa, sí. Pómulos marcados, piel morena y la mirada achinada y dulce. Aún no la había visto sonreir. Le dije que lo tenía yo, me dio las gracias y sonrió. Tenía una sonrisa original. Vamos, no era sonrisa happydent, era una sonrisa graciosa, espontánea, contagiosa. Me gustó. La miraba de vez en cuando, de reojo; ella también, haciendose la tímida. No tenía un cuerpo de modelo, no era una maravilla de las que provocan accidentes por la calle, pero tenía algo que me gustaba, y mucho. A lo mejor para tí era un callo, o un coco, pero eso a mí de daba igual, me era indiferente. Llevaba una falda, corta, pues hacía calor, y se había sentado cruzando las piernas elegantemente. De repente, ante mi atónita mirada, volvió a cruzar las piernas a lo instinto básico lo suficiente como para que sólo yo me diera cuenta en aquella sala llena de viejecillos y viejecillas que su tanguita rosa le estaba molestando un pelín, pues ante su exagerada estrechez y con el sudor que provocan las altas temperaturas se le había colado entre su sexo. De repente mi adrenalina o mi bilirrubina o yo que sé la sustancia que es la que nos provoca la excitación, empezó a subir de nivel, hasta tal punto que tuve que cruzar tambien yo las piernas a lo instinto básico para disimular la tienda de campaña que había montado en un periquete. Qué poder de seducción. El caso es que no sabía si me estaba seduciendo, o si simplemente le molestaba el tanga. Vaya por dios ahí estaba yo todo morcillón y el del turno de las diez y media llevaba dentro más tiempo de lo normal, estaría a punto de salir.
Continuará...