Federico Jiménez Losantos
Dijo que por fin iban a gobernar las izquierdas, pero ahora dice que Bono e Ibarra se lo impiden. Dijo que Convergencia era la Cosa Nostra y que él tenía las manos limpias, pero está claro que por servir a Cataluña está dispuesto a rodar la cuarta parte de El Padrino. Dijo que quería formar un gobierno de unidad de todos los catalanes, pero empezó echando a los catalanes del PP, siguió haciendo como que echaba a los pujolistas, continúa echando a los socialistas y no echa a los restos del PSUC porque no sabrá dónde ponerlos. En menos de un día, Carod se ha quedado solo. O mejor dicho: a solas con Ibarreche. El único partido que le gusta de verdad es el PNV. Lástima que no sea catalán. Aunque por lo que dice y hace, a Carod le parece mucho más catalán Ibarreche que Piqué. Eso es amor a la patria catalana y lo demás son cuentos.
Siempre es curioso comprobar cómo los demagogos y los extremistas se comportan al llegar u olfatear siquiera su acceso al Poder. Y hay que reconocer que, de momento, Carod Rovira está dando un auténtico recital. Ya ha prometido todo a todos y se lo ha negado. Ya ha dejado entrever en todos los sentidos una cosa y la contraria. Cualquiera diría que tiene la mayoría absoluta y que va a a elegir a capricho con quién quiere bailar, pero en realidad no ha sacado muchos más votos que el PP y la mitad que PSC y CiU. ¿De donde saca pa´ tanto como destaca? Pues, evidentemente, del plus de legitimidad que en la Cataluña del siglo XXI disfruta el nacionalismo, más legítimo cuanto más extremista, del respeto con que han tratado y el cariño con que han amamantado a ERC el pujolismo y el maragallismo, del discurso “políticamente correcto” que es mitad izquierdista, mitad separatista, del “todos contra el PP”... porque representa a España. Y eso, además de cultivar el antifranquismo retrospectivo, coloca a Carod ante sus únicos socios verdaderamente fiables, que son los peneuvistas y los batasunos. Con el que realmente querría formar Gobierno Carod Rovira sería con Ibarreche y en Madrid.
De momento, la aritmética electoral no se lo permite. Pero esa es, en el fondo, su estrategia política: para tapar todo lo que va a tener que tapar en Barcelona, hay que declararle todos los días la guerra a Madrid. O sea, Arzallus. Nada bueno. Nada nuevo.