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Era “el amante perfecto” salvo por un detalle. Algo fallaba en él, pero no sabía decir qué.
Podía llevarte a la extenuación las veces que pudieras soportarlo. Su cuerpo era firme y cálido. Su torso torneado. Su culo hacía que tuvieras ganas de azotarlo. Me decía que me quería.
Empapada en sudor seguía dándole vueltas a lo mismo una y otra vez, algo no estaba bien. No, no hay ninguna pesada carga moral, no hay arrepentimiento, tristeza ni resentimiento, no es eso. No era tan evidente pero no tenía duda, algo fallaba.
Está bien dotado, firme, con el tamaño perfecto. Duro pero suave. Fuerte pero cariñoso. Me decía que me quería. No era lo que esperaba cuando acepté el trabajo. Recorría su rostro buscando el error, sus facciones perfectas, sus labios carnosos, sus ojos, tan humanos. Sus fuertes brazos, no demasiado musculosos. Eso me gusta.
Entonces me di cuenta, había estado tan ocupada que lo había pasado por alto. No tiene ombligo. “El amante perfecto” no podía salir al mercado sin ombligo. Había tardado horas en darme cuenta. Lo escribí en mi informe. Evidenciada su inhumanidad, no pude olvidarme. Ahora me parece un muñeco. Me dice que me quiere.