¿Porqué brillan las estrellas, abuelo?

Al fín llegaba allí. Había soñado con esta situación durante sus 61 años de vida. Ver sus mismos ojos, su misma sonrisa, sus mismas ganas de vivir, en las carcajadas de su nieto.

Estaba con Ínigo sentado al borde del acantilado de Jaizkibel, junto al faro. La noche era oscura, pero no lo suficiente para sus ojos, testigos de un millón de noches anteriores, y supervivientes de tantos períodos oscuros, sabedores de que tras lo negro, lo oscuro... Siempre vuelve la luz.

Sintió presión en la mano izquierda, bajó la mirada y escuchó a Íñigo: ¿porqué brillan las estrellas, abuelo? Pablo en el cole me dijo que eran luciérnagas que volaban muy alto. Él le miró a los ojos, y vió en ellos las mismas estrellas que él había visto tantos años antes, pero a través de un filtro diferente. Sólo te lo puedo contar si me prometes guardar el secreto, le dijo el abuelo. Te lo prometo abuelito, le aseguró Íñigo.

Y el abuelo le explicó que las estrellas no brillan porque sean luciérnagas, ni porque sean diamantes atrapados en las alturas, ni porque sean grandes explosiones, como dicen los científicos. Si las estrellas brillan, querido nieto, es porque alguien se encarga de encenderlas... El mar batía con fuerza contra las rocas invisibles de acantilado, provocando un bello sonido ensordecedor. Sin embargo, a pesar del ruido, Íñigo había escuchado aquello perfectamente; ¿Y quién las enciende, abuelo? preguntó el niño con los ojos abiertos. El anciano se rió para sus adentros. Qué bonito es soñar, se dijo. Pues las personas de gran corazón, que llenan de luz sus almas durante su vida, con bonitas palabras y gestos cariñosos, son invitadas a participar en el alumbramiento de la noche, le susurró el abuelo al pequeño. Los ojos de Íñigo comenzaron a brillar, abriendo la tapa del cofre de sus secretos, donde él sabía que nunca nada había de escapar. Abuelito, te aseguro que guardaré el secreto, le contestó el niño. Pero abuelo, preguntó impaciente el pequeño: ¿A mí también me invitarán? ¿Yo también voy a brillar? El anciano miró al cielo. Nunca había sentido aquello, o quizás sí pero el tiempo había talado sus recuerdos, olvidando. Olvidando como son los sueños los que te calzan zapatos con alas para volar hasta ascender por los aires, o los que te regalan tenedores mágicos para comer las más tiernas y elevadas nubes. Son los sueños los que alimentan los más anhelados secretos, y quién sabe si las más profundas y verdaderas ganas de vivir. Su nieto estaba soñando, y él también. Se sintió rejuvenecido.

Tu, mi pequeño, ya estás brillando, le contestó el anciano.

Se abrazaron, y despues continuaron hablando de cosas importantes para ellos, como el color de las olas, el olor del fuego o los gnomos del jardín.

Mientras el faro giraba y giraba, iluminando un camino seguro para los cansados barcos nocturnos...
muy bonito, si, si... me ha gustado...
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