El espejo muestra la realidad, feo, gordo, con una inmensa barriga que cae sobre el pantalón con un ombligo enorme. Pelo negro y corto, con entradas bien definidas. Con una cara redonda que refleja estupidez. Muestra la realidad. Muestra limitaciones, faltas, deficiencias, traumas, una mente escasa, correosa en sus razonamientos y extraña en placeres. Y lo sabe, pero no de una manera lógica, razonada, aceptando y corrigiendo; lo ve a su forma. Lo intuye de manera arcaica, sencilla, fría, animal, su imagen le da asco. Siente rencor hacia su especie por haberle hecho así. La imagen copia el movimiento, se pone la camiseta de su equipo. Orgulloso muestra una sonrisa.
Sale del baño, tras ducharse y secarse. Entra en la habitación, atlético, bien depilado. Deja caer la toalla. Se mira de perfil en un espejo, se gusta, sonríe. La ropa elegida sobre la cama. Se viste, empieza por los calzoncillos, un bóxer de CK. Luego el pantalón vaquero, camiseta blanca, calcetines negros de punto, zapatos de cuero también negros y de colofón un jersey de TB, con rombos grises en el torso. Al contemplarse en el espejo disfruta con la respuesta de este. Su postura firme, recta, confiando en sí mismo, seguro, fuerte, gustándose, sintiéndose elegido. Va al baño. Frente al espejo que hay allí se arregla. Gomina, peine y un poco de colonia. Luego acerca su cara al espejo en busca de imperfecciones, encuentra un pelito en su pómulo abre un cajón y con unas pinzas procede a su eliminación con un tirón seco. Se mira ya listo, perfecto. El reflejo orgulloso muestra una sonrisa.
Abre la puerta con energía y entra en el bar. Ya hay bastante gente dentro mira a todos a los ojos enérgicamente, desafiante, defendiéndose agresivamente de la crítica ajena. Se quita el abrigo lo coloca en una percha y se sienta en un taburete junto a la barra. Pide una pinta de cerveza. Mira la tele. Están poniendo las alineaciones. Se abre la puerta y entran dos tías y dos tíos .mira a las mujeres. Babea. Levanta la vista y mira a los tíos a los ojos. Se ponen junto a él. Todos le dedican una ligera mirada y hablan entre ellos. Siente el juicio, se ríen de él. Siente asco. Mataría a los tíos y violaría a las tías, luego también las mataría, claro. Fantasea sobre ambas acciones. Ellos y ellas se quitan los abrigos, los cuelgan en las perchas, también. Siente envidia de ellos. El contraste le hace sentirse un monstruo. Le ponen la cerveza y dos cuencos, uno con almendras y otro con golosinas. Bebe un trago y coge un puñado de almendras. Mastica con energía. Traga la bola. Coge golosinas y se las mete en la boca rápidamente. La mezcla dulce y salada, suave y duro le produce una arcada. Traga y sonríe. Vuelve a beber. Empieza el partido. El primer tiempo transcurre entre gritos incondicionales a favor de su equipo en cada jugada, no faltan ademanes, insultos y algún golpe a la barra. La gente también grita y eso le hace crecerse, se fija en
uno de los pijos es del equipo contrario. Grita y levanta los brazos. Le mira fijamente estudiando sus movimientos, seguros, de ganador. Se vuelve al otro y a ellas para comentar algo, sonríe prepotentemente. Hay una falta.
-¡Amarilla! – grita el tío.
-¡Una mierda amarilla! ¡Arbitro hijo puta! ¡Negro cabrón! – responde él con vehemencia, casi abalanzándose sobre el grupo.
En el descanso va al baño. De camino con cada roce gruñe entre dientes. Vuelve a su sitio y pide otra cerveza. Cuando se la sirven comienza la segunda parte. Empieza más caliente. Se nota más nervioso se levanta del taburete gritando y haciendo aspavientos, desahogándose del mundo, su minuto de odio. La adrenalina y el alcohol le desinhiben se muestra más agresivo. Gol de los otros. El pijo lo celebra efusivamente, se gira y besa a una de las chicas, da la mano al otro tío, comentan algo y ríen. Rabia, odio. Mira al pijo le resulta repugnante. El pelo engominado y ese jersey de maricón. Cada gesto del tío le provoca más tensión. De aquí al final solo grita e insulta con el fin de ofender al otro no le interesa ya el futbol. No lo consigue y esa impotencia le jode aun más. Rabioso, encabronado, va a estallar. Por fin, el árbitro pita el final. Ve al pijo salir a la calle con el móvil en la mano. Paga. El camarero le pregunta sobre el partido, él responde con un gruñido. Recoge las vueltas, se pone el abrigo, abre la puerta y sale.
