Después de un buen tiempo me he puesto a escribir otra vez. La verdad es que me ha venido bastante bien para desahogarme, que últimamente andaba con la cabeza hecha un lío. Lo que he escrito no es nada del otro mundo (de ahí el título del post), pero me apetecía compartir con vosotros, por primera vez, algo mío. Como he dicho, no es nada especial pero quería ponerlo por aquí y "colaborar" un poco con la comunidad.
Espero que os guste al menos un poco, y si no es así lo siento por haber hecho que perdáis algunos minutos leyéndolo

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Con cada paso que daba el cansancio iba apoderándose lentamente de cada una de las extremidades de su cuerpo. Estaba agotado, demasiadas horas en pie escuchando el silbido de las balas zumbar sobre su cabeza. Demasiadas horas viendo compañeros caer abatidos, desangrarse, sollozar como niños pidiendo ayuda o simplemente delirando, recordando viejos tiempos, tiempos en los que habían tenido una vida, una razón por existir, hasta que la oscuridad se apoderaba de sus mentes y con mirada vacía observaban el campo de batalla. Un terreno que antes había sido una de las mayores ciudades nunca construidas por el ser humano, el centro neurálgico del mundo en el que las dos naciones se unían y formaban un todo que se expandía en cada a rincón del planeta.
Ahora se había convertido en el cementerio de miles de soldados que nunca llegarían a ser reconocidos, el cementerio de miles de sueños y almas que el tiempo olvidará y por las que nadie llorará.
Él seguía caminando; tenía la esperanza de poder salir de allí, pero en el fondo sabía que el planeta entero estaba en el mismo estado. No había escapatoria posible, no había sitio a donde dirigirse, tan sólo kilómetros de cadáveres que nunca acababan. Decidió tomarse un respiro y se sentó sobre una roca; ya casi no recordaba cómo había empezado todo, incluso había olvidado quién era y de dónde venía. Se había convertido en un viajero sin rumbo. Intentó pensar en tiempos pasados pero el olor de los cadáveres se lo impedía. A pesar de haber pasado los últimos días de su vida rodeado de cuerpos sin vida aún seguía sin acostumbrarse al hedor de éstos. Eso le impedía pensar en lo que había sido, en cómo había sido. Decidió que era un buen sitio para dormir y reponer fuerzas para al día siguiente retomar su larga marcha.
Cuando despertó vio a otro hombre sentado delante suyo. Pensó que tal vez era una visión; llegó a creer que su mente se había dado por vencida y, como un último regalo antes de dar el suspiro definitivo, le brindaba la posibilidad de despedirse de este mundo hablando otro ser vivo, imaginario, pero otra persona al fin y al cabo. El uniforme del otro soldado era diferente; seguramente había pertenecido a algún batallón perdido del Ejército Nacional del Este. En realidad era absurdo llamarlo de esa manera; en el estado en el que se encontraba el mundo nadie podría atreverse a definir dónde empezada una mitad y dónde acababa la otra; todo se había convertido en una única masa portadora de muerte.
-Soy tan real como tú – le dijo el extraño.
-Ahora mismo no existe lo real o lo ficticio, lo único que hay es nada, así que no vengas a hacer afirmaciones que no puedes demostrar – respondió.
-En todo caso, no sé si mirarte a ti también como una simple ilusión o como algo que en otra época fue una persona. Supongo que los dos somos afortunados, si es que la suerte sigue siendo un elemento que forma parte de este planeta.
-Si la suerte existiera, esto nunca habría ocurrido.
-O tal vez ésta era nuestra suerte, tal vez era nuestro destino. Unos mueren, otros viven. Quién sabe qué habrá aquí dentro de un millón de años. No somos nada, pero nos creemos que somos todo. Eso es lo que nos ha conducido a nuestra propia autodestrucción – el extraño sacó un paquete de cigarrillos y ofreció uno al soldado del Oeste -. Son los dos últimos que me quedan, y probablemente los últimos que se puedan encontrar en cualquier parte.
Oeste acepto el cigarro y se lo colocó en los labios.
-He estado caminando durante mucho tiempo. Había perdido la esperanza de poder encontrar a alguien con vida, pero parece que no era el único – dijo Este.
-Tal vez haya sido un golpe de suerte.
-¿No eras tú el que renegaba de la suerte?
-Ahora mismo ya no sé qué es cierto y qué no, he olvidado lo que creo y lo que pienso, y lo que es más importante, no consigo recordar por qué luchaba.
-En el fondo nadie lo sabía. Simplemente peleábamos y nos matábamos unos a otros sin un motivo concreto. Seguramente eso forma parte de nuestra naturaleza: la violencia, la necesidad de manchar de sangre nuestras manos, el deseo de matar.
-O simplemente el planeta se había cansado de nuestra existencia y nos obligó a que nos aniquiláramos nosotros mismos.
-De todas formas eso ya no importa. ¿Quieres hacerlo ahora o lo dejamos para más tarde? – dijo Este con mirada sombría.
-¿Para qué retrasar lo inevitable?
Este asintió; los dos se pusieron de pie y desenfundaron sus pistolas. Se acercaron y se abrazaron mientras cada uno apuntaba al corazón del otro. Los dos disparos se fundieron en uno.