Hola EOLian@s literari@s!
Vereis, tengo un amigo al que le gusta escribir tanto o más que a mí, y hace poco me pasó un texto que a mí particularmente me encantó porque me recuerda a cosas parecidas que en alguna ocasión me han sucedido a mí mismo...
El caso es que le animé a publicarlo en este apartado de la web, porque le comenté que yo había puesto cosillas y que la gente criticaba las cosas de un modo muy constructivo; tanto para las virtudes como para los defectos de los textos.
Pues bien, finalmente conseguí que me dejara publicar el texto yo mismo, en vez de registrarse y hacer él mismo, pero bueno, para el siguiente que escriba, espero poder convencerle de que lo publique él mismo
Aquí os dejo el escrito (insisto en que a mí me encanta) y que lo que me pidió mi amigo es que la gente lo criticara tanto para bien como para mal; es decir : que si os gusta, lo digais; y si no os gusta, comenteis precisamente qué es lo que hace que no os guste.
Muchas gracias por anticipado tanto de mi amigo como de mi mismo!
HISTORIAS DE LA CALLE MAYOR
Crucé la calle a toda prisa, el aliento se transformó en vaho y ni el frío, ni las ganas por llegar, fueron suficiente motivo para no observar el ir y venir de la ciudad. En la Gran Plaza, la gente abarrotaba sus jardines paseando de aquí para allá, con el único motivo de disfrutar en compañía de los últimos rayos de sol invernal.
La noche se echó encima y entre jardines, estatuas, mármol y soportales, las parejas buscaron un rincón donde alimentar a solas sus miradas perdidas. A mi derecha dos tortolitos se miraban ensimismadamente sin decirse nada, hasta que uno de ellos estalló en una inocente carcajada, acto seguido el otro también sonrió y él le susurró algo al oído, mientras acariciaba su mejilla, ella le contestó: -Mama, papá y yo te hemos echado de menos.- Y es que nada es lo que parece, ¿verdad?.
Sobre mi paso incansable se cruzo una pareja de edad avanzada, caminaban a ritmo sosegado pero constante. Ella le tenía cogido por el brazo como cuerda a mosquetón. Sus miradas altivas, se alzaban al frente como si se tratara de un gesto preconcebido por la aristocracia, aunque entre tanta seriedad y finura, a él parecían írsele los ojos hacía toda muchachita joven que por allí pasase, por lo que aquella mujer no cesaba, con ceño fruncido, de propinarle buenos codazos en las costillas.
Mientras tanto los niños jugaban en el carrusel, ajenos a las complicadas vidas adultas, en ocasiones más infantiles que la de los propios chiquillos. El murmullo de sus vocecitas corrían de aquí para allá, haciendo más vivo el color amarillo de las farolas de aquella ajetreada plaza, la cual aguardaba entre sus soportales a la persona que tantas prisas merecía. Helen era y había sido siempre mi mejor amiga, nos conocíamos desde siempre y jamás nada se había interpuesto entre nosotros dos. Helen siempre se dedico de lleno a sus estudios sobre biología y nunca hubo nadie que le distrajese de tal entretenida ciencia, salvo yo, que era junto con alguna que otra amiga, la única persona con la que se permitía darse un respiro en su entregada vida al estudio. Era extremadamente difícil quedar con ella, siempre había algo importante en su mente que no le permitía salir de casa y quizás por eso, porque lo breve se aprovecha más, quedar con ella era de las cosas que más ilusión me hacía.
Desde hacía ya varios años sentía algo por Helen que nunca antes había sentido, era una sensación que solía quitarme el sueño noche si y noche también, pero tan agradable que llegó a merecer la pena tanto insomnio. Por aquella época me sentía tan correspondido, que aguardaba el momento apropiado para destapar todos aquellos sentimientos que recorrían mi interior. De alguna forma sabía que ella también sentía algo por mí, sino, por qué tantas ganas por quedar conmigo o por qué era tan extremadamente cariñosa cuando estaba a mi lado.
