Dicen que existe un espacio refractario en el que, al llegar al orgasmo, algunas mujeres pierden el estado de conciencia. La petite mort.
Midiátrica, clava sus pupilas en las mías cuando el placer se lo permite. Veo en ella mi reflejo.
Noto su pulso acelerado al pellizcarle los pezones. Está ardiendo.
No se queja cuando le clavo los dientes en el cuello y acabo lamiéndole tras la oreja. Sólo jadea y agarra las sábanas entre sus dedos con fuerza como si fuese a despegar al soltarlas.
En su nariz todavía quedan restos de la coca que se ha esnifado encima de mi rabo. Se la quito de un lametón.
Me hace una herida en el labio al besarme. Sabor metálico. Sabor a látex.
Inspiro. Penetro. Espiro.
Temblando, me rodea con las piernas y hace que me quede dentro. Contengo la respiración.
Voy a estallar.
Agarro su cabeza con mis manos. Mis pulgares casi llegan a cubrir su cara entera. Entre los dedos, una boca entreabierta. Entre sus piernas un segundo más sin respiración.
Inspiro. Me corro. Expira.
Dicen que existe un espacio refractario en el que, al llegar al orgasmo, algunas mujeres pierden el estado de conciencia. La petite mort.
Cinco personas dentro de la habitación. Un flash sobre la bolsa de la mesita. Un teléfono descolgado. Dos pupilas que se encharcan. Una denuncia por posesión.
Hora de la muerte: 04:35.