No podía parar de pensar, sentía como mi mente se ahogaba en su propio subconsciente, ya no alcanzaba a diferenciar la realidad de la mentira y un órdago de emociones se sucedían a la vez como si mis pensamientos fueran una gigantesca pantalla usada a la vez por infinitos proyectores superpuestos, me sentía de mil maneras diferentes pero a la vez de ninguna, parte de todo y de nada, no podía más, me levanté de mi cama lentamente y con paso decidido inicié mi viaje en busca de la tierra prometida. Entré en el cuarto de baño y allí, encima del lavabo, estaba mi pasaporte al edén, una Beretta M9 que un amigo me había conseguido para mi supuesta defensa personal, la misma pistola que utilizan en el ejército de los Estados Unidos, la cogí, y me coloqué delante del espejo mirándome fijamente a unos ojos que no identificaba como propios, alcé la pistola y me apunté, adoraba la sensación que el cañón me producía cuando acariciaba mi cabeza, mi pelo, mi oreja… pero nada comparable a los escalofríos que recorrían mi cuerpo cuando introduje la pistola dentro de mi boca… Era el momento que siempre había deseado, el fin representado delante de un espejo que mi subconsciente usaba como último recurso para que sintiera lástima de mí mismo y me perdonase la vida, afortunadamente no lo logró, sentía como este chantaje psicológico no hacía más que reafirmar mis convicciones, pero, lo que era para mí el clímax de mi propio sadomasoquismo era saber que por fin iba a ver lo que muy pocos han visto, a través del espejo iba a contemplar la verdadera cara que posee la muerte, mi muerte...