« Yo tampoco lo creo... ». Permanecía absorta, con la mirada tendida en el espacio, intentando hacerse una imágen mental de aquello cuanto opinaba. Con el rescoldo de las últimas gotas de vino sobre un pequeño vaso y las manos, nerviosas, acariciando un pañuelo que no atinaba a sacar; se introdujo en lo más profundo de su propia mente, para tratar de poner orden a aquel conjunto de pensamientos perdidos por el vacío de su misma ignorancia; para, al fin y al cabo, poder dejar de volar y posar los pies en la tierra, dónde ahora era útil y tenía un cometido, bien pagado, que cumplir.
A un lado debía dejar los exámenes; por ahora, algo lejanos; y al otro costado las noches de fiesta que su resistencia física tanto mermaban. Necesitaba dejar un hueco, enorme, inmenso, para algo sobre lo que no se sentía nada preparada; pero la confianza expuesta en ella, no la amedrentaba ni mucho menos, sino que suponía un empuje hacia el valor irreconocible por su esbelta silueta. A fin de cuentas, en sus pequeñas manos sentía el peso de algo con lo que no podía sin ayuda, por mucho tesón que la empujara o por muchos incentivos que le escupieran de la barrera; se sentía como aquel que le echa gasolina al fuego, con temeridad, pero sin protegerse de algo, que, tarde o temprano, puede acabar por estallarle sin pedir permiso, y sin curar despues como podía hacerlo una madre. Por la razón que fuese, era lo que había escogido, y a ello debía mirar, sin pestañear, hasta encontrar la pista que le enseñara a andar con los ojos cerrados.
- ¿Le sirvo una taza de café?. Está recién hecho.
- Si, por favor. Solo y sin azúcar.
Con una mirada cómplice, la camarera de un destartalado bar del barrio, acababa de anotar en su mente el pedido, mientras no paraba de mirar a la chica de la barra. Estaba acostumbrada a las largas conversaciones de taciturnos y trasnochadores; a los típicos clientes de aquel lugar; perdedores, adictos a la soledad, desamparados e incluso a aquellos que sólo venían con la excusa de observar sus muslos, cuando salía de la barra, al servir en las mesas. Podía notar en su mirada perdida, un sentimiento de aflicción que ya tanto conocía, pero era diferente; totalmente distinto a todas las historias que le contaban los clientes; así, podía atisbar que entre sus hombros cargaba con una mochila que la había llevado hasta aquel apartado lugar, y le impedía volver a casa, para hacerle compañía a su almohada. La experiencia... así la llaman.
- Tenga, su café. Es la primera vez que la veo por el barrio. No eres de aquí, ¿Verdad?.
- Gracias.- Coge la taza, y ésta tiembla ante la falta de fuerzas de la cliente. Una mala noche.- Piensa la camarera..- No, no lo soy, estoy esperando a alguien.
- Y, por lo que veo, tarda en llegar. ¿Te encuentras bien?.
- Si, si... sólo... que quizás empiezo a impacientarme. ¿Podría ir preparándome otro café, por favor?.
Con su última pregunta, dejaba claro que no venía a conversar con nadie; no quería distracciones, sino abstraerse en sus problemas, esperar a que llegase lo que esperaba, y solucionarlo lo más rapidamente posible. « Parece ese tipo de personas ».- Piensa la camarera. Así lo comprendió, se metió en la pequeña cocina para abroncar al cocinero, y desapareció por un tiempo.
De todos modos, no había nadie más en aquel momento. Era lo suficientemente tarde como para que los clientes de la mañana no estuviesen, y los caballeros del imsomnio no hubiesen hecho aún gala de sus capacidades. En aquel barrio, cualquier otra persona hubiese sentido un ápice, al menos, de terror ante lo que pudiese ocurrir si un desalmado entrase, y, sin pena ni gloria, predicase penitencia a su manera, con una chica joven y hermosa, que abstraída miraba al poso de café como si de la fuente de sus problemas se tratase. Y, no sería de extrañar, ya que, el centro de todo, el motivo de su estancia en aquel sitio, no era más que un acto vil de un canalla; o, al menos, a eso se convencía a créer; sin mucha fé, al menos en ese momento.
Estaba visto que, a quien esperaba, no iba a aparecer, y, se decidió, a no salir de allí sin un poco de información que la ayudase a avanzar en sus pesquisas, por lo que hizo un ademán a la camarera, a la que había visto con muchas ganas de conversar.
- Tu café estará en seguida.
