A besarme los pies             llegan las olas
en caricias de agua             para marcharse otra vez.
Me dejan un suspiro,            un segundo de eternidad,
un regusto en la boca            a soledad.
Ya llegan las olas             al abismo de mi cuerpo,
ya se van,              con su lento rugido
a dormir el ocaso              al final del universo.
Cabalgan las olas              a estrellarse en las rocas
y, en tirabuzones,             se ahogan.
Navegan las olas              para llevarme con ellas,
pero, anclada,             me quedo en tierra.
Mueren sumisas,             cansadas, en la arena.
El sol descompone el mundo como un calidoscopio.
Como agotado cíclope,       entorno los ojos
con mi espalda mojada       y dorada nuca.
Las olas me peinan              con dedos de espuma,
acariciándome             con amor materno.
Olas de mi vida,              no me dejéis nunca.
El sol huye despavorido      para caer en su precipicio.
En esta playa,              apartada del mundo,
en el fin de los caminos...
Ya vienen las olas,              ya se van con su bullicio.