Los poetas no pueden andar sobre la tierra.
No van bien.
Un pedazo de luna los atasca
o una estrella les incendia los zapatos
o vagan sin rumbo por las calles
persiguiendo un sueño renacido
-una ideíta con sonrisas y pañales-
como a la luz de una nueva mariposa.
El caso es que no les favorecen las esquinas
ni el tráfico ni los bocinazos.
Entonces extraviados
se sientan en el último café de la avenida
y derraman sus sueños y tristezas
en una servilleta de papel.
A veces las cosas cotidianas los abruman
y van a bañarse de silencio
a la montaña
en algún cielo del mundo.
Y son felices hablando con las flores
redimidos de viento como un ave.
Pero después
la soledad se vuelve manto de cristales
y lágrimas metálicas les caen sobre las manos
como sobre dos piedras desoladas.
Entonces se vuelven a vivir entre los hombres...
Pero otra vez la luna o dos lágrimas lo atascan
y sentados entre ideales se quedan a esperar.
Ya dijo Baudelaire que son como el albatros:
"Exiliados en la tierra, sufriendo el griterío,
sus alas de gigante le impiden caminar