Buenos días, ando dándole vueltas a algo, a ver si vosotr@s que tenéis más idea que yo podéis decirme si tiene sentido o es una pérdida de espacio y tiempo.
Debido al gusanillo que me llama en ocasiones de volver a Linux, he pensado instalar Linux Mint junto a Windows 10, dejando éste último únicamente con los controladores y Steam y configurarlo enfocado a jugar, entre otras cosas eliminando servicios inútiles (utilizarlo como si fuese una videoconsola vaya). El no tener nada más instalado ni hacer otro uso del mismo ¿hará que el rendimiento de los juegos sea mejor o más estable en el tiempo?
En cuanto a la instalación de Linux, me gustaría Debian pero no tengo tiempo ni paciencia para configurar cada aspecto a mano, no sé si ésto habrá mejorado con el tiempo desde que lo usé por última vez, por eso pensé en Mint. Aquí haría el uso que dejaría de hacer en Windows, es decir: ofimática (Google Docs, Drive y Adobe Reader), descargas puntuales (Deluge) y navegación (Chrome).
En caso de que todo lo anterior no tuviera sentido, seguiría como hasta ahora, con Windows10 instalado en un SSD y lo demás en un HDD. En caso que sí mereciese la pena, había pensado en una organización tal que así:
SSD: una partición NTFS para Windows10 (más las dos o tres que crea adicionales) y otra partición Ext4 para la raíz de Linux (pregunta del millón: ¿una adicional para /boot?).
HDD: una partición NTFS para la instalación de juegos, una partición Ext4 para /home y la partición de intercambio (tengo 16GB DDR4 por lo que con 4-8 GB serían suficientes para la hibernación creo).
Creo que no me olvido de nada, muchas gracias