Das Boot es importante no solo como una excelente película ( por cierto, la versión completa se estrenó hace tiempo por la BBC en forma de serie, al margen de la nueva tanda de entregas televisivas recientes inspiradas por este título que también son realmente buenas ). Es mucho más que eso porque fue una de las pioneras ( apenas cinco años antes el gran Sam Peckinpah estrenaba La Cruz de Hierro ) en mostrar esa desmitificación de la guerra que había presidido las cintas bélicas previas, esas de las que los militares curtidos se reían al ver en pantalla. Estamos hablando de 1982, en Los Ángeles. Nadie sabía quien era ese cuarentón alemán que venía de la televisión y que había triunfado en Europa con un film de submarinos. Por entonces en USA el cine extranjero era, en el mejor de los casos, cosa de snobs, y era extraño que los productores se atrevieran a promocionar algo de fuera de las fronteras. La proyección no empezó bien. Cuando salieron los textos iniciales recordando la trágica epopeya y que de los 40.000 hombres que sirvieron en los U-BOOT murieron 30.000, y que de 800 sumergibles se hundieron 700, la gente empezó a aplaudir de manera estruendosa y con mofas a las víctimas, los antiguos enemigos. Pero cuando terminó la proyección, la imagen fue muy distinta. La gente estaba realmente emocionada y sentía empatía con aquella desdichada tripulación ( en sentido figurado y también real, Petersen tuvo a los actores privados de luz durante semanas para mostrar ese aterrador aspecto demacrado ), y, por ende, con la experiencia de la guerra y la muerte. Das Boot fue un éxito también en la taquilla norteamericana y supuso el cambio definitivo de paradigma que se haría muy evidente años más tarde con Platoon y demás.
Wolfgang Petersen se rindió finalmente a Hollywood, sí, pero lo hizo de manera muy digna, conocedor de su trabajo y como buen artesano dotando siempre a sus productos de personalidad propia. La última vez que intervino en un guion fue en La Noche de los Cristales Rotos, film un tanto infravalorado pero que no carece de interés. Pero pudo haber sido también un tipo de cineasta muy distinto si hubiera seguido la línea de sus compatriotas de la época. Una anécdota: cuando se pasó La Consecuencia por la televisión pública alemana, en 1977, una película donde Jurgen Prochnov interpreta a un homosexual que ingresa en prisión y se enamora del hijo adolescente de un guardia, el escándalo por lo que se mostraba fue tal que los propios empleados de la cadena hicieron saltar un fusible para interrumpir la emisión. En El Jugador de Ajedrez, para mí la mejor película sobre el tema junto con Innocent Moves y recientemente Gambito de Dama, siempre recordaré la imagen del personaje interpretado por Bruno Ganz enfrentado a su rival Koruga jugando con una pequeña bola entre sus dedos ( no quiero hacer spoiler ) ya más allá del límite de la cordura en una apuesta literalmente a vida o muerte. De modo que sí, era un director de blockbusters, pero porque quiso. Y si se hace como es debido, no es ninguna deshonra. Sus películas tienen auténticos "momentazos".
Bonus Extra.- Troya contiene el que es, para mi, el mejor enfrentamiento entre rivales visto en pantalla. La coreografía de la lucha entre Héctor y Aquiles es tan buena que nunca me canso de verla. Aunque claro, si nos atenemos a lo que nos cuenta Homero el propio Héctor dio tres vueltas a las muralla de Illios antes de atreverse a encarar a Aquiles y solo lo hizo porque la diosa Atenea le dijo "Date la vuelta que hasta aquí hemos llegado" . Y ya puestos Hércules la había conquistado mil años antes él solito, pero esa es otra historia. Que la "realidad" no estropee una buena historia
. En fin, sea como fuere los actores, Brad Pitt y Eric Banna, que no quisieron usar dobles, llegaron a un pacto de caballeros por el cual, para intentar no hacerse daño, cada uno pagaría al otro 50 $ por cada golpe leve que recibiera, y 100 $ por un golpe fuerte. Al final Pitt tuvo que pagarle 750 $ a Banna, que no tuvo que pagar nada.