Nadie me dijo en qué consistía esto de vivir, yo simplemente llegué al mundo un cálido noviembre y a vivir me tocó, alguien habló de mamá y papá, pero papá, aún no sé dónde está, por eso lo llamaré el desaparecido. Cierto es que la curiosidad a veces me mata y querría saber dónde anda el desaparecido, quien es... pero no más, no me preocuparé por él más de lo que él se ha preocupado por mí nunca.
Sin el desaparecido, mamá tenía que cuidar de mí, o al menos hizo lo que pudo, era demasiado joven para saber qué hacer y tuvo que afrontar muy pronto una decisión que le cambiaría el resto de la vida, aunque no sólo a ella.
El abuelo dejó de hablar, se sintió dolido, pues fui un secreto que mamá guardó durante nueve meses dentro de si hasta que un día dejase de serlo, pero esta vez para ser un problema,a pesar de que todos me quisieran como locos, no lo negaré.
Después de aquel noviembre, llegó diciembre, con diciembre la navidad. La abuela propuso llevarme a casa del desaparecido, para que viera la criatura que producto de una noche, de una mala información y del amor, mamá había decidido tener, pero no me quiso ver y si me vio no quiso aceptar que yo pudiera ser parte de él, entonces mamá comenzó a olvidar, a olvidar que algún día ella pudiera haber estado enamorada de aquel tipo.
Y el tiempo siguió pasando en aquel lugar llamado Brasil, aquel lugar donde di mis primeros pasos, donde vi el mundo por primera vez, aquel lugar tan alegre y tan triste. Mas si la vida era bonita allí, tuvimos que marchar a buscar vida en otro lugar mejor.
La política y sus problemas le pusieron las cosas demasiado difíciles al abuelo que había sido un gran empresario, y con una mano delante y otra detrás, decidió regresar a España dejando parte de la familia que tanto le había costado levantar en aquel país en que nací.
Las cosas no fueron más fáciles aquí, ¿qué puede ser fácil en un país desconocido para un extranjero? mucho tuvieron que pasar el abuelo, la abuela, mamá y tita Lena. Callar muchas cosas, silenciar muchos gritos de rabia, dolor y desesperación.
¿Y yo? Yo también he sufrido en esta historia, pero entonces... ¿qué iba a entender un pequeño ser cómo yo de los reales problemas de la vida? Quizá fui víctima de la crueldad de los niños, esos enanos inocentes, pero capaces entre ellos de hacer tanto daño con su verdad como cualquier adulto.
Siempre supuso un problema ser de fuera, tener que huir de tu país para poder llevar al estómago un miserable plato de comida y tener que vestir la ropa que otros ya no necesitaban, todo para acabar como ladrones que vienen a robarle el puesto a otro que no está dispuesto a ensuciarse las manos fregando platos y yo como niña que era, tener que soportar rancias miradas y acusaciones porque tú como ellos, no tienes un papá.
Y Crecí para dejar de ser tan bebé, para empezar a ir al cole como los demás, para empezar a vivir una infancia solitaria, sin amigos, sin nadie con quien jugar, reír o llorar, sin nadie con quien compartir los juguetes.
No bastaría que mi situación social fuese un problema, para también tener que serlo mi educación y mi peculiar forma de ser y hacer las cosas. El hecho de ser una estudiante ejemplar con un carácter un tanto especial y unas costumbres algo extrañas me supondrían muchos llantos y más de una vez la incomprensión me llevarían a preguntar a mamá por qué ella no me había hecho como a los demás niños.
Crecer, por lo visto era inevitable, o eso descubrí aún después de haber visto mil veces Peter Pan. Y así que, como suceso inevitable, seguí creciendo sin ser consciente realmente de lo que pudiera pasar en casa, ¿y qué ocurría? las cosas no estaban bien, la abuela tenía problemas de corazón, el abuelo tenía que dejar de trabajar por motivos de salud, tita Lena se había ido a vivir lejos y mamá había caído en un pozo sin fondo del que hasta día de hoy nada supe.
