Día 1
Dejó junto al teclado el callejero de la ciudad. Sobre la mesa no había más que el monitor, una botella casi acabada y sin gas de refresco, y una lámpara que iluminaba las teclas.
Cogió el teléfono y marcó. Una voz indistinta que podría ser la de otras veces o no respondió con un saludo ininteligible con acento de rutina y cansancio.
- Quería por favor acogerme a su oferta de dos por uno. Medianas. Hawaiana y barbacoa con cebolla en lugar de pimientos. Sí, una bebida por favor. Gracias.
Cogió un plato y un cuchillo (esos vagos nunca cortaban bien las porciones) y los puso en la mesa, sobre un mantel individual de tela. Encendió la televisión sólo para pasar de canal en canal hasta que llegó el repartidor. Pagó y dejó el cambio de propina. Se sentó a la mesa y activó la transmisión de imagen desde su ordenador a la televisión. Aparecieron varias líneas blancas cruzándose y una serie de puntos de color, unos rojos y otros verdes que intercambiaban sus colores.
Cortó la pizza y mientras se llevaba el primer trozo a la boca sonrió satisfecho.
Día 15
Entró en el despacho nervioso, con unos papeles manoseados y sudados en una mano y estirando sin éxito su camisa en un intento de adecentarse un poco.
- Señor, siento molestarle pero creo que se trata de algo importante.
Desde el fondo de su despacho, el alcalde levantó su cabeza canosa de las fichas que leía y le lanzó una mirada rápida de evaluación que conluyó en una mezcla de decepción y repulsa.
- Tengo que preparar mi rueda de prensa ¿sabe?
Empujó sus gafas con el dedo índice y respiró hondo para tratar de calmar sus nervios. Sabía que no era el mejor momento. Sabía que la secretaria le había dado paso sólo por una mezcla de compasión y curiosidad por ver cómo salía luego del despacho.
- Entiendo señor, -consiguió decir- pero estos datos que nos han llegado hoy podrían llamar su atención.
Al levantarse, el alcalde dejó lucir su corpulenta figura. "Sin duda su madre siempre le decía que sólo tenía los huesos fuertes" se atrevió a pensar el nervioso empleado, arrepintiéndose al instante de haber permitido que se le pasara algo así por la cabeza. Sintió la mirada severa de alcalde.
- Creo que esos datos no van a cambiar hasta que termine ¿verdad?
- No señor. Bueno, creo -se corrigió-, supongo que no.
- Pues entonces salga de mi vista y vuelva más tarde.
Acompañó sus palabras con un gesto de la mano antes de retomar sus fichas y empezar a murmurar para sí alguna parte de su discurso o las respuestas a las preguntas preparadas para los periodistas afines a las que respondería mientras ignoraba a los que más probablemente serían críticos y tratarían de hacerle quedar mal.
Día 20
- Lo siento pero el señor alcalde está reunido.
La voz de la secretaría sonaba ya especialmente cansada. Aunque aquella mujer no superaba los 40 años y podría considerarse atractiva, su voz era la de alguien más bien cerca de su jubilación. Detrás de sus gafas dejó entrever una mirada de compasión por aquel personaje que llevaba toda la semana intentando acceder de nuevo al despacho del alcalde, con su camisa sin planchar, sus papeles sudados y cada vez más arrugados y esas gafas que se resistían a mantenerse en el puente de su nariz.
Sin protestar, el hombre se giró y empezó su camino hacia la salida.
- James ¿verdad?
Volvió la mirada hacia la secretaria con un gesto de sorpresa.
- Te llamas James ¿no?
- Sí.
- Mira James, estamos en pre-campaña por la reelección. Si lo que tienes en esos papeles no está relacionado con algo que haga al alcalde ganar votos, puedes olvidarte de volver a verlo hasta que terminen las elecciones.
- Pero esto es importante y debo hablarlo con él. ¡Hay vidas en riesgo!
No quería pero lo había conseguido: había sonado alarmista y paranoico. Genial. Así le tomarían más en serio.
- James ¿seguro que no hay alguien con quien puedas hablar? Algún superior más directo de tu cargo en... en... - lo cierto es que no sabía de dónde venía aquel hombre.
- Tráfico. Control de tráfico - su voz tembló teñida de decepción y autocompasión -. Y no, el jefe superior de la policía prefiere que hable con el alcalde. Dice que ya tiene demasiado en lo que pensar intentando que sus agentes cumplan con su trabajo y dejen de dar paseos de café en café.
