Hoy ya he ido al baño tres veces, y todas con idéntico resultado. Color petrolero, de constitución cremosa-líquida con toques terrosos. De hecho me pareció ver un trocito de patata frita en óptimas condiciones en uno de esos terruños que habían sobrevivido a los caprichos de mi intestino. La segunda vez fue la peor, estuve a punto de potar mientras cagaba, pero como soy todo un hombretón pude vencer a la arcada con un sorprendente giro de actitud ante la tan dificultosa situación. Ya me diréis quién coño está a punto de rabar con el olor de su propia mierda.
Estás a tu rollo, sin molesta a nadie, buscando información sobre la esperanza de vida de los marsupiales afganos, cuando sin previo aviso, tu propio cuerpo te da señales de que deberías levantarte e ir al baño antes de que pase algo desagradable. Pasas esos dos segundos de frío en las nalgas al sentarte, empujas lo justito para que salga una ventosidad silenciosa aunque altamente palpable en el ambiente. Daban ganas de levantarse y mirar dentro por si se podía ver el gas de lo denso que se sentía. Pero no pasa nada, tengo Ambipur.
Total, que tras la ventosidad más larga que recuerdo en mis últimos tiempos y sentirme como un globo que se desincha, vino lo jodido. Caía a intervalos constantes y regulares, siempre tratando que se precipitara sobre un lateral y no directamente en el agua, porque las salpicaduras podrían ser letales para mi tersa piel del culo, podía ser hasta ácido y dejarme marrcas de por vida, siempre bajo la sombra implacable de la muerte que llegaría al tirar de la cadena (expresión que ha perdido todo el sentido hoy en día, ya que son botones/pulsadores).
Debería haber sido así, pero tuve que repetir la acción hasta tres veces para que todos los trocitos fueran engullidos. Parecía que se intentaban aferrar a la vida mientras querían seguir jodiendo la mía. Pero fue inútil. Gané.
Así son las cosas, y así se las hemos contado.