Bueno, aprovechando el anonimato te voy a contar una historia, ni me la han contado ni me la he imaginado. Exactamente, esta es mi historia personal, me pasó a mí, y esta es una buena ocasión para contarla ya que no sabrás quién soy.
Debía tener unos nueve o diez año, y ese verano lo pasaba con mis padres en el pueblo, donde ya tenía mi pandilla y nos íbamos todas las tardes a la poza a bañarnos. Por aquel entonces me recuerdo como un niño educado y muy buen estudiante.
Entre todos mis amigos de la panda, no puedo olvidar a Nito, el chico del portal encima del de mi abuela. Por las tardes nuestras abuelas se juntaban en la casa de una u otra para jugar a las cartas, y mientras, Nito y yo, nos poníamos en la mesa de la cocina a hacer los deberes de verano.
Yo no tardaba nada en hacer mi tarea de los “Cuadernos de Problemas Rubio”, en cambio Nito tenía muchos deberes porque había ido muy mal en el cole y era muy problemático. Como yo acababa primero siempre, me pedía que le ayudara con sus deberes, y lo que tenía que hacer eran todos sus deberes, porque mientras yo hacía los míos, él se entretenía dándome golpes bajo de la mesa y haciendo muescas con una navajita en la madera de su silla. En gratitud, él me llamaba inútil cuando jugábamos al fútbol, yo le servía los goles en bandeja, y si él fallaba siempre decía que era por mi culpa, porque me lo tenía creído. Si íbamos con las bicis, se reía porque decía que la mía era la que usaban las niñas en la ciudad – mi bici era una Orbea roja con una cesta en el manillar, que me la puso mi abuelo para hacer los encargos de mi abuela, compraba el pan y la leche todos los días, los Domingos el Marca a mi abuelo, y cuando me lo pedían hacía los recados a los vecinos de mis abuelos, porque me gustaba.
Todas las mañanas al salir de casa estaba la amiga de mi abuela barriendo su puerta y Nito castigado, como siempre. Cuando pasaba por su puerta siempre le gritaba lo mismo a Nito que estaba en la cocina: - ¡¡Juanito, sinvergüenza, a ver cuando aprendes de tu amigo y me haces los recados, en vez de estar todo el día maleando con el tirachinas!!, y yo siempre veía a Nito cómo me miraba desde la cocina apretando los dientes.
Ocurrió un día, casi al final de ese verano, que comenzó una tormenta de aire cuando estábamos toda la panda en el prado, comiendo moras junto a la “Casa Encantada”, una casa medio derruida, sin tejado, de la que sólo quedaba en pie unas paredes exteriores, medio rotas y muy frágiles. Decíamos que por la noche vivían los fantasmas. Esta tarde, recuerdo que Nito estaba cuchicheando a los niños, se levantaban, iban detrás del muro y volvían riéndose, así uno a uno hasta que empezó a soplar el aire de la tormenta con más virulencia, los niños con los que había hablado Nito se iban yendo con las bicis a sus casas, ya sólo quedábamos él y yo, de malos modos me dijo que le acompañara detrás de la pared, que me iba a enseñar una cosa.
Le acompañé y nos cobijamos del aire tras la pared, y pegándose mucho a mí se metió la mano en el bolsillo, y cuando sacó el puño cerrado, me preguntó si lo quería ver, yo ansioso le dije que sí. Abrió la mano y me enseño un precioso reloj de oro con cadeneta, la tapa brillaba entre sus manos sucias como la Osa Mayor, acarició las suaves filigranas del grabado de la tapa, y cuando lo abrió, en la contratapa se veía una foto en sepia de la Torre Eiffel y una esfera blanca inmaculada con manecillas doradas, recuerdo que al abrirlo se empezó a oír muy fuerte el tic-tac y que cuando fui a cogérselo de las manos, la cerró de golpe, y me dijo que me fuera a casa con mi bici de niña, que no quería que tocase el reloj que le había regalado su abuelo y me empujó muy fuerte contra la pared, algunos cascotes de encima me cayeron en la cabeza. Y volvió a empujarme y decirme que era como una niña; le empujé yo a él y empezamos a pelearnos revolcándonos por el suelo, quería que me dejase tocar ese reloj, nos revolcamos por el suelo y cuando pude escaparme de él, me empezó a tirar piedras y perseguirme corriendo alrededor de la pared. Cuando pude, cogí una piedra con las dos manos y según aparecía por la pared, se la tiré muy fuerte a la cara, le hice daño porque se puso de rodillas llorando, aproveché y le quité el reloj y acaricié el grabado, era verdad que era suave, era un reloj muy bonito. Me despabiló una pedrada de Nito que me dio en la cabeza mientras me gritaba que se lo devolviera, volví a coger la misma piedra y con las dos manos se la tiré a la cabeza, esta vez ya no lloró, se quedó mirándome mientras se caía tumbado. Le maté. O al menos eso creía. ¿Qué diría a mi abuela?, me iban a castigar… entonces se me ocurrió una cosa.
Como había mucho aire, me puse a empujar la pared de la casa, con todas mis fuerzas. Como no era suficiente, tomé un trozo de viga de madera para hacer palanca como había estudiado. Mientras se tambaleaba la pared, oía a Nito gritarme que le devolviera el reloj. La pared cedió y se desplomó sobre él.
Vinieron hasta de Radio Nacional al pueblo para hacer preguntas, tanto a ellos como a la policía les dije la verdad; que cuando jugábamos empezó a hacer viento y todos nos fuimos a nuestras casas, menos Nito, que dijo que se iba a quedar un rato más comiendo moras en la casa encantada.
Ya han pasado más de cuarenta años y el reloj de oro no se me retrasa.