Pobre hombre - pensó Kate-, ni siquiera sabe cuándo lo están ignorando. O tal vez sí. Sí, en su gesto se puede ver que simplemente acepta lo que le dicen porque se ha cansado de protestar. Pobre hombre -pensó una vez más mientras James volvía de nuevo la cabeza y salía cabizbajo de la habitación.
Día 22
Kate entró en la cafetería de enfrente del ayuntamiento intentando aprovechar su descanso para tomar algo caliente y desconectar por unos minutos de la agobiante atmósfera del gabinete del alcalde, con sus andares petulantes y orondos y esa boca llena de saliva que saltaba cada vez que daba alguna instrucción.
Entre la cola frente a ella, sintió que unos ojos la miraban pero cuando intentó fijarse un poco, aquella persona giró la cabeza y trató de volverse invisible entre las demás. Kate suspiró, sonrió levemente y levantó la mano.
- ¿James?
- ¡Oh! Hola... - giró la cabeza azorado e intentó recordar su nombre mientras se colocaba las gafas y arrastraba los pies hasta donde estaba ella.
- Soy Kate, la secretaria del alcalde. Tranquilo, no nos habían presentado.
- ¡Ah! Sí. Claro. ¿Quieres un café?
- Sí, James, para eso he venido a la cafetería.
- No. Ya. Claro. Quería decir... - bajó la voz hasta hacerla un murmullo y ocultó su mirada girando la cara.
- Sí, gracias. Puedes invitarme a tomar un café - la inseguridad de James le hacía a ella sentirse más fuerte, tomar el control de la situación. Algo nuevo, para variar, en su vida de callar y obedecer cualquier instrucción del señor alcalde de las pelotas. Llevaba sólo una legislatura con él y no soportaba ya ni su presencia desde el primer mes. - Pero has perdido tu sitio en la cola, querido.
- ¡Oh! Sí. Sí, es cierto. Lo siento.
- Tranquilo. No te disculpes. Mientras esperamos cuéntame qué tal te va con eso "tan importante" que necesitas contarle al alcalde - y en cuanto terminó su frase empezó a arrepentirse de haber sacado el tema. Tal vez eso le hiciera sentirse más incómodo, un recordatorio de su fracaso o algo así. Pero cuando vio la forma en que se le iluminaba el rostro a aquel hombre se empezó a arrepentir pero por otros motivos. No quería soportar cualquiera que fuera el rollo que este le iba a contar y ya sentía su excitación al creer que alguien le prestaba atención. Podía ver cómo incluso su postura cambiaba, parecía crecer por momentos. Vaya -pensó- así que así es cuando está realmente erguido. Tiene hasta buen porte.
-... con estos datos y estadísticas puedo probarlo y creo que alguien debería iniciar una investigación.
Miró ansioso de una respuesta por parte de Kate, que se sonrojó al darse cuenta de que mientras divagaba sobre el físico de James había ignorado totalmente lo que decía.
- ¡Vaya! ¿Y de verdad nadie te quiere escuchar? - "Idiota" pensó "ni siquiera tú misma le haces caso" - Parece algo relevante.
- Es lo que intento decir a todo el mundo - exclamó-. Pero -bajó la cabeza- nadie me cree cuando digo que es importante.
- ¿Has probado con la prensa?
- Que si... ¿cómo dices?
- ¿Qué van a tomar? - interrumpió la voz de la cajera.
- Para mí un café latte con sirope de alce. ¿Y tú, James?
- Tomaré uno solo.
Cogieron sus vasos de papel y buscaron un lugar donde sentarse. En silencio y mirando cada uno su café mientras el azúcar se disolvía al remover la bebida. Kate aprovechó para estudiar un poco más a fondo a James. Su gesto volvía a parecer contrito pero recordándolo erguido se sorprendió pensando que hasta podría ser atractivo si dejara de llevar ropa tan arrugada que parecía que hubiera dormido con ella. "Espera" se asustó "igual sí que duerme vestido. No, por Dios, no creo".
James, por otra parte, evitaba mirarla. Cada vez que había intentado ver al alcalde ya se había fijado en el pelo, los ojos y el cuello de Kate. Había notado sus leves pecas en la piel y el color rojo pero discreto de sus uñas. Ahora que la tenía más cerca podía ver por el rabillo del ojo más detalles de la blusa blanca que semitransparentaba su ropa interior, el primer botón abierto. Y también, ahora que su mesa escritorio no la tapaba, podía ver cómo la falda llegaba hasta la mitad de su muslo y cómo su piel seguía hasta esconderse en unos zapatos negros, a juego con la falda y la chaqueta que ahora colgaba del respaldo de su silla.
