Encerrado en casa durante unos días, un positivo que en realidad significa negativo, cosas del nuevo lenguaje, de los nuevos tiempos.
Por la ventana se ve un día frío, oscuro y lluvioso, pero que sin embargo me llama continuamente a salir a disfrutar de la calle, del campo, de la libertad. Lo que daría por salir y pisar un charco.
Aún en los primeros momentos del confinamiento, con un montón de cosas por hacer, con trabajo pendiente y tareas en casa y, aun así, ya me envuelve una sensación de angustia, de repente se hace todo pequeño, el salón que siempre ha sido un lugar tan vacío en todos los sentidos tanto por su tamaño como por el número de habitantes que somos en la casa, ahora, lo veo ridículo, escaso a todas luces.
Se me cruza un extraño pensamiento por la cabeza, me acuerdo de mi antigua mascota y pienso lo cruel que he sido dejándolo tantas horas encerrado en estos espacios tan sumamente pequeños que se llaman pisos, y que, a fuerza de no saber vivir en otro lado, terminamos llamando hogar.
¿En qué momento valoramos más tener un comercio cerca que un patio en nuestra propia casa? Supongo que fue cuando decidimos que es mejor soltar algún billete y que nos den algo hecho, que es mejor comprar los tomates que cultivar un pequeño huerto, o quizás en el momento que preferimos que cuando compremos algo por internet exista la opción de que el repartidor llegue en el día, no podemos perder tiempo cuando pedimos una taza de café con la cabeza de Yoda, es fundamental que llegue en el mismo día que se compra. Supongo que eso vale más que tener un patio, que tener un “trozo de campo”.
Ahora, encerrado en casa, pienso que cuando hice esa elección, simplemente fui gilipollas.
Espero que os haya gustado.
Saludos!
Galdos