Algún día dejaré de existir. Dejaré este mundo silenciosamente, como lo hacen las hojas otoñales al caer. Dejaré de respirar ese aire puro que alimenta mi alma inquieta. Formaré parte de lo oscuro, de lo temido.
Mis ojos serán deslumbrados por el último rayo de sol reflejado en mis pupilas.
Porque todo tiene su fin, no quiero que la vida pase sobre mí, de manera indiferente, nula, dejando únicamente las marcas de los años vividos en mi rostro.
Quiero ser yo la que pase por la vida, llenando mi mente de momentos intensos merecedores de ser recordados para siempre. Quiero ser libre: libre del qué dirán, de los rencores, de las apariencias y de las falsas promesas.
No quiero encontrar las respuestas a todas mi preguntas sino hallar el sentido de por qué formularlas.
Pasearme por los callejones misteriosos de la vida. Adentrarme en el corazón del mundo, guiándome por la intuición. Sonreir sin miedo, hablar claro y esperar paciente. Todo llega, todo pasa y nada se olvida. Creemos que olvidamos los malos momentos pero sólo los guardamos bien lejos, esperando haber aprendido la lección.
Esto es la vida, donde el infierno y el cielo se mezclan hasta confundirse. Aquí, donde el bien y el mal son las dos caras de la misma moneda: vivir.
Nadie nos dijo que esto era fácil o simple. Ni tampoco nos preguntaron si queríamos estar aquí.
