Mis ojos
descansan
en tus blusas estampadas,
junto a las flores
que recogen tu
busto,
decorando
tus formas,
(pletóricas
y amables)
tus caderas
y los mitos
que un día,
serenamente,
descubriré
junto a las escaleras
de ese pasillo
eterno
e inabarcable
que envuelve
mis pasos.
Camino de casa,
con las hojas
secas
cayendo sobre mis
hombros,
pienso que
la melancolía
es un pasaporte
efímero a la felicidad,
que los días
habitan en los árboles
y en otoño
visten las calles
con tonalidades
imperturbables,
hasta que los barrenderos
borran las huellas
para que los
niños
no resbalen.
(Dios, ¡la felicidad!)