Habían pasado ya muchos años desde que llegáramos a España y a mí, sin uso de razón esos problemas no me pesaban, me pesaba más no poder estar con mamá todo cuanto quería porque ella tenía que trabajar y cuando no, como toda persona joven, prefería salir. Yo pasaba el día con la abuela, y aunque la quisiera más que a nada o nadie, me sentía triste por no estar con mamá. Con el tiempo las ganas y ansias de pasar el tiempo con ella calmaron, pues fue entonces cuando comencé a entender ciertas cosas que antes no entendía. A mi parecer empecé a entender demasiado tarde, aunque a mi corta edad comprendía demasiadas cosas que otros no podían siquiera entender, pero claro, hubiera deseado comprenderlo todo un poco antes, cuando los problemas aún no habían llegado a tal límite.
El tiempo comenzó a pasar más rápido, parecía que el entender suponía eso, no me gustaba, pero ¿qué podía hacer un pequeño pez como yo? contra aquello, absolutamente nada.
Un día me levanté y escuché hablar a mamá y a la abuela, buscando una solución entre montones de papeles y cartas, entre esperanzas y desesperanzas. El corazón de la abuela no aguantaba más, había sufrido ya demasiado, había luchado mucho y sin ayuda de unas manos expertas no podría durar mucho más en este mundo y realmente no duró mucho más, se fue aquella mañana con una sonrisa en la boca sabiendo que ya no me volvería a ver más y fue cierto, ya no la volví a ver más.
En mi corazón guardé falsas esperanzas, tan frágiles que pronto se rompieron, y lloré, jamás lloré tanto. Lloré horas, días, meses, años... aún sigo llorando.
Desde aquel triste día, me aislé, empecé a pensar que comprender era demasiado duro y dejé de comprender. Todo en lo que creía se lo había llevado aquel al quen día llamé Dios y dejé de creer en todo y en él. La niña que siempre fui, se escondió en una imagen equivocada con ideas erróneas y hasta hace poco, nada más se volvió a saber de ella.
El abuelo se dejó abandonar en la tristeza, mucho tiempo le costó volver a sonreír y recordar a su mujer ya no con lágrimas en los ojos, sino con una sonrisa.
Mamá, que había estado planeando casarse antes de que la abuela marchase al hospital, se vino abajo, perdió su mayor apoyo en la vida, se encontró sola, y con todo y con eso, siguió adelante con su idea y se olvidó de ella misma para preocuparse por mi y por el abuelo ahora que las cosas habían tomado tal rumbo.
Un extraño apareció un febrero en casa, me dijeron: éste es tu hermano. Y así lo acepté o al menos intenté hacerlo, mi hermano, ahora que era grande (o eso creía) un hermano.
La idea por fuera me disgustaba, no necesitaba hermanos ahora, pero por dentro, por dentro no podía negar que me hacía ilusión, que siempre había deseado tener un hermano aunque éste sólo fuese un cabezón de 3 kilos y medio. Y así, todos comenzamos una nueva felicidad y empezamos a olvidar un poco todo lo pasado.
Pero seguí creciendo y de la noche a la mañana cambié radicalmente, de todos los caminos por elegir cogí quizás no el más correcto y por entre malas hierbas me perdí.
Mis estudios se vinieron abajo, la esperanza y la confianza que los demás algún día depositaron en mi, desapareció y yo caí en la angustia y la desesperación.
Pero luché por salir del mal camino en el que me había metido, luché porque sabía que valía más que todo eso, que bien podía volver a ser la estudiante ejemplar que siempre fui, que bien podía recuperar aquellas cosas de mi infancia que ahora había perdido por querer formar parte de ellos y sólo ahora me doy cuenta de cuan equivocada estuve.
Que la vida da muchas vueltas y no sé si mi vida, pero la historia de mi familia las ha dado. Todo esto, tan sólo es una espina que necesitaba quitarme del corazón, una historia de una corta vida, con un principio, pero aún y espero que por largos años, sin un final.