El maleducado, o la maleducada, suele cumplir una función de tonto útil en una sociedad civilizada, o mejor dicho, cortesana, todo el mundo trata de ajustarse a las convenciones sociales y responde a unos niveles de cortesía aceptados.
Cuando alguien se salta las normas de cortesía, y suelta el palabrón, o dice una cosa groseramente, pueden ocurrir dos cosas:
a) que lo que esté diciendo esa persona sea una verdad como un templo de grande, en cuyo caso pasa como suele decirse que sólo un niño y un borracho dicen la verdad. El grosero también, a veces -no siempre- dice la verdad.
b) que esa persona siente animadversión, odio, rencor, algún sentimiento negativo contra su interlocutor. En este caso, recibimos una clara y nítida advertencia.
En ambos casos, el grosero, la grosera, nos están dando una información preciosa sobre su forma de ser y naturaleza, que nos servirá para poder tratarle adecuadamente si nos vemos obligados.
De todos modos mi opinión es que la gente más peligrosa y dañina que existe, tiene un lenguaje finísimo y miente con una gran elocuencia. Véanse por ejemplo las declaraciones de los últimos días de miembros del Gobierno donde demuestran lo poco que les importa una sentencia, pero sin utilizar una sola palabra malsonante.
También algunos políticos son expertos en aparentar talante afable y cercano, cuando en realidad son hienas carroñeras carentes de la menor empatía.
El grosero, cuando es sincero, nos puede servir de feedback negativo. Algo de razón tendrá, aunque la forma de comunicar no sea adecuada. Y cuando no es sincero, está verbalizando una tensión emocional que existe, de eso debemos tomar nota.