Por el cielo en bicicleta se anda mejor. Es un placer pasar por debajo de esos árboles sacados de mil películas de dibujos animados. El camino es amplio y recto, por eso puedo liberar mis brazos del incómodo manillar. Ahora respiro profundamente, con mi torso derecho, estirado, y cierro los ojos durante un instante para imaginar cómo seguirá la vida por el país de los mortales. Pienso en todos los puentes que no llegué a ver terminados, en los discos de jazz que nunca escuché. Juego a pronosticar quién ganará la liga este año, quién ganará la Copa de Europa. Y qué nueva colección llegará este otoño al museo para robaros el corazón.
Desde aquí arriba diviso tu barrio, tu calle, tu casa y tu cuarto. Veo el armario que tanto te gustaba abrir para sorprenderme día sí y día también. Ahora ha desaparecido el color de tus prendas, tú verás, yo siempre he creído que cuanto más lavas una camisa, más perderá su encanto; pierde el tacto que la hizo especial, y es mejor tirarla, porque incluso la fragancia que permanece en su cuello y en los puños se esfuma. Ahora tus camisas se han vuelto grises, viejas y grises, de un gris espantoso, martirizadas por la cal del agua, el cloro y el paso del tiempo.
¿Cuándo piensas rehacer tu vida?
Yo jamás te seré leal en el cielo.
(Aunque cuando te acercas a mí, al recorrer el mundo en los aviones, me siento seriamente tentado)