Bueno, parece que el relato esta gustando, espero mejorar poco a poco, gracias a todos por leerme!!.(Editado para hacerle caso a Vadin
)
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Las piernas me temblaban a cada paso, mientras me acercaba a la dirección no dejaba de pensar en esta situación tan extraña. ¿Se sentiría la Señorita obligada a recompensarme? (pensamientos calenturientos recorrieron mi mente pero me los despeje con esfuerzo.) Llegue a la dirección y toque el telefonillo, momentos después sonó su voz, lo que provoco mi primer estremecimiento que estaba seguro que no seria el ultimo de aquella tarde.
-¿Diga? –Pregunto la voz de Carmen-
-Soy Juan –conteste algo azorado-
-Sube – dijo mientras me abría la puerta- te estaba esperando –el segundo estremecimiento me recorrió la espalda-.
Subí las escaleras, olvidándome por completo del ascensor…. El ejercicio me vendría bien para aclarar mis ideas. Llegue al piso y me acerque a la puerta, estaba abierta…
-Entra Juan – Dijo una voz desde el interior- cierra la puerta-
Con el máximo cuidado entre en el apartamento, era pequeño y desprovistos de muebles, tenia lo esencial como una mesa en la cocina, una rápida mirada me convenció que era el típico piso con una cocina-salón y una sola habitación. Entre en el pequeño salón y deposite la maleta con los libros en la mesa y observe la habitación. Un pequeño televisor descansaba sobre una mesilla, las paredes estaban desnudas de cuadros. De la cocina salio un pitido de clara procedencia, me acerque y descubrí una cocina pequeña pero muy ordenada y limpia, en el fuego crepitaba una pequeña cafetera. Apague el fuego y serví el café en dos pequeñas tazas.
-Gracias por servir el café – Comento Carmen, que había aparecido en la puerta- Ya me había olvidado por completo de el…
Me gire con una taza en la mano, su visión me hizo casi tirar la taza, vestía de forma informal con una gran camisa y unos partís, su pelo brillaba y rezumaba frescura, delatando que se había acabado de bañar. Conseguí serenarme un poco y me disculpe.
-Perdóneme – Dije casi sin aliento- ¿Cómo quiere el café?
-Con dos terrones de azúcar - contesto ella sentándose a la mesa- el azúcar esta en el segundo estante, a tu derecha.
Cuando termine de preparar su café y el mío (me gusta solo), los lleve en una badejita a la mesa. Deposite la bandeja y me sente.
- Gracias –Comento mientras cogia su taza-
-De nada – respondí, mientras me tomaba mi café - ¿Vives sola? – me aventure a preguntar-
-Si, -bajo la mirada, con añoranza- me he mudado a esta ciudad por el puesto de profesor, ha sido una gran suerte que me lo diesen a mi, a una recien licenciada.
-Me alegro por la parte que me toca –comente alegre- ya era hora de tener sangre nueva en el instituto. ¿Qué te parece esta ciudad?
-Me gusta, no me la imaginaba tan grande, pero me estoy acostumbrando –contesto con la mirada puesta en la ventana- es una ciudad muy diferente a la mia.
-Debe ser duro, dejar a la familia y a los amigos… -comente sin pensar- para llegar a una ciudad desconocida…
-Lo es –contesto con tristeza en la voz- y mi primer intento de salir por la noche para divertirme, no fue muy bien…- bajo su mirada avergonzada- siento mucho lo de aquella noche, por mi culpa te hicieron daño.
-Bueno… no pasa nada, me meto en problemas casi siempre, no se preocupe, estaba sola y no conocía la ciudad, debía haber ido con algún acompañante… - comente-
-Pero no conozco a nadie, y en el instituto solo hay viejos verdes –comento Carmen con una sonrisa-
-Podría acompañarla yo – me atreví a comentar- conozco bien la ciudad, y seria una forma justa de pagarle esta ayuda…
-¡¡Es verdad el Ingles!! –Dijo mientras recogía el café y lo llevaba a la cocina- vete consultando los libros mientras yo recojo esto.
Como me había pedido saque los libros y mentalmente me di una patada en mis partes nobles…. ¿Por qué no me había callado? La clase fue soberbia y me ayudo mucho a comprender mejor las lecciones del instituto. Cuando ya era la hora nos despedimos con un beso en la mejilla (con el que me sonroje) y yo prometí volver mañana.
La semana pasó rápido, entre las clases en el instituto donde comenzó a preguntarme más que antes. Cuando nos veíamos en los pasillos cruzábamos miradas de complicidad, disfrutando secretamente de una amistad prohibida. Continuaron también las clases particulares donde seguimos intimando. Tras varios intentos conseguí convencerla para que me acompañase el viernes a dar una vuelta por la zona centro de la ciudad, ella se hizo de rogar pero en el fondo tenia mucha curiosidad por conocer la vida nocturna.
Así que aquí estoy vestido con mi uniforme de batalla (Termino que uso para mi ropa de fin de semana), con las lentillas y el pelo engominado. Esperando delante de su puerta, “alea Jacta est” (La suerte esta echada)