Queridos desconocidos

Bajo. Escaleras agrietadas, soportando el peso de mis pisadas a lo largo de los pisos, barandilla descascarillada, con pintura deshecha por el sudor de nuestras manos. Y una puerta de hierro forjado al final, tan pesada como cada día. El espejo de la izquierda me refleja ojerosa y bostezando. Baldosas rotas, acera blanca tornada al gris por el paso del tiempo. Un chicle, papeles crecen a ambos lados. Oigo algo. Giro de 360 grados. Remolinos de hojas secas me pisan los talones. El frío araña. Farolas se inclinan ante mí, prestando su tenue luz, niebla se disipa al calor de su corazón. Una silueta se acerca al final de la calle. Jardines escoltan a ambos lados. Tu flequillo oscila en tu mirada, las manos casi puedo verlas, metidas en tus bolsillos, apretadas, congeladas. Paso seguro, mochila ligera al hombro, ya puedo ver el color de tus pupilas...

Un roce fugaz, una mirada de reojo, nada más. Cuando me doy la vuelta, sigues caminando, balanceándote como si nunca nos hubiéramos cruzado. Tan sólo me persiguen remolinos de hojas secas. Gris acera maltratada, con tus heridas sin cicatrizar, soportas mis pisadas cada mañana.

Y así cada día, como un espectro, como el viento que no puedes ver me siento. En los bares, en las paradas de autobús, en esta acera... Un cruce de miradas; nada más. Una vida rozando por un instante tu hombro, un perfecto desconocido con otro. Después, vacío. ¿Cuántas veces me he podido cruzar contigo? Nunca más me recordarás, como una mala experiencia, como un pasado que quieres olvidar. No importa, no importo. No importa si mi alma llora o ríe, pues sólo soy un instante.

Pronto amanecerá. Mientras, me pierdo en la memoria de la gente.