Empezó como un trabajo para el instituto y al final me he decidido a continuarlo...A ver qué os parece:
4.0
Suena el despertador. Y vuelve a sonar. Y suena otra vez. Y finalmente suena haciendo hincapié en que abandone ya la cama. Son las 12.30. Ahí está en la mesilla la botella de los Domingos. Y bajando la mirada, una morena veinteañera inmune al estridente sonido del maldito despertador. Me levanto. Oh dios, mejor espero un rato. Este mareo junto con las ojeras me recuerdan por qué a estas alturas debería estar en conferencias repartiendo autógrafos de mi último libro y no en fiestas para edades cercanas a las de la chica que está junto a mí. Ahora que lo recuerdo justo hoy debería estar en una de esas conferencias. Hasta recuerdo que dicha conferencia comenzaba a las 12. Y pronto podré recordar como mi editor me despide. Debería darme prisa. Debería, otra cosa es que mi cuerpo cuarentón este dispuesto a ello. Me levanto despacio y voy camino al baño. Llamar camino a los 3 metros que me separan del baño es exagerar, pero a mi edad y en estas condiciones, sí, es camino. Por lo menos esto es una ventaja de los pisos alquilados, son bastante “acogedores”. Debería haberme saltado este paso y este camino, ya que mi aspecto al verme al espejo no es muy afortunado. Abro el primer cajón. El cepillo de dientes. Lo agarro y lo pongo en posición horizontal. Por un momento olvido la conferencia, olvido mi lamentable aspecto y olvido al editor, y rememoro aquellos momentos de adolescente en los que, por la mañana, ante un día de instituto, pasaba estúpidos momentos mirándome al elegante espejo y meditando que a esas horas nadie podía alcanzar a ser persona y la increíble habilidad que tenía mi pelo para deformarse por la noche. En un momento de lucidez agarro el cepillo y lo aprieto con mis dientes. Sonrisa. Sonrisa firme durante 15 segundos con un cepillo entre los dientes y mirando al espejo en calzoncillos. Si a alguien le dijera en estos momentos que tengo varios libros a mis espaldas y un gran reconocimiento del sector literario seguramente se reiría de mí y me dejaría con la sonrisa en los labios. Bueno, se terminó la sesión de cepillo. Ahora me toca escoger traje para la ocasión. ¿Qué será mejor para la ocasión? Calvin Klein, D&G, Armani, chándal de Adidas…Mejor Calvin. Arreglo general rápido y camino la conferencia. 12.55
Paseo por la calle con la mirada pérdida hasta encontrarme a mi vieja bici sin candado. El candado sin duda no hace falta. El único valor que puede tener una bici así es sentimental. El hecho de que alguien se atreviera a robarla hasta sería un detalle. Subo a ella decidido y comienzo a realizar zigzags calle abajo. La botella de los Domingos es mucha botella. Con sumo esfuerzo consigo orientarme y darme cuenta de que estoy zigzagueando en sentido opuesto al de la conferencia. Giro y encamino los 3 km que me quedan hasta llegar a ella.
1.10.
Llego y los asistentes parecen haberse dado cuenta de que mi presencia ha faltado. Concretamente 1 hora y 10 minutos. Tras unos silbidos iniciales, los cuales no tomo en cuenta, me siento y nublo la mirada mientras mi compañero, que luce un traje difuso, habla y sigue hablando. Y en ese preciso instante se produce una conexión entre nosotros dos, ya que cuanto más habla él, yo más cierro los ojos. Así hasta que un rencoroso asistente de la primera fila se da cuenta de que he vuelto a retomar el sueño en un lugar que no corresponde. Me despierta, me sermonea el editor, me despierta de nuevo, y finalmente me echa de la sala. Por lo menos no me ha despedido. Bueno, eso creo, puede haber aprovechado mi breve lapsus de sueño para decírmelo. Ya que no tengo mucho que hacer vuelvo a mi casa. En bici. Esta vez en el sentido correcto.
Dejo pasar la tarde escuchando jazz y rap a partes iguales y leyendo. De paso, dado el exceso de tiempo libre, aprovecho para decirme que no volveré a salir teniendo eventos próximos. Y justo 10 minutos después me llaman diciéndome si voy esta noche.
Habrá que comprar la botella de los Lunes.
Previda
Y la noche llega. Y con ella mi vida termina de adquirir sentido, a la par que la adquiere la factura del móvil. Es un último modelo abanderado en estupideces y derroche. Me gusta en el fondo. Esa silueta suya que clama “Yo me lo puedo permitir y tú no” y esa cámara, esa cámara que no comprendo, le dan el toque que cuadra a la perfección con mi ajustado traje a medida. La botella de los Lunes ya está comprada, ahora falta que pasen a por ella y a por mí los culpables -en parte- de que tenga que comprar mañana la botella del Martes. Son las 6.30. Faltan 5h para que me recojan. Aún así, yo yo ya estoy completamente vestido. Vestido y dormido. Dado que no tengo problemas económicos, puedo permitirme dormir las horas que desee. Corrijo. Dado que no tengo problemas económicos, puedo permitirme dormir las horas que no estoy bebiendo. A lo estúpido y falso del tiempo, ya son las 8. Con acierto consigo tirarme al suelo y empieza la horda de llamadas. Debería hacerme otro tipo de clasificación de contactos. Seguro que mi móvil la admite. Algo así como: Morenas, Rubias, Botella, Editor. El editor no entra dentro de ninguna categoría consigo matizar mientras intento frustradamente levantarme. Me acuerdo cuando le conocí. Era una de las tantas e inservibles conferencias literarias, con la excepción de que en esta se reunía a las jóvenes promesas literarias, e incrustado entre esas tres palabras me hallaba yo. Joven, con un futuro prometedor y siendo escritor. Era tan obvio y ridículo que aquello iba a resultar una caza de nuevas fortunas que me presenté. Además, por aquella época mi afinidad a la botella no era tan alta y disponía de tiempo para ejercer el arte del rechace. Con cara interesada, iba dejando que me merodearan editores sedientos de tinta nueva hasta que, en el momento en el que iban a saltar a atacarme, yo les frenaba diciéndoles que no era lo que buscaba. Me lo estaba pasando bastante bien hasta que llegó él y me dijo que no debía desaprovechar mi talento. Llegó él y dos Voll Damm. De literatura era un completo necio, pero sabía como convencer. De los halagos se pasó a la Voll Damm y de la Voll Damm al contrato, para posteriormente volver a la Voll Damm. Firmé un maldito contrato no sé ni de qué modo. Después me sentí indignado. Borracho e indignado. Llaman. 11.20.