- Gracias. La verdad es que quería preguntarle algo, si no le molesta.
- Ah, no.- Se apresura a decir.- Esto forma parte de mi trabajo, y, si luego hay una buena propina, mucho mejor.- Comienza a reírse, con su comentario se sentía como una informadora de la policía, una espía, y su visión de negro, entre las sombras, le producía una enorme carcajada, ya que, cada vez que vestía de ese color, sus clientes no paraban de reprochárselo. « Mira que lo que a ti te pega es una faldita corta ». « ¡Quítate eso niña, dejaselo a tu abuela! ». Y, si, además, le pagaran por la circulación de cotilleos... Allí nadie leía el periódico, todos iban a informarse con ella.
La chica no rió, parecía realmente preocupada, y, la camarera se puso seria de inmediato al notar una sensación que no le gustó nada. Un halo de miseria que agujereaba sus entrañas y que le hacía cambiar su gesto a uno de preocupación contenida; aquello no parecía ser un chisme de amoríos y cortejos, sino algún tema espinoso al que sacar punta. ¿La muerte de la chica, quizas?.
- ¿Ha ocurrido algo interesante por aqui?. Ultimamente, quiero decir.
- Bueno, aparte del lío del Luis y la Ana;que por cierto, es una historia la mar de bonita, de esas de encontrarse un pañuelo y no parar de llorar, te lo juro, fíjate, que todavía tengo la carne de gallina desde que me enteré; aunque eso se veía desde niños... siempre juntos para todo; a comprar el pan, a la catequesis esa, incluso se ponían de acuerdo para pasear al perro... Pobre Chuchi... ¿Sabes?. Murió el pobre, lo atropelló un borracho...
La interrumpió bruscamente, obviamente no era eso lo que venía a buscar, y, su interlocutora, lo sabía, aunque bien pretendía echar balones fuera hasta que se cansase.
- ¿Algo más aparte de romances de personas que no conozco?.- Su tono de insistencia, resultaba algo hiriente, pero en sus ojos se notaba su ausencia de maldad.
- ¿A qué se refiere exactamente?. Quizás pueda saber algo, pero entiéndeme, no puedo contar algo que me han prohibido así airear a la ligera.
La policía ya habra pasado por ahí, como era de esperar, le habían prestado declaración y la habían empujado a no declarar entre su clientela un asunto bastante peliagudo y que podria causar bastante revuelo en un barrio nada acostumbrado a este tipo de asuntos. « Esto no es un cotilleo que contar así como así, comprenda que podría ponernos en un aprieto; siga con sus amoríos, y si se entera de algo, no dude en llamarnos ». Algo así se imaginaba en su escena mental.- Ayúdenos, pero no estorbe.- Siempre todo tan ordenado... Aún así, era un tema que poca gente conocía, y, se trabajó mucho para que así fuese; en ese sentido, por la información que poseía, podía sentirse privilegiada.- Privilegiada, ¡Habrá que joderse!.- Se repetía.
-Algo más, macabro. Una muerte.- Esto último lo dijo en voz baja, y, cercionándose de que aún nadie había entrado en el bar. Acercó su boca, de manera que quedase entre las dos, como un pequeño susurro, como la transmisión de un secreto.- La chica...
La camarera, repitió el gesto, y miró a uno y otro lado; y, rauda, cambiaron los rasgos de su cara, y preguntó por su identidad.
- Me llamo Rosa, estoy investigando el asunto por parte de la familia de la chica. ¿Sabe usted algo?.
- Nada que no haya contado a la policía.- Entornó su cuerpo para disminuir la distancia entre ambas, para recoger el secreto en el menor espacio posible.- Ya sabras, que en trabajos como este, nos enteramos de muchas cosas que no nos gustarían. Porque, ya me dirás, a mi me gusta saber de los amoríos, de las cosas que dicen en la tele, o de quien le ha puesto los cuernos a quien; pero muertes... que llegue la policía y se te suba la cena hasta la garganta... No... Eso no entra ya en mi profesión, ¿Comprendes?. Vamos, no tendré suficiente trabajo ya, como para que vengan con sus pistolitas escondidas a acojonar a la gente... ¿Tu no tendrás pistola, no?.
- No, no soy policía ni detective, se lo aseguro.
- Bueno, pues, lo único que sé, es porque el Macario vio algo, y como de costumbre, no podía dormir, pues bajó, y, al verlo más preocupado de lo normal, se lo acabé sacando. ¡En buen momento hice eso!. ¡Si es que me lo merezco por cotilla!. Válgame Dios, castigo, ¿Y se supone que me lo merezco?.