En ocasiones, mi mirada se perdía en la suya mientras ella hablaba y hablaba sobre su carrera, el brillo de sus ojos verdes era incomparablemente sutil para captar la atención del que tenía en frente y aunque no era el ideal de mujer guapa para la época, derrochaba personalidad por todas sus facciones, lo que unido a que tampoco era de desagrado para la vista, la convertían en la persona más atractiva que conocía hasta aquel entonces.
Aquel día de invierno, era especial, puesto que Helen había estado en Londres durante un par de semanas, algo insólito en ella, ya que su vida era estrictamente cotidiana, con una rutina de horarios exquisita que rara vez se apartaba de la facultad y de su casa. Por lo que supuse que tendría ganas de contarme sus aventuras y desventuras por la ciudad del Támesis. Es más, insistió bastante por teléfono en que quería quedar conmigo lo antes posible, que tenía ganas de hablar y cosas importantes que decirme. Lo cual no podía ser más delatador, por un momento me pareció como si aquello fuese una especie de “predeclaración” y de que aquella tarde sería crucial, por fin aquella maravillosa amistad podría evolucionar en algo distinto que mis sueños no dejaban de imaginar.
No era por tanto extraño que según avanzaba hacía los soportales, mi corazón retumbase a un ritmo cada vez mayor, me repetía a mi mismo una y otra vez frases que había ideado el día anterior, por si surgiese la ocasión, pero que con el nerviosismo se habían cruzado unas con otras, dando como fruto el sin sentido, por lo que decidí ser yo mismo como tantas otras veces, natural y espontáneo.
Crucé la esquina que daba con la calle Mayor y un mendigo se cruzo en mi camino, iba comiendo un churrusco de pan caliente que al parecer le habrían dado en la panadería de enfrente. El olor a pan tierno abrió mi apetito e hizo olvidarme durante algunos momentos de aquel nerviosismo tan molesto. Pero justamente entonces, cuando mis pensamientos se centraban en un horno de leña, apareció su silueta, estaba allí, de espaldas a mi, apoyada en una de las columnas dóricas de la Gran Plaza, con aspecto impaciente por la espera y con un gorro de lana para evitar el frío, por el que por ambos lados colgaba su larga cabellera, me encantaba el color de su pelo, era de un negro azabache que brillaba en cada una de sus ondulaciones como olas del mar y se alzaba en contraste con un abrigo color crema, testigo de su más que demostrada discreción.
Decidí acercarme despacio, para que no advirtiese mi presencia y cuando estuvo a mi altura deslicé suavemente mis manos en su cara hasta que tapé sus ojos y pregunté: -¿Quién soy?-, a lo que ella contestó entre risas y con voz cariñosa: -¡Tú, tonto!-. Helen me cogió por el brazo y me dio un beso en la mejilla, repentinamente comenzó a hablar sin parar, contándome todo lo que le había pasado desde la última vez que me había visto. Parecía como si hubiera estado a duras penas aguantando para decirme todo aquello y ahora por fin llegase el momento del desahogo. De todas formas no llegué a darme cuenta de que entre frase y frase había algo más que todo lo que estaba contando, era como si quisiese dejar lo mejor para el final.
