Escucha en ese silencio el batir inquieto de las alas que se despiertan. El sueño de la infancia aletea renovado y recuerda que se desperezó en la adolescencia. Toda la mugre que ahora trepa por nuestra carne es solo el barniz temporal de la desdicha, de la desgracia de la que creemos ser causa.
Pero no niegues la luz. Sabrás bien que por mucho que cierres los ojos no habrá oportunidad de que el Sol detenga su mandato; lo mismo hará la Luna. Sin embargo siempre habrá cabida para tu decisión si es que deseas esconderte, si acaso prefieres tornar crisálida de nuevo y deshidratarte ahí, desecando el intelecto único de los hombres, convirtiendo tu mente en un dátil agridulce que, con el tiempo, solo sabrá a polvo y nada.
Despierta en este silencio de batir alas que ya sonríen. Refuérzate en tus convicciones de niño y desconfía de las supuestas certezas del hombre. Abre la boca y come. Come hasta saciar el alma herida que, repleta de dolor, ansía el abrazo eterno con tu existencia. No te olvides de ello, no ahora, porque aún queda mucho camino como para detenerse al margen.
Y son demasiadas las líneas por escribir y los renglones en los que clavar amor y desgarrar el corazón a cada pulso. Hay tiempo todavía, una oportunidad siguiente que precederá a la próxima, para hallar un rostro ignoto a nuestra vista mas no a nuestro espíritu. Para ti, para todos cuanto lo anhelen.
No hay por qué desistir. Ni tampoco por qué engañarse. Los entresijos de lo humano son habitados por monstruos temibles en, si acaso curiosa, coexistencia con mágicas muestras. Y ambos, todos, son preciosos y perfectos en su concepción.
Así que no reniegues ni de ti ni del mundo puesto que ambos estáis el uno en el otro. Puesto que ambos sois magia y monstruo, culpa y, cómo no, perdón a la par.