Buenas tardes, este es mi primer posteo y para iniciar lo que espero sean muchos y variados intercambios paso a dejar un cuento de mi autoría relacionado a la temática zombie, que es una de las que más me interesa al momento de iniciar en el hábito de la lectura y escritura.
Espero que la lectura sea amena y acepto todo tipo de feedback para mejorar el estilo de narración.
saludos!
EL GANADERO
El día presentaba ciertos atisbos del verano que estaba próximo a llegar. El sol brillaba a lo alto de un cielo celeste, matizado por algunas nubes que viajaban llevadas por una fuerte brisa proveniente del Este. Al frente, se encontraba una extensión de campo que parecía no tener fin: el verde del pasto asemejaba un océano de plantas y arbustos, interrumpido en ciertas zonas por un pequeño grupo de árboles en forma de cono, los cuales proyectaban su sombra dejando la sensación de frescor que podían proveer si uno se encontraba debajo de ellos. El cantar característico de los horneros se hacía oír en el sopor de la tarde. Hace unos meses, las aves habían comenzado a repoblar la región previendo, quizás, que el peligro había pasado.
El destartalado Jeep descansaba al costado de la ruta, mientras entornaba la vista y colocaba mi mano izquierda en forma de visera para lograr captar algo en la lejanía. Nada. El portón de la chacra estaba cerrado con una cadena y un candado bastante nuevo para ser un sitio abandonado, signo indiscutible de que debía aguardar que llegara alguien a recibirme. Sabía del riesgo que se corría intentando ingresar en solitario: había escuchado más casos de los que debería respecto de funcionarios que se habían atrevido a ingresar confiados a un campo y una bala acabó con su existencia. El nuevo territorio aún era un gran hervidero y no se podía confiar en nadie, ni siquiera si se tenía la certeza de que estaba vivo.
A la distancia, observé una camioneta que se acercaba a gran velocidad levantando una pequeña nube de tierra a su paso. En cuestión de unos minutos llegó a la puerta. En su interior había un hombre ya anciano, moreno y con una incipiente calva, sus manos descansaban en el volante de una vieja Ford F5000 bastante maltratada al mismo tiempo que con su mirada me escudriñaba.
Como acompañante, se encontraba un tipo de lo más pintoresco: un hombre gordo con una pronunciada barriga, también calvo, vestido con una musculosa blanca y un pantalón de jean gastado que tuvo mejores tiempos. Remataba su aspecto un gran bigote de anchos mostachos. En su mano derecha sujetaba un viejo fusil Remington 1911 y una bandolera con algunos cartuchos que cruzaba por su pecho y su prominente abdomen.
Miró desconfiado.
El sol comenzaba a quemar.
-"¿qué quiere?"- su tono comenzó amenazante, sus cejas se habían arqueado en señal de molestia.
-"vengo en representación del nuevo gobierno de la república”- dije tratando de mantener la voz firme, al mismo tiempo que dejaba ver una cartilla de identificación con el símbolo de la nueva República del Sur en mi mano izquierda. Mi otra mano se aferraba con fuerza a una Colt .45 metida en el bolsillo del pantalón -"estamos realizando un relevamiento habitacional y necesito saber cuántas personas viven acá y si alguno está infectado o - dudé - muerto"
No esperaba aquella reacción: el gordo comenzó a reírse con ganas, como si hubiera contado un chiste. Lo siguió el viejo al volante. Pude ver que prácticamente no tenía dientes.
Se oyó un chasquido, rápidamente el gordo de bigotes se puso serio y llevó su mano a una radio que tenía en el bolsillo trasero de sus jeans.
-"¿¿QUE ESTÁ PASANDO??, ¡ESTÁ MUY HABLADO ESO CHANGO! ¡¡YA SABÉS LO QUE TENÉS QUE HACER!!- la voz chillona salió de aquel aparato como el sonido de una cigarra.
El gordo de bigotes se acercó la radio al rostro. La brisa comenzó a traer un olor a podredumbre. Ya todos conocían ese aroma. Me puse tenso, no había reportes de grupos de andantes en aquella zona y sinceramente la presencia de aquellos dos no ayudaban a calmar los nervios.
-"jefe, es del gobierno, quieren verlo a usted, creo que le interesaría"- parecía la voz de un niñito asustado, sus ojos se habían agrandado en espera de la respuesta del otro lado.
