No, no te marches.
No, no la olvides.
Deja que siga el oleaje,
al mediodía, que pruebe tu comida.
No debo quitarme el vendaje,
quiero seguir a tu lado aunque me cueste la vida.
Es complicado entender,
que aunque cerca estés,
nunca jamás te pueda ver.
Que esta fina línea haya sido cortada,
que la consumación llegue después.
Y recuerdo tu morada, llena de luz,
el olor a cocido.
Tu delantal.
Te estoy llamando pero no contestas,
la razón de mi desdicha está en tu final.
Como el cielo que convive entre siglos,
el tiempo,
marchito y traicionero, recuerdo para escribir libros.
Nostalgia que me invade, abuela, al contemplarte,
ahí, sentada, en tu butaca mientras con arte,
ondeas el abanico.
Melancólica tristeza.
Éste es el fin de mi infancia donde tú,
entre sonrisa me regalabas ilusión.
Donde tú, mi más querido ser, me abandonaste,
sin quererlo, sin saberlo.
Pues oculto, entre llantos, estaba tu secreto,
no lo supiste.
Qué triste es pensar en la plenitud y mirarte,
en mi mente, vivir viejos momentos,
donde siempre estuviste presente.
El comedor quedó vacío y contigo arrastraste
desde sueños hasta conversaciones.
Muerto en vida están ahora mis pensamientos
y cada noche sollozo, inmerso en momentos.