Bueno, esto ha sido completamente improvisado, y lo he hecho con intención de mejorar algo de vocabulario, aunque el resultado me ha gustado. A ver qué os parece. Toda crítica es bien recibida
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La luna y todo su séquito de fulgurantes estrellas se habrían abalanzado sobre ambos si estas hubiesen permanecido, pero no era así, pues el terreno era yermo y soleado, y las únicas sombras que avanzaban eran las de ellos. Todo intento de seguir adelante era fútil, y sus pensamientos se tornaban desmanes cuando una idea afloraba en la cabeza de uno y se veía desacreditada en la del otro.
—Eh, escucha —dijo. Sus palabras eran sucias, y en el paladar del otro había cierta aversión por lo que podría decir—, te juro que cuando duermas voy a acabar contigo. O incluso en el momento menos inesperado. Me da igual el cuándo.
—Eres un gilipollas; ya estamos muertos. Estamos perdidos.
Y era verdad: todo era erial, todo era bermejo. Los horizontes ya se habían extraviado tiempo atrás. Sólo quedaban pequeñas motas de arena que vacilaban en frente de ambos formando diminutos remolinos de humo y desasosiego.
A cada paso que daban el pensamiento se les volvía más abrupto.
—Esto es una mierda, no debería haberte escuchado.
—Pues no haberlo hecho.
—Algún día tu altivez te va a traicionar. Lo sabes muy bien.
Pero las palabras se perdían en aquel erial.
La esperanza y el hambre no se podían discernir, pero algo debían de hacer. Uno era lánguido y flaco, y otro era de carácter siempre bien llevado, acicalado.
—Yo ya no puedo más —dijo el hombre escuálido, y sacó un arma del bolsillo de su pantalón de pana—, tengo mucha hambre. Mucha. Muchísima. —Apuntó el cañón hacia la cabeza del otro y el tiempo se paralizó. Sus camisas, rasgadas por las agujas del reloj, ululaban a merced del viento.
—¿Vas a comerme? Ojalá te pegue una colerina, cabrón.
¿Suplicar? Para qué; la muerte ahora era inexorable. El camino hacia ella, irrelevante
—Tú me llevaste hasta aquí. ¡Me convenciste! Mereces morir primero.
Y fue entonces cuando la arena se elevó y se dispersó bajo las aspas de un helicóptero. El ruido era molesto, pero reconfortante. Era la ironía de la supervivencia.
Cuando se encontraban dentro de aquel oasis metálico, la conversación empezó:
—¿Qué os ha pasado? —preguntó el piloto—. Nadie se va a creer que me he encontrado a dos tíos deambulando por este desierto de mierda y carroña.
—¿Conoces ‘el vencedor de la arena’? —preguntó, y no esperó respuesta— Es un reality show. Este imbécil me apuntó con él, pero —miró por la ventana— creo que nos hemos separado demasiado de las cámaras.
Aquel manto rubicundo y ambarino moteado de polvo y arena que formaban todo el yermo ya empezaba a formar parte del pasado, pero ciertos fantasmas ahondaban en la mente del hombre escuálido.
—Amigo, perdona por apuntarte por el arma —susurró con voz taciturna.
—¿Qué? No te oigo
—Acércate; no tengo fuerzas para hablar.
Se acercó.
—Voy a comerte ahora, lo siento amigo —le susurró al oído, y antes de que el otro asimilara sus palabras la oreja ya no estaba en su cabeza. Luego vino el cuello, que fue cortado silenciosamente con una navaja. Luego vino la sangre, que borbotaba. Luego vino el hedor, que apestaba. Luego vino el silencio, que sonreía.
Los fantasmas, silenciosos, habían atacado.
¿Durante cuánto tiempo podía permanecer el hambre en silencio?
Poco tiempo después el piloto volteó la cabeza y observó.
—Tenía tanta hambre… Bueno, ¿a dónde vamos?
"Te juro que cuando duermas voy a acabar contigo. O incluso en el momento menos inesperado. Me da igual el cuándo."