-"¡¡Y QUE CARAJO SABÉS VOS SI ME INTERESA O NO!!, ANDÁ DALE, TRAELO PARA ACÁ QUE DESPUÉS YO ARREGLO CON VOS"
El gordo tragó saliva, miró al viejo, éste le respondió encogiéndose de hombros. "yo te avisé", oí por lo bajo. Ya ninguno se reía.
-"venga con nosotros, pero no se haga el vivo, sabe muy bien que esto es propiedad privada” - me miró de arriba a abajo, fijó la vista en mi mano dentro del bolsillo - “no hace falta tanto, acá nadie le va a hacer nada"
Subí al Jeep, mientras el viejo abría el candado y desenrollaba la cadena de la puerta. En unos minutos nos encontrábamos transitando un polvoroso camino de tierra negra, previa parada en el primer grupo de árboles al costado del camino. El gordo de bigotes habló a los gritos con una mujer, quien estaba sobre unas maderas entre algunas ramas. Vi que sostenía un par de binoculares y un rifle de caza. Ahora entiendo cómo es que se enteraron de mi presencia tan rápido y agradezco no haberme colado por la tranquera sin permiso.
Tras unos diez minutos de traqueteo y polvo, llegamos a un inmenso conjunto de árboles, los cuales circundaban un gran patio delantero con algunas camionetas estacionadas. Unos metros más atrás pude ver unos tres o cuatro camiones - jaula, de esos que se usaban para llevar ganado. No recordé haber visto vacas en el trayecto.
Tras el patio, se erguía una casa de estilo colonial con muchas entradas tipo pórticos. El ingreso central constaba de una puerta de madera enorme, ahora abierta de par en par. A sus lados el resto de la estructura formaba una especie de rectángulo. El edificio tenía dos pisos, coronado en la parte central por una especie de antena de comunicaciones. El segundo piso tenía un gran balcón en forma circular con sillas y mesas de hierro forjado, en uno de los costados había otro hombre armado con una escopeta. Miraba fijamente mi Jeep.
-"sígame hasta la puerta y espere a que yo lo llame"- el gordo parecía haber recobrado su fingida autoridad, mientras la vieja Ford se alejaba escupiendo humo hacia la parte trasera de la casa. Más allá un grupo de paisanos bebían y se reían bajo el ardiente sol pampeano.
Un ligero olor a podrido flotaba en el aire.
Caminé hasta el ingreso, una sensación de frío provenía desde el interior, pude observar una pequeña mesa de madera en donde descansaba un sombrero estilo vaquero. Obediente, esperé afuera mientras el gordo entraba a la casa. Se oyeron unas puertas abrirse y cerrarse.
Unos cinco minutos después se presenta el gordo y con un gesto me indica que pase. El interior de la mansión era muy elegante, siempre acorde al estilo que se veía de afuera. Las paredes estaban cubiertas de madera, un candelabro pendía en un hall de ingreso el cual dejaba ver unos cuadros antiguos que representaban escenas de la vida de campo: gauchos enlazando ganado, domando caballos o tomando mates alrededor de un fogón. Mate. Cómo se me antojaba uno.
Al final, había una escalera que llevaba al segundo piso y más allá una puerta al estilo doble hoja, como las de las cantinas de las antiguas películas del Oeste norteamericano, que daban paso a una cocina.
El gordo me condujo a uno de las habitaciones laterales, en donde había unos sillones. Las paredes estaban adornadas con cabezas disecadas de animales. Pude distinguir algunos venados e incluso un yacaré. Ya no había de esos. Se habían extinguido hace algunos años cuando las grandes manadas de andantes invadieron las zonas del Litoral. A mi memoria llegó un recuerdo de la noticia del grupo de ambientalistas que intentó rescatarlos: de los cinco que fueron solo sobrevivió uno, pero quedo tan dañado psicológicamente que terminó sus días babeando y diciendo incoherencias en una sala médica de mala muerte.
Mi mirada se posó en una figura regordeta recostada en uno de los sillones. Al sentir nuestra presencia, giró su cabeza y sonrió. Se puso de pie y extendió su mano.
-"como le va, me llaman el chango Maidana” - apretó fuerte mi mano, definitivamente quería demostrar quien mandaba ahí - “me dicen que usted es del gobierno, que le interesa hablar conmigo, ya me imagino porqué"-, su brazo se extendió demostrando uno de los sillones invitando a sentarme.
