Hoy tenía, los tenía de verdad, pero la tarde se me ha adelantado. En la lejanía del horizonte los truenos se llevaban con ellos los ecos de mi alma. Al menos así los he notado, así la he sentido. Como gruñendo un dolor que no comprende pero que de veras conoce.
Esta tarde la lluvia corría por mi rostro, besándolo a cada milímetro, recogiendo los vestigios de tu tacto. No hace tanto que trazaste mis formas con tu mano. Podría haber llorado entonces, cuando goteaba desde mis cejas, y por la frente y las mejillas, la pura vida que tanto reclama la tierra al cielo. Lo habría hecho y no habría encontrado repercusión ninguna, nadie podría haberse percatado de las fugas de dolor a través del color de mis ojos. Ni siquiera el silencioso amigo que a mi lado caminaba.
Sin embargo no lo he hecho. Es más, no he podido evitar una irrefrenable sonrisa al sentir la pura vida más allá de la existencia. Sonreír mientras me temblaba el alma en la negrura de las nubes que extendían su imperio allende los límites de la vista humana. Lo cierto es que no se me ocurría mejor tributo a ti, ni a nosotros, a lo que nos queda juntos.
Ha sido el mejor homenaje al culto que inventamos en mi cama. Eso y bendecir el viento que empujaba las gélidas gotas, la extraña luz de los días lluviosos de otoño infiltrado en la capilla ardiente de septiembre, donde se vela al verano. Es y ha sido así siempre, y en esa hermosa iluminación he visto que no podía cambiar mi canción ni el tono. Porque todo era hermoso.
Porque en ese instante, aunque tú ya no lo supieras y yo ignorase lo demás, tú aún eras mía. De hecho lo estabas siendo y podía evocar en el olor a tierra mojada cada una de tus caricias, y sentirte sobre mí y a mi lado, rodeándome de imágenes atávicas sobre religiones de amor y pasión perdidas mucho tiempo atrás.
Y aunque no lo sepas aún lo eres. Aunque tus manos busquen otro rostro y tus labios otro nombre, sé que aún restan muchas noches hasta que mi lengua olvide cómo te llamas; y muchos más días hasta que comprenda que el sol es el sol y no ya tus ojos. Tu cuerpo seguirá seduciendo las calles con tus pasos, y cuando el invierno cese en su labor tú vestirás de nuevo a los árboles y los enjoyarás con esmeraldas. Sé que de nuevo la vida se postrará ante y tras de ti, y que yo podré verlo en mis recuerdos porque, sinceramente, el aire cargado de aromas, y de promesas en esos aromas, me susurrará tu nombre. Yo desearé que añada que no me has olvidado, que no lo harás nunca porque no podrías hacerlo. Porque quieres conservar lo que quede de mí en tu memoria como una parte de ti misma.
Estoy convencido de que mientras el calor me queme en el próximo verano a ti las largas jornadas de luz te barnizarán la piel de color almendra para despertarme el hambre, y en las noches templadas la luna me arrancará suspiros de lo más hondo del alma con los que aliviará cualquier dolor que sientas.
Seguramente no podré convencerte de que te quedes, pero tampoco podrás irte para siempre, ya que posiblemente algún momento o alguna escena te recuerde cualquier loco texto de los que he escrito mientras guiabas mi pensamiento. Sin que tú lo supieras.
No obstante, ya te digo, que no has de buscar en mí las razones para no irte puesto que los dos sabemos que de sobra las encontraría. Y que eso sería hacer trampa, hacer trampa en tu juego de libertad.
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