Andar sin rumbo,
abrasarse a un zarzal,
caminar por la calle
de la gris ansiedad;
mirada perdida de ojos secos
pues no les queda por qué llorar.
Tropecé y caí de codos
al suelo sin asfalto,
una carretera de espino
me estaba esperando,
y clavé mis brazos,
no había otra opción…
Y en vez de sangre, sangré dolor.
Sangré pena, ira, cólera, recuerdos y rencor,
y en ese negro líquido se fue mi compasión.
Perdí ganas e ímpetu, alegría, sonrisa y fervor,
pues aquel sangrar se llevó, de luz, mi último albor.
Nadie te comprende, y cada vez hay menos perdón,
pues no entiendes a la gente…qué asco, qué pavor:
Maniquíes sin principios, movidos por el pensar
de un cerebro de mentiras llamado sociedad.
Ríe y todos reirán contigo,
llora y estarás más solo que la mierda,
es esto, lo que hay
cuando la vida gira la tuerca.
¿Cuántas veces me he sentado
y me he puesto a escuchar?
¿Cuántas veces tendí mi mano
para a la gente ayudar?
¿Y cuántas veces caí
y nadie me vino a levantar?
Levantarme magullado,
y la rabia volver a tragar.
Y mientras ese líquido negro como el carbón
salía de mis venas raudo, a presión,
mi mente decidió dar la espalda a la vida,
a la gente, a la farsa, al interés, a la buena acción,
decidió no confiar en nadie, no volver a dar perdón:
“Una vez muerto en vida, no habrá sitio para el dolor”
Decidió quedarse sola, aislada del color,
de posibles desgraciados portadores del horror,
del hastío, de ralladas, de putadas se empachó
y aún aislándose como hizo, en lo más oscuro se hundió.
Qué horror, sentirse tan sólo,
qué dolor ver felicidad
en esa gente que no sirve
para vivir sin vanidad.
Qué pena siento al sentir el daño
que los años me provocan al pasar,
al ver saltando a toda esa purria
gozando de su falsa amistad.
Sin principios, ni nobleza,
ni cariño, ni sinceridad,
éste mundo es una mierda
por la que no vale la pena luchar.