- La prensa. James. Creo que deberías intentar contactar con algún periodista y ofrecerle tu historia. Tal vez no un periódico muy grande, pero al menos uno que quiera informar a la gente de lo que has encontrado ¿no?
- Sí, bueno - le costó recordar que ese era el tema de su conversación antes de aquella pausa para admirar aquel cuerpo lleno de femeninidad- no sé. Es un tema delicado, ya has visto.
Kate se maldijo una vez más por haberse distraído y no saber realmente de qué estaban hablando. Pero intentó recomponerse.
- Puede ser. Bueno, piensa en ello -miró su reloj para tener una excusa-. Creo que debería irme ya o el alcalde empezará a enfurecerse -"Realmente no es una excusa, ese capullo podría tanto no darse cuenta de que no estoy como echarme en falta y encapricharse con algo que yo debería hacer y no hago. Maldito sea".
Se dieron la mano -Kate sintió el sudor de James y trató de no secarse delante de él- y se despidieron.
- Ya nos veremos, James. Piensa en lo que te he dicho.
James respondió sólo asintiendo con la cabeza y volviendo a concentrarse en su café. "¿Un periódico? No parece muy buena idea. No sé cómo reaccionaría la gente si esto saliera a la luz".
Día 24
Dejó la prensa del día sobre la mesa, frente a él. Todo iba perfectamente. Ni una sola noticia hablando de su obra. Sí, claro que había aparecido una o dos veces en la sección de sucesos: un caso especialmente destacado con una mujer embarazada y un hijo de un año en su cochecito. Pero por lo demás, todo seguía tranquilo.
Una parte de él se sentía tentada a trabajar más intensamente en su proyecto, ampliarlo, llamar la atención. Pero no se permitía a sí mismo dejarse llevar. No. No sabrán ni cómo ni por qué lo hago – se repitió-. Por eso lo hago. Aunque puedo, tal vez, ampliar mi radio de acción un poco, eso lo hará más interesante también para mí.
Tomó el teclado y el ratón y trabajó durante unas horas. Luego dejó el callejero de la ciudad junto al teclado, cogió el teléfono y encargó dos pizzas.
- Extra beicon en la barbacoa, por favor.
Día 26
-Disculpe ¿el señor Goldsmith?
Aquella redacción contaba con cinco mesas en sus respectivos cubículos y un despacho cerrado que ocupaba una de las esquinas del piso. El del director, supuso James, ausente o escondido tras las persianas que cubrían las dos ventanas y la puerta. Frente a sí, tenía una mesa cubierta de papeles, diarios de fechas pasadas, varios bolígrafos, tres tazas de café con aspecto de llevar días ahí dado el volumen de papeles que sostenían sobre cada una de ellas y una pantalla de ordenador rodeada de post-it tapándose unos a otros. Y tras aquella montaña de basura, le miraba un joven con cara de sorpresa. Tendría menos de treinta años y daba toda la sensación de ser un recién emancipado que todavía no había aprendido a vivir solo: ropa mal lavada y arrugada, aspecto desaliñado con barba incipiente y en la mano un sándwich de máquina de autoservicio que parecía lo más destacado de su dieta, viendo los envases de sándwiches anteriores y bolsas de patatas fritas y gominolas que rebosaban en la papelera al lado de su escritorio. James ni siquiera intentó estirar su camisa: en presencia de aquel hombre casi podía sentirse elegante.
-Puedes llamarme George – extendió la mano para saludar y al darse cuenta de que aún tenía en ella el sándwich, lo dejó, se limpió contra sus pantalones vaqueros y esperó a que James la tomara - ¿eres ese tipo que dice que tiene una historia interesante?
-Así es. James.
-Y, James ¿qué te hace pensar que aquí van a publicar tu historia?
James miró a su alrededor otra vez. Esas mesas, sobre las que podía incluso ver el humo de algún cigarro a pesar de la prohibición que colgaba en una de las paredes, esa luz llegando de grandes fluorescentes colgando del techo y que dejaba en penumbra todo más allá de los cinco habitáculos. Se avergonzó al notar la mirada inquisitiva de George y trató de disimular.
-Ya, somos un panfleto de mierda que debería publicar cualquier cosa que pudiera hacernos más interesantes ¿no?