- Tranquila, nadie volverá a molestarla después, tiene mi palabra.
- Pero, ¿Y quien me evita que sueñe con ella?. ¿Quien me saca de mis desvelos la pena por una criatura que merecía vivir y disfrutar de su juventud?. Eso no se devuelve a base de propinas, mire que no...
- ¿La conocía?.- No quería seguir en sus desvaríos, sabía que una persona tan habituada a la charla, acabaría por perderla y desesperarla.
- No mucho, de vez en cuando venía cuando necesitaba cambio para el autobús de ahí enfrente. No era de aquí, ¿Sabe?. Como mucha gente, venía aquí a estudiar, y se la veía bien, aunque con frecuencia caminaba en su mundo, como si no viviese con nosotros; pero era simpática, si... mucho.
- ¿Y, que le contó el tal Macario?.- En sus palabras se notaba una sensación de prisa por llegar al centro del asunto; no disfrutaba con la conversación, una vez más, pero se sentía obligada a hacerlo.
- Tampoco gran cosa...- Su cara se tornaba afligida.- Él bajaba, para tirar la basura, y vio como llegaba la policía; se asomó a ver que ocurría, y vio a Humberto al lado de la niña. No pudo ver más, porque ellos actuaron muy rápido y le echaron antes de que pudiese curiosear lo suficiente; pero les reconoció a ambos, tanto a la chica como al chico. Extasiado, vino luego a verme, y, me lo contó; y, eso es todo lo que sé, te lo aseguro.
Intentaba poner orden a las palabras oídas, como buscando un destello que le diese una nueva pista, ya que, a pesar de la información, todo eso lo conocía, y, probablemente, supiese aún más de lo que ella podría contarle.
- ¿Qué me puede contar del tal Humberto?.- Decidió cambiar el ángulo por el que atacar, visto que no iba a obtener nada interesante de otra manera.
- ¡Es el hijo de la Manuela!. Aquí, en el barrio, todo el mundo lo conoce; trabaja en el taller, aprendiendo el oficio de su padre, y, haciendo algunas chapucillas, ya me entiende. Pero si lo que me pregunta, es... ¿Si era buen chico?. Claro, claro...- La propia pregunta parecía ofenderla.- Se dedica a sus cosas, tiene su moto, y muchas mujeres que le rondan... ¡No hace nada malo!.
¿Piensa que ha tenido algo que ver, en todo esto?.
Al hacer la pregunta, notó como el rostro de la camarera cambiaba; se iba la tristeza y la melancolía para dejar mostrar un gesto de ofensa, de cierta rabia, por la que podria acabar de mala manera aquel encuentro. Rosa vigiló bastante el no meter el dedo en la llaga, pero esta vez, pecó de inexperta, y se lanzó a una pregunta sobre alguien a quien no había investigado lo suficiente. Un error de novata, que posiblemente le podría costar la pérdida de un importante confidente.
- ¿Cómo se atreve a pensar eso?. ¿Por que es pobre?. ¿Por que no pudo ir a la escuela?. ¡¿Es por eso que ya lo tienes que poner de asesino?!. Él, que no le haría daño ni a una mosca; tiene sus propios problemas, bastante hace ya siendo como es; y, ahora, vienes y lo acusas de algo tan repugnante.
- ¿Qué clases de problemas?.- No pareció importartle en absoluto el cambio del cariz de la conversación, y, ya de perdida, quiso seguir clavando el punzón en busca de una astilla que le diese alguna pista sobre la que ampararse.
- Su café está listo, beba y márchese; yo invito.
Y se marcho hacia la cocina, lentamente y sin mirar atrás. Rosa pudo ver en sus puños una sensación a medias entre furia y decepción. Sabía bien que se había equivocado en las preguntas, y, sería un gran error volverla a llamar para insistir. Realmente, poco más tenía que contar sobre el caso en sí, aunque la había dejado con un pequeño atisbo de un « algo », sobre un chico importante en este asunto; pues, fue el primero en ver el cadáver aunque no avisase a la policía. La idea la molestaba en la mente, mientras acaba de beberse un café ya frío.- Al menos no tendré que pagarlo.- Pensaba. Con la sensación de decepción, abandonó la espera a su acompañante, cogió la chaqueta, y, sin decir adios, absorta en sus ideas, salió de aquel bar de mala muerte.