Iré actualizándola
CAPÍTULO I
Para dar comienzo a una historia es condición esencial situarla. Las andanzas del hidalgo don Quijote se desarrollan en algún lugar de La Mancha, los anuncios de detergente se sitúan en algún lugar de la macha, las manchas se localizan en camisas o manteles, los manteles están encima de las mesas y las camisas dentro de los armarios, y dentro de los armarios hay algún vigoroso chico desorientado que no sabe exactamente en que acera situarse.
Siendo yo el escritor y a la vez el narrador (en algún lugar situado) no puedo pretender escribir una historia que no ocurre en ningún sitio, por lo que a continuación describo Biñasolehada, tierra de viñas, de sol y de faltas de ortografía.
Pocos pueblos de la geografía ibérica conservan o son influidos aun por la tradición mitológica. Cuentan las leyendas que habitaba en Biñasolehada un gigante de seis cabezas desproporcionadas con seis ojos del color del fuego, cada una de ellas apoyadas cual columnas de granito sobre seis vigorosos cuellos que daban comienzo a un tronco musculoso por el que brotaban seis brazos con seis manos y seis dedos en cada mano y con seis uñas en cada dedo. Un gigante con seis estómagos y hasta con seis ombligos, pero que tenía que andar a la pata coja porque sólo tenía una pierna. Una calurosa noche de invierno encontraron al gigante sobre una colina, desnutrido… ya no respiraba. La causa de la muerte fue siempre un misterio, o al menos eso fue lo que dijo el médico que le escayolara su única pierna y le dijo que no debía moverla.
El médico, cómo no, era natural de Biñasolehada. Famoso, además de por la leyenda que le rodeaba, por su capacidad para inventarse leyendas. Apodado como “Federico el Grande” en su parecido a un gran Federico, fue el encargado de diseñar el mapa del pueblo para que nadie pudiera acceder a él. Con sus dotes de cartógrafo, Federico publicó la versión oficial del mapa del pueblo sobre un panfleto del mismo color que la pluma con la que dibujó el mapa. El resultado fue una cuartilla de color azul que al menos fue utilizada como bandera del ayuntamiento.
Tras aceptar todos los habitantes que el pueblo nunca iba a vivir del turismo, pidieron consejo a don Federico:
- Federiiiiico – la plaza del pueblo congregaba a una multitud de dos personas que rodeaban a Federico a la salida de la iglesia. Anselmo y Anselma le increpaban – Federiiiiiiiiiico.
- ¿Qué quieres Anselmo? – dijo Federico con pasividad escupiendo las palabras en el aire dejando que la brisa se las arrancara perezosamente de su boca.
- Pues que no escupas hombre, que acabo de barrer.
- Perdona Anselmo - replicó Federico – pensaba que me ibas a regañar por lo del mapa.
- ¿El mapa? ¿qué mapa? – preguntó Anselmo haciéndose el despistado – ¡la bandera dirás! En 1998 y todavía no saben los satélites ni donde estamos. La última vez que vinieron turistas resultaron ser los supervivientes de un accidente aéreo. Mi hijo se fue del pueblo a buscar espárragos y desde entonces vive en las montañas porque no sabe volver. ¡Danos una solución! ¿Qué cojones dibujaste?
- ¡UUUN CIPOTE! – con voz chirriante, interrumpió Anselma, la hermana de Anselmo, una viejecilla sorda y erosionada con el paso de los años, que había ejercido la prostitución para llevarse algo a la boca - ¡un cipote gordo y con venas es lo que dibujó!, ¡un cipote que no me cabría en la boca aunque me quitara la dentadura postiza! ¡y me la quitaré si es necesario!
- ¡Callad desagradecidos! – Federico puso orden – no tenéis vergüenza ni el uno ni la otra. Vivo para el pueblo y no me tenéis una pizca de aprecio.
- ¿precioooo? – preguntó Anselma con una mano en la oreja con la intención de escuchar mejor – veinte euros chupar y treinta el “ñacañaca”.
- Anselmo arrastró a su hermana de vuelta a casa quedando ahí la conversación. La vieja mientras mira al cielo y dice:
- ¿Se la chupo a usted?, me han dicho que como narrador y escritor tiene contactos en esta historia. ¡Si me quita diez años se la chupo!
- Pero Anselma – mirando hacia la vieja, comprensiblemente, le digo – usted es un personaje de ficción, limítese a ofrecer sus servicios a otros personajes.
- Tu te lo pierdes majo, si cambias de opinión ya sabes mi lema: “Las de tu edad que tienen dientes te la chupan solamente, pero con mis labios y mis encías, mas gusto que yo te daría”
- Señora… – educadamente la reprocho – que no está usted ya para seguir ejerciendo, dejémoslo aquí. Usted se va a su casa y promete no volverme a interrumpir más y yo dejo de escribir durante un rato para no despertarla con las teclas.
- Trato hecho, ¡pero no escribas mientras que me desvelo! – dice la abuela alzando su bastón. Y como lo prometido es deuda, dejemos que duerma un rato hasta que se le pase el alboroto, después seguiré escribiendo la historia.