Entre venturas y desventuras, avanzamos hacía la calle Mayor y de número par a impar entramos a una curiosa cafetería que con su poca luz, inducía a las parejas al diálogo en sus mesas. Una vez allí sentados, Helen me miró a los ojos y por un momento no supe ni lo que hacer, noté como se aceleraba algo en mi interior, aunque al fin y al cabo entre tal desconcierto no reaccioné del todo mal, sacando fuerzas incluso para cogerla de la mano y decirla, -¡Venga, dime ya eso tan importante que tienes que decirme!-. Helen se puso un poco colorada y yo no podía creer que aquel momento que tanto había esperado estuviese tan cerca. Ella fijó su mirada en el café espeso que acababa de traer el camarero y con una sonrisa me dijo: -Creo que estoy enamorada-. Sorprendido ante lo que había escuchado, no se me ocurrió otra cosa que preguntarla: -Bueno y ¿quién es el afortunado?-; -Es londinense-, contestó Helen ante mi cara estupefacta, pues por un momento dudé de hasta en donde había nacido. Y continuó hablando: -Se llama Frank, es uno de los biólogos más prestigiosos de Londres, por supuesto le conocí allí, en una de las charlas a estudiantes, mi mar de dudas o quizás el destino me indujo a buscarle y hacerle mil preguntas después de aquello, y en fin, así fue como nos conocimos-. Por un instante estuve a punto de perder los nervios, algo empezó a recorrerme de arriba abajo y un nudo en el estómago casi me deja sin habla. Pensé tan rápido como pude una manera de salir de aquel atolladero, pero antes evitando, mediante un esfuerzo sobrehumano que mis ojos se llenasen de lágrimas. Quizás sea un amor platónico, pensé, y el tal Frank no sepa nada, ¡seguro!, entonces no hay de que preocuparse, todo quedará en la alumna que se enamora del profesor pero que con el tiempo se da cuenta de eso no puede prosperar y lo olvida. Puf! Por un momento he pensado lo peor, exclamé en mi pensamiento mientras hacia una y mil reflexiones, que de alguna forma lograron calmarme. Entre todo aquello Helen continuo: -Ahora no puedo dejar de pensar en él, necesitaba contártelo a ti, mi mejor amigo, es que estoy un poco preocupada, a mi modo de ver hay mucha diferencia de edad, aunque a él no parece importarle-. En ese momento interrumpí tajantemente: -¡Ah! pero como, que has estado con él, es decir me refiero, bueno tú ya sabes...-, -pues claro, surgió en esas dos semanas y la verdad es que fue todo demasiado rápido, pero fue tan bonito-, Helen se quedó de nuevo con la mirada perdida en el café, pareció por momentos sumergida en aquel pasado, hasta que le pregunté: -Bueno y cuanta diferencia de edad dices que hay?-, -ah, si, eso, pues siete años-, contestó con voz temblorosa y absorta, como salida de un sueño.
La verdad es que pude contestar mil cosas a aquello, mi cuerpo enervado me pedía que le atacará con montones de preguntas, que posiblemente buscasen hacerla daño, y que de hecho lo hubieran conseguido, así quizás habría honrado a mi ego masculino, pero, qué clase de amigo hubiera sido. Decidí guardar dentro toda la indignación y el malestar, que en cierta parte era lógico, y respondí con la más afable sonrisa, como si me alegrase por ella, que es en realidad lo que se supondría en mi lugar, y me olvidé por completo de torpedear su relación con preguntas como: “-¿No crees que es demasiado mayor para ti?- o -”¿No piensas que vive demasiado lejos como para seguir con la relación?, y me centré por completo en mi posición de amigo íntimo, amigo de toda la vida, que al fin y al cabo quería lo mejor para ella.
No recuerdo muy bien como terminó aquella conversación, pero si se, que mis palabras aclararon sus ideas y decidió establecer una relación seria con aquél biólogo, seguramente un buen tipo, sino jamás le hubiera gustado a Helen. No se si aquello fue a mayores , precisamente porque decidí no saber nada de ella por algún tiempo, ya que era la mejor manera de curar mi herida. Y así pasaron los años y quizás fue la dejadez o la fortuna, o es más incluso, puede que fuera el destino, el culpable de que no haya vuelto a saber nada de ella, bueno si, me llamó un par de veces más después de aquel día, pero supongo que me notó tan ausente, tan lejano y con tan poco interés, que decidió dejar las cosas surgir. Aun hoy después de tanto tiempo observo muy de vez en cuando desde mi ventana la Gran Plaza y mientras los últimos rayos sol se esconden entre los soportales, espero que un día nos encontremos en aquella calle Mayor, junto a aquella cafetería de la acera de los números impares y que bajo la acaricia de la penumbra nos riamos juntos de aquella absurda situación.