El chango Maidana era una persona de complexión robusta, de piel morena, pelo cortado a cepillo y barba crecida de unos días. Respiraba entrecortado, quizás afectado por el sobrepeso que presentaba. Sentado allí enfrente semejaba a un Papá Noel sudado y acalorado. El gordo de bigotes quedó parado a un costado mirando fijamente. Sobre una mesa pequeña entre los sillones había una bandeja de metal con una jarra conteniendo agua. Un ligero aroma a transpiración comenzó a sentirse en el cuarto.
Me presenté, pero pareció no importarle, estaba concentrado en dar órdenes por su radio.
-"señor vengo a verificar que no haya brotes de infección en su chacra” - levanté la voz, lo que surtió efecto ya que me miró - “por eso vine a ver quienes viven, si están infectados o no, e incluso si tienen alguno muerto"
Mi cara adquirió una expresión de idiotez, como cada vez que preguntaba lo mismo, debió notarse porque el chango Maidana sonrió de nuevo.
-"amigo aquí vivimos algunas buenas personas que solo tratamos de sobrevivir, lo único que tenemos de infección es un sarpullido en la pinchila que se agarró Julio en el campamento de refugiados" - lanzó una carcajada estridente mientras miraba al gordo de bigotes, éste también comenzó a reírse. No de incomodidad, más bien de orgullo - "ya en serio, no hay infectados acá".
-"¿y muertos? ya sabe...
-"si mi amigo. ya se a lo que se refiere...acompáñeme...venga un ratito que le voy a mostrar...”
Se incorporó y caminó sin mirar atrás mientras hablaba por radio. Instintivamente, lo seguí mientras el de bigotes me cerraba el paso detrás al mismo tiempo que un frío me recorrió la espalda. Tomamos un pasillo que nos dirigió al patio trasero, en donde esperaban un viejo rastrojero blanco junto a uno de los camiones jaula que había visto al entrar. Un grupo de hombres con largas varas con ganchos subieron a este último. Nosotros subimos al rastrojero y nos pusimos en marcha. Julio sacó algo de una bolsa.
Gracias a dios.
Disfruté ese mate como nunca antes.
La improvisada caravana recorrió unos cuantos kilómetros internándose cada vez en la vasta llanura verde. Era sorprendente que aún se mantuvieran en pie los alambrados al costado del camino. Por mi reloj eran como las cuatro de la tarde. El chango Maidana se la pasó hablando en todo el trayecto: de cómo había sacado adelante aquella chacra, de cómo su negocio le permitía vivir mejor que antes de la gran crisis de los muertos andantes. Así pude saber que se adueñó de aquel campo gracias a los Decretos de Emergencia que, en medio del caos, emitieron en el antiguo gobierno en las etapas avanzadas de los asedios a las ciudades, que permitieron, entre otras cosas, que cualquier persona se adueñe de extensiones de campo, siempre y cuando pudieran defenderlas y siempre y cuando los antiguos dueños hayan caído víctimas de la infección o estén desaparecidos. Algunos aprovecharon y se adueñaron de cientos de hectáreas de campos cuyos dueños aún seguían vivos, asesinándolos. En aquellos días de anarquía, ninguna fuerza policial o militar se puso a investigar si realmente era cierta la declaración jurada que el gobierno local hacia firmar a los "nuevos dueños". Las autoridades tenían problemas más acuciantes que ponerse a hurgar en una montaña de papeles viejos en alguna oficina ubicada en territorio infestado, para encontrar una declaración jurada a todas luces falsa.
El rastrojero se detuvo bruscamente en mitad del camino, mientras que el camión jaula prosiguió aproximadamente doscientos metros adelante.
-"ahora bajamos y preste atención” - el chango Maidana hizo una seña a Julio y éste se subió al techo de la camioneta con el Remington en apresto - “esto que va a ver mi amigo es la base de nuestro negocio"
Miré atentamente como el camión jaula atravesó una puerta en uno de los campos, mientras una vez detenido dos de los peones se subían al techo provistos de las largas varillas con ganchos. Estaban protegidos por gruesas mangas de cuero, que los cubrían hasta los codos y otro atavío semejante para el cuello y las piernas. El furgón comenzó a hacer sonar una sirena ubicada en el techo. Habían pasado unos diez o quince minutos cuando comenzaron a aparecer. Caminaban tambaleándose como ebrios, andrajosos y con sus cuerpos desvencijados. El olor a putrefacción que había en el aire comenzó a hacerse más intenso.
