Me he resistido en estos últimos meses a confesar públicamente mi simpatía hacia Barack Obama para no interferir en lo más mínimo en el proceso de elección que estaba desarrollando el Partido Demócrata. Quienes me han pedido un pronóstico en privado saben que, sin lugar a dudas, aposté claramente por Obama.
Mi convicción fue siempre que obtendría más apoyos, sin menospreciar el trabajo realizado por Hillary Clinton. Pero, además, contó, desde el principio, con toda mi simpatía. Cuando, hace unos meses, se recibió en el PSOE la invitación para participar en agosto en la Convención del Partido Demócrata, ya les avancé a mis colaboradores que iría representando a los socialistas para apoyar un hecho histórico en ese país: por primera vez un negro como candidato y, estoy convencido, como primer presidente de los Estados Unidos de América.
La campaña de Obama me interesó política y técnicamente desde sus inicios y la he seguido especialmente porque he encontrado muchas similitudes con procesos de renovación vividos en España. Obama tiene la frescura y la fuerza ilusionante que necesita una sociedad como la norteamericana y que, por la influencia que ejerce ese país, precisa la política mundial.
Lo de Obama ha sido todo un ejemplo para muchos, por múltiples circunstancias. Sin duda abre una nueva etapa para los EEUU y para el mundo. Nada será igual a partir de ahora. Confío en que obtenga el apoyo de una mayoría de ciudadanos americanos y pueda desarrollar todo el potencial que lleva dentro. Él ha demostrado que se puede y confío en que, entre todos, podamos también cambiar la orientación de la política mundial que heredamos de la era Bush: guerra, pobreza, miseria intelectual y crisis económica.
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