Andrés es un músico autocrítico
El compás era cláramente de un vals,
en el sótano de Andrés
y daban una y otra vez
un pase de Apocalypse Now.
-El escenario va alzado
sobre el público objetivo-
Dice José,
mientras aguanta el vaso
con la mano y el piso con el pie.
Ya sonó el microondas,
a ver quién saca esta vez
las palomitas sin quemarse
o sin comerse primero un buen puñado.
Que aquí entro yo
y mi escena no entraña nada complicado,
en mi mano el control del televisor
y el sofá bajo mi extremidad anterior.
Una rubia y otra morena
sortean la noche en el canal veintitrés,
quitándose la ropa
cuando las llaman al novecientos seis.
Y un perro ladra cuando la luna
se esconde tras las nubes,
como quien echa de menos
a un amor de fotomatón,
al abrir su cartera de piel.
Y eso que dicen de olvidar
cuando uno sienta la cabeza,
no le sienta nada bien al cantautor
autor de sus letras,
advierte Andrés.
Un músico autocrítico
sabe reconocer qué ha hecho mal
y cuándo dejó de hacerlo,
para volver a hacerlo igual,
esta vez sin medicar.
Esta resaca le ha secado la voz
a mi afeitado de segunda mano.
Es un nuevo intento para provocar
rachas en sintaxis de corte cerebral,
es un nuevo deseo de volverte a ver
que se me quitó ayer
y, hoy despierta en un sueño firmado
con tu pintalabios de femme fatal.
El compás cambió para entonar un bolero
sobre el escenario
y Andrés no canta nada mal
sin tomar más vitaminas.
-El foco alumbra su sonrisa
sobre el público objetivo-
Dice José,
aguantando el equilibrio,
vaso en mano para no olvidar su caso.
El regreso de un rey a su trono
y de sus lacayos al foso.
Todo marcha en orden
en la tierra del pecado inmortal
mientras dura el espectáculo
y el tiempo vuela con festividad.
Y todos cantan
el nuevo corte del director
porque improvisa de corazón.
Una vez se te cae el pelo
basta con disimular con un sombrero
y mientras no les pase a todos
seguiré disimulando
que estoy fuerte,
como el roble después de cada invierno,
para vestir traje de negro
y zapatos de piel de cocodrilo
con andares de león.
Y eso que dicen de olvidar
cuando uno sienta la cabeza,
no le sienta nada bien
al corazón del soñador
autor de sus ensoñaciones,
digo yo.
Un poeta autocrítico
nunca reconoce en qué se equibocó
y cuándo dejó de equibocarse,
para volver a hacerlo igual,
esta vez sin femme fatal.
Los amores más reñidos,
a José le costaron el hígado,
además de su experiencia presencial
en el hospital
y, unas cuantas letras de desamor,
en régimen de abstinencia total,
admirando las chicas calendario
de un playboy que encontró
bajo el colchón.