Ya lo he contado varias veces, pero ahí va otra vez.
Tras cuatro años y medio de servicio fiel, en los que eran frecuentes cosas como no saber nunca cuándo iban a ser mis vacaciones, perder siempre mi derecho a jornada intensiva, quedarme sin comer si había algo que hacer (lo que podía suponer estar 12 horas trabajando sin parar), trabajar 15 horas al día, ó 70 horas a la semana, por un sueldo mediocre y sin que me dieran las gracias, decidí no aguantar más estas cosas y me rebelé.
Mi rebeldía consistió en hacer valer algunos de mis derechos (no todos), como no ir a trabajar los fines de semana o no trabajar gratis 12 horas al día, negándome a explicar los motivos personales que me impedían trabajar sábados y domingos.
Como consecuencia de mi actitud, durante seis meses soporté lo que legalmente se llama acoso moral en el trabajo, por parte de varios de mis superiores. La presión psicológica fue brutal, recibía amenazas y continuos menosprecios sobre mi trabajo, que hasta entonces había sido alabado por las mismas personas que después me machacaron.
El pasado 30 de enero fui despedida, pero como yo había cumplido mi parte, aceptaron despido improcedente, me pagaron la correspondiente indemnización y se acabó todo.
He de decir que el despido no fue la parte mala, ha sido una liberación y me ha hecho feliz. Lo que no perdono son los seis meses de infierno que tuve que soportar, puesto que lo que intentaron fue que me fuera yo para ahorrarse la indemnización.