El chango Maidana, señaló en dirección al Este. Primero eran diez o veinte, al cabo de unos minutos se agregaron más, alrededor de cien. Su andar lento crispaba los ánimos. La sirena cesó. Los andantes se aproximaban hacia el origen del sonido mientras emitían sus gemidos tan característicos. Julio me acercó unos binoculares y pude observar aquel grupo: por su apariencia no eran los pacientes cero, pero tampoco hacia una semana estaban así. Algunos aun vestían sus ropas de campo, uno de ellos incluso llevaba un facón colgado en la cintura. Unos cuantos llevaban uniformes militares. Los primeros se acercaron al camión: ahí es cuando los peones de las varillas entraron en acción mediante los ganchos, atravesaban partes de los andantes (generalmente hombros y espaldas) y los dirigían hacia la parte trasera del camión jaula, subiéndolos por la rampa extendida. En ese momento comprendí “el negocio".
-"los cargo, los traslado y me deshago de ellos” - el chango Maidana explicaba aquello como si se tratara de la línea de montaje de una empacadora - “mi amigo, ¿vos creés que tienen tiempo de hacer esto?"
Desde que se había instaurado el nuevo gobierno, la función de lo que quedó de las fuerzas armadas o policías, eran las de mantener el orden en las abarrotadas ciudades declaradas liberadas y campamentos de refugiados. La liberación de las zonas restantes pasó a un segundo plano cuando los nuevos habitantes clamaban por comida y medicinas. Entonces entraron en el juego las personas como el chango Maidana: pequeños nuevos señores feudales que limpiaban de enfermedad de a poco y metódicamente vastas zonas a costa suya con la tranquilidad de que nadie se metería en sus asuntos de contrabando o lo que sea que hicieran para vivir. Era una relación en donde todos salían beneficiados.
Pasó una hora y el camión ya estaba al límite de su capacidad. Aún quedaban una docena de andantes vagando en las cercanías. La puerta trasera del camión se cerró y los peones se sentaron sobre el techo a descansar. Desde la cabina, el conductor sacó medio cuerpo por la ventanilla mientras apuntaba con un viejo fusil FAL. En cinco minutos acabó con los andantes que todavía quedaban en pie.
-"generalmente no se juntan muchos, porque no vamos a zonas que están muy pobladas, éstos de hoy son el resto de un grupo que estuvimos agarrando toda la semana, creo que eran de un campamento o algo así".
-"parece un trabajo bastante cansador” - dije, pero luego me sentí idiota, traté de decir algo más acorde a mi función - “¿cómo hacen si quedan algunos vagando por los alrededores?"
-"siempre mando algún peón para investigar un poco ¿vió? entonces ya sé cuántos camiones necesito y que no se me vaya mucho de las manos, mi amigo, sería un problema si se amontonan todos en el alambrado y me lo tiran abajo"- decía mientras soltaba una risita.
El viaje de vuelta fue igual, con aquel tipo hablándome de sus hazañas para mantener aquel naciente imperio de andantes.
Una vez en la casa, comí algo de una dudosa textura pero de delicioso sabor mientras rellenaba mi anotador con los datos usuales: cantidad de miembros, edades, infectados, etc.
Al momento de subir al Jeep, el chango se acercó a la ventanilla a despedirse, orgulloso de haber podido mostrar su "negocio". Insistió en que calificara con una buena nota el reporte, a lo que accedí sin darle demasiada importancia. Al fin y al cabo, mi calificación no tendría mucha trascendencia para el concepto de un tipo que le aliviaba el trabajo a las autoridades.
Su radio comenzó a sonar, dejando oír una voz notablemente nerviosa. Por lo que llegue a oír, uno de los cercos se había roto. Pude ver como Julio corría hacia la Ford que me condujo al comienzo de la visita y dejaba la puerta abierta esperando a su jefe.
Miré a un costado y estaban estacionados dos camiones jaula repletos de andantes. Se oía el gimoteo y las jaulas se movían, como por un temblor, de un lado a otro. Una sensación se apoderó de mi estómago.
-"¿dónde los descartan a estos?, no vi ningún crematorio y que yo sepa el gobierno no paga nada..."
el chango Maidana sonrió.
-"mi amigo, un comerciante no tiene nada más un solo cliente ¿vió?"
Y se alejó subiendo a la vieja camioneta.