Érase una vez la señora Hipocresía aburríase en su casa de tanta monotonía. Hipocresía necesitaba un amigo, un compañero, un amante o alguien con quien compartir sus minutos de jodienda. Porque para joder se necesitan al menos dos entes, juntóse con el señor Dinero, apadrinado en el municipio de la superficialidad. Esa misma noche echaron tal polvo que hasta los vecinos se enteraron. Envidia daba con el mango de la escoba desde el piso de abajo, chillando que dejaran de armar escándalo, que quería dormir. Realmente quería soñar que era ella la que se acostaba con Dinero, la que echaba aquel salvaje polvo. Soledad, la del quinto, se acurrucaba en una esquina de su cuarto, y con unos tapones en los oídos, aguantaba la marea. El del piso de enfrente de la escena, Orgullo, saltaba y botaba y simulaba gemidos de mujer ensayados para la ocasión, emulando una escena aún más brutal.
Nueve meses despues, aquel salvaje y sonado polvo tuvo sus frutos. Un jodido enano cabrón dispuesto a joder por doquier logró atravesar la jungla que Hipocresía guardaba entre sus piernas y con un gesto como de comer algo agrio, se quitó el pequeño bigote que le había dejado semejante pelaje bajo su nariz. Despues de este primer contacto con el mundo exterior, juró que de mayor no comería chochos, el lo tenía claro, iba a ser chupapollas. Iba a ser el que ponía el culo cuando hacía falta, para que su papi, el señor Dinero, estuviera contento, y para que su mami, la señora Hipocresía, hiciera honor a su nombre. El iba a ser un pelota, un chivato... un indeseable.
Y así fue. Se hizo mayor y empezó a hacer sus pinitos. En el colegio simulaban el ruido de una pelota botando cuando salía al encerado y sólo hablaba con los que sacaban las mejores notas y con el profesorado. Si tenía problemas llamaba al Sr. Dinero y éste se los resolvía, si necesitaba algún consejo consultaba con su madre, y guiándose por ella tomaba las decisiones.
Hasta que un día le conocí. Ganaba más dinero que yo y le daba igual hundir a tres que a treinta, él sólo quería tener contento a su papi. Y me hundió el muy hijo de puta. Me hundió de tal manera que sólo en este texto la impotencia toma forma y se convierte en odio. Odio a ese enano cabrón, a su padre y a su madre, y a todo lo que le rodea. Hoy más que nunca.
w1r3d --- 19/12/02 20:32 Un mal día : p