-Yo no… -titubeó- Yo no he dicho eso –dijo azorado-. Yo NO pienso eso. No…
-James, sé dónde trabajo. Terminé periodismo y me viene a la gran ciudad pensando que ganaría un Pulitzer trabajando para un gran diario –suspiró-. Tranquilo, puedes dejar de intentar que me crea
que me respetas.
-De verdad que no… -empezó a decir pero pronto aceptó la inutilidad de intentar cambiar la impresión que había dado- El caso es que estoy aquí porque me da miedo ir a un periódico más grande. Seguro que me ignorarían –“Igual que en todas partes” añadió para sí.
-Pero también sabes que si lo publicamos aquí, muy poca gente va a enterarse de eso lo-que-sea que quieres publicar ¿verdad?
-Ya –reconoció tímidamente- pero al menos habré hecho algo, como dice Kate.
-¿Kate? Vaya, vaya –sonrió con picardía- ¡hay una chica en esto! ¿Quién es esa chica?
-No, nadie. No es nadie –“Genial, ahora parezco un loco que trata de impresionar a una chica. Maravilloso”-. Mira, aquí tienes mis notas, los datos y algunas observaciones –le tendió una carpeta de cartulina con varias copias de sus manoseados papeles- sólo quiero que los mires. Podemos hablar después sobre lo que opinas. Por favor.
-De acuerdo.
Cogió un bolígrafo e intentó escribir en la carpeta el número de teléfono que James le dictaba. No escribía. Intentó garabatear pero acabó por tirar el bolígrafo sobre la mesa y coger otro. Uno que tampoco escribía y que volvió a la mesa rodando. James suspiró. El tercero empezó a escribir después unos rayones y el número quedó apuntado.
George cogió la carpeta y la hojeó. Muchos números. Varias gráficas con líneas ascendentes, explicaciones mecanografiadas y varios comentarios escritos a bolígrafo en los márgenes. Miró con suspicacia a James, notó su consternación y trató de sonreír. Prometió echarle un vistazo después y llamarle. Mientras su visitante se alejaba hacia la puerta volvió a mirar la carpeta. “Sí, George, sí –se dijo irónicamente-. La historia que te hará famoso y respetado seguro que está aquí, por supuesto. Bueno –se consoló- al menos le hemos dado a ese pobre hombre un poco de atención. Parecía realmente necesitarla”. Dejó la carpeta sobre otra pila de papeles y volvió a su ordenador.
James caminaba intentando convencerse de que había hecho “algo”. De que no había simplemente perdido el tiempo yendo a ver a ese periodista. Había sabido de la existencia de ese periódico –tal vez llamarlo así sería demasiado decir- por casualidad, al encontrar un ejemplar abandonado en el asiento del metro al volver a casa después de su encuentro con Kate. Una gran foto ocupaba la portada, con un enorme titular alarmista sobre algo en la comida. Lo había cogido por pura curiosidad y había acabado por leerlo mientras comía su cena precocinada calentada al microondas. De entre todos los textos, los dos firmados por ese tal George Goldsmith le habían llamado la atención por ser los más comedidos. Algo menos amarillistas, aunque inevitablemente dentro de la línea editorial, por supuesto.
Levantó la vista de su café para llevar, ya frío y esperó a que el semáforo cambiara a verde para los peatones. Cuando brilló el verde, varios peatones empezaron a moverse, absortos en sus teléfonos, periódicos o revistas y James sintió que un par de hombros chocaban contra él cuando dio dos pasos a un lado para tirar su café. Y entonces todo pasó muy rápido. Estiró el brazo sobre la papelera y al abrir los dedos para dejar caer el vaso de papel sintió un movimiento por el límite de su margen de visión: una masa metálica, grande y alta. Giró la cabeza para ver mejor pero antes de enfocar su mirada oyó dos golpes secos contra el metal. Cuando por fin se encontró mirando a la calle, pudo ver la parte trasera de un autobús.
Y entonces todo invadió sus sentidos al mismo tiempo: gritos de miedo, aullidos de dolor, gente corriendo, un taxi chocando contra el autobús, el metal aplastado, la explosión del plástico de los focos, el rojo de una mancha de sangre se extendía desde el paso de peatones hasta debajo de las ruedas delanteras del autobús, las voces angustiosas pidiendo ayuda por teléfono, el olor a humo. Se miró perplejo, en shock. Sus manos temblaban. Si no se hubiera parado a tirar el café, ahora sería él ese cuerpo bajo el autobús. Miró a su alrededor. Vio el caos que lo rodeaba. Vio el miedo.
El semáforo para peatones cambiaba de nuevo a rojo en James Bacon Av.