Son cuatro, dos parejas. Él va primero abrazado a Sonia, Javi y Bego van detrás hablando entre ellos. Se adelanta a Sonia y abre la puerta. La sujeta para que pasen los otros.
- Señoritas - caballerosamente acompañando las palabras con un gesto de la mano. Ellas pasan.
- Gracias – dice Javi al entrar.
Entra al sitio y mira la televisión, están poniendo las alineaciones. Mira a la gente que hay dentro, hay bastante habrá buen ambiente. Se ponen en un hueco libre no muy lejos de la barra, junto a un hombre vestido con la camiseta del otro equipo. Cruza con él la mirada y sonríe.
-¿Os parece buen sitio?- pregunta a los otros.
-Si, de puta madre- responde Javi.
Se quitan los abrigos y los cuelgan en unas perchas.
-¿Qué os apetece beber? – pregunta.
Empieza el partido, saca su equipo. Tiene buenas sensaciones, seguro q ganan.
-El año pasado les callamos la boca a todos estos – le dice a Javi.
El camarero les trae las bebidas. Brindan y beben. La gente chilla, insulta y protesta cada decisión árbitral en contra del equipo local. El sonríe le gusta, se siente superior. Van a ganar y todos estos pordioseros se irán a casa mal humorados y jodidos a acostarse solos y hacerse una triste paja, si es que no son impotentes. Esta alegre, levanta los brazos protesta una decisión en contra de su equipo. Eso seguro que jode a estos pringaos. Se gira a Javi, Sonia y Bego.
-Mirad como se pican todos estos idiotas cuando vas en contra de su equipo. Sobre todo ese – dice esto acercando la cara a él y a ellas, y señalando con una sonrisa al tío de la camiseta que mientras da golpes en la barra.
-¡Amarilla! – vuelve rápido al partido sin escuchar la respuesta de los otros.
-¡Y una mierda amarillo! ¡Arbitro hijo puta! ¡Negro carbón! – grita el tio de la barra, poseído por la rabia, echándose sobre ellos con los ojos llenos de odio.
En el descanso el tío de la camiseta se levanta y va al baño, les roza al pasar. Huele a sudor acido.
-Joder que hedor – susurra a Javi, ambos ríen.
Piden otra copa. Hablan y ríen en grupo hasta que empieza la segunda parte. Discretamente observa al personaje de camiseta, que ya ha vuelto a su sitio.
-Menudo personaje, ¡joder!- piensa para sí mismo.
-¡Gooooooool! ¡Goooooooooool! – marca su equipo, se vuelve loco. Levanta los brazos y grita. Parte del bar lo celebra con él. Se gira y besa en la boca a Sonia, choca la mano con Javi.
-¡Si señor que golazo! ¡Que golazo!
-Ya te digo, de puta madre.
-Mira el idiota de ahí a dejado de gritar.
-Si por fin esta un rato quieto.
-Ya ves q tío mas pesado.
-Parece un poco retrasado – ambos ríen sin mirar al tío.
Ve la victoria cerca y da algún grito de animo a su equipo. El tío de la barra grita como un poseso, está fuera de sí mismo, le da asco, ve un fino hilo de saliva seca alrededor de sus labios, al contra luz de los focos ve salir de su boca gotas de saliva en todas direcciones. Le parece un ser ridículo, el tío de vez en cuando le mira fijamente mientras lanza insultos. El cada vez q siente su mirada le responde con una sonrisa de superioridad.
El árbitro pita final. Se abraza efusivamente con Javi y con ellas. El de la camiseta le mira. Le llaman al móvil, sale a la calle a hablar, dentro hay mucho ruido.
En la calle hace frio, sale vaho al respirar. No ve al pijo, pero si le escucha hablar. Le odia, es su enemigo. Todo el rencor que siente hacia el mundo y hacia sí mismo lo concentra y lo enfoca ahora sobre el tío del jersey marrón. Junto a la acera hay un contenedor de obra, mira dentro. Coge una barra metálica, maciza, de unos sesenta centímetros. Entra en el portal. Ya no recuerda la derrota, le da igual el futbol. Su mente se concentra en saborear el impacto de la barra contra el cráneo, babea al imaginar el hueso quebrarse y astillarse. La vida de ese hijo de puta es suya. Levanta la barra metálica por encima de su cabeza y entra en el portal. El pijo está de espaldas riendo y comentando el partido. La barra desciende violentamente y dibuja en el aire un arco brillante.