¿Quién te mató?

Buenas! Pues nada, que últimamente me ha dado por escribir cosillas, y aunque sé que pronto se me pasará, me apetecía colgarlo aquí por si alguien quiere echarle una ojeada.
Como digo, soy bastante inconstante, así que seguramente un día deje de escribir y adiós muy buenas, pero mientras que eso ocurre iré colgando por aquí lo que vaya haciendo. Si tenéis algún comentario, crítica, insulto o difamación que verter sobre mi persona, pues adelante con ello XD

Sin más, os dejo con mi criatura.


¿QUIÉN TE MATÓ?



16 de octubre; 04:43

El viejo Opel aminoró la velocidad al sobrepasar el cartel del punto kilométrico 603. La intensa lluvia y la negrura de la noche hacían muy difícil la labor de Ramírez, que se afanaba buscando el desvío que debía tomar, según le habían comunicado por teléfono, apenas doscientos metros más adelante. El vehículo redujo aún más su marcha, hasta los sesenta kilómetros por hora. Los faros del auto apenas alumbraban unos pocos metros al frente antes de ser tragadas por la noche. La carretera describió una curva pronunciada y justo después Ramírez vio los destellos luminosos de un coche patrulla resplandeciendo un poco más adelante, parado en el arcén derecho.

Sintió cierto alivio al confirmar que había llegado a su destino. Al alcanzar la altura del coche de policía se detuvo. Junto a él había de pie bajo la lluvia un agente vestido con el chubasquero azul del cuerpo. El policía le hizo gestos indicándole que bajara la ventanilla. Llevaba una linterna muy potente, y al apuntar con ella el interior del vehículo, Ramírez se deslumbró. Con los ojos aún entornados sacó del bolsillo de la chaqueta la cartera y bajó la ventanilla del copiloto.

- Inspector Ramírez - Dijo, al tiempo que le mostraba su placa al agente empapado que le apuntaba inquisitivo con la linterna. El policía echó un vistazo a la identificación para comprobar que todo estaba bien.- Me llamó Beltrán.

- Sí, inspector, pase. Están unos trescientos metros allá adentro - Señaló a las entrañas del bosque.

El Opel giró despacio y enfiló un camino de tierra que se adentraba en el bosque, atravesándolo como un cuchillo y zigzagueando entre sus árboles, de aspecto casi amenazador bajo el resplandor de un relámpago.

Ramírez avanzó muy despacio por el camino, lleno de desniveles que le hacían botar en el asiento, tratando de no chocar con alguna piedra inoportuna. En el estrecho trazado, formado a lo largo del tiempo por el paso de los vehículos de los furtivos, parecía que la lluvia había amainado, pero la realidad es que los grandes pinos que se erguían como gigantescas y negras columnas y sus espesos ramajes estaban haciendo la función de un paraguas.

Tardó casi diez minutos en llegar al lugar donde estaban sus compañeros. Se encontraban en un pequeño claro, donde el improvisado camino terminaba abruptamente. Tres coches de policía estaban aparcados uno junto a otro a la derecha, junto a los pinos. Cinco policías, todos con sus chubasqueros azules rastreaban con atención la zona, alumbrando aquí y allá con sus linternas, y apenas levantaron la vista para ver quién llegaba. El claro era un pequeño terreno en forma de círculo casi perfecto, de unos cien metros de diámetro. El suelo estaba salpicado de vegetación y algunas rocas, y se habían formado charcos ahí donde había un desnivel en el terreno. Allí, dentro de ese círculo, los árboles no ofrecían protección alguna contra la lluvia.

Justo en el centro del claro, junto a una roca del tamaño de una pelota de playa, había otras dos personas agachadas, inspeccionando lo que sin duda era el cadáver de la muchacha.

Ramírez sacó de la guantera su chubasquero, perfectamente doblado, y se lo puso antes de salir del coche.



16 de octubre; 05:02

El inspector jefe Beltrán se incorporó al ver llegar a Ramírez. El agua le escurría por la calva y le empapaba la cara, enorme y redonda como un globo. El otro policía que inspeccionaba el cuerpo junto a él también se levantó. A ojos de Ramírez era bastante joven, quizás no llegara a los treinta y cinco, aunque por la expresión de su cara parecía haber estado en esas circunstancias más veces de las que hubiera deseado.

-Este es Fonseca. De la científica. – Beltrán los presentó sin rodeos. Había mucho que hacer allí para andarse con cortesías. Ramírez asintió levemente, dando por terminada la presentación, y Fonseca le puso al corriente sin contemplaciones:

-Se llamaba María Pulido. Dieciséis años. Vecina de Noves, donde estudiaba bachillerato en el instituto del pueblo. Sus padres denunciaron su desaparición hace cuatro días; nunca llegó a casa después de clase. La última vez que se la vio con vida fue camino de su casa, el día antes de que sus padres denunciaran que faltaba. Salió del instituto con una compañera e hicieron un trecho del camino juntas, hasta que se separaron. Esta misma noche se recibió una llamada anónima de alguien que decía haber encontrado un cuerpo; sólo dijo dónde era y colgó. Posiblemente un cazador furtivo. La llamada se hizo desde una cabina de gasolinera a casi cincuenta kilómetros de aquí…


Ramírez se agachó junto al cuerpo desnudo de la chica. La visibilidad era mala, aún cuando las nubes se movían lo suficiente como para que la luz de la luna iluminara el claro. Beltrán le cedió su linterna. La chica estaba completamente desnuda, tumbada boca arriba con las piernas juntas y los brazos pegados al cuerpo. El rigor mortis le daba el aspecto de un sólido bloque, una viga humana. La parte superior de su cabeza prácticamente rozaba la roca redonda. Apuntó la luz de la linterna directamente a la cara, blanca como la nieve, y un leve escalofrío le recorrió el espinazo. Lo que antes seguramente fueron unas bellas facciones de muchacha adolescente, se había transformado (la habían transformado) en una masa deforme, horrible; su ojo derecho había salido de la cuenca y colgaba prendido de un filo hilo de venas y carne. El izquierdo estaba abierto por completo, transmitiendo el terror más grande que nadie pueda llegar a sentir, y miraba inerte hacia el cielo. El tabique nasal había sido completamente hundido en la cara, y los orificios daban la impresión de ser dos agujeros abiertos directamente en la carne. Tampoco se veía el pómulo izquierdo, enterrado bajo la piel a fuerza de golpes. La boca había quedado entre abierta, y el hueco dejaba apreciar parte de la dentadura superior, en la que, al menos que pudiera verse, faltaban los dientes incisivos frontales. Los labios, partidos literalmente en dos por el medio, como cortados limpiamente con un escalpelo. Un mechón de pelo claro cubría parte de la frente, pero lo que quedaba al descubierto era dantesco. Faltaba piel sobre la ceja izquierda, y podía verse el hueso del cráneo. <<No hemos podido tocar nada – continuó Fonseca – Tenemos que esperar a que llegue el juez y autorice el levantamiento. Además, con esta luz y la que está cayendo, es mejor esperar a que amanezca…>> Ramírez inspeccionó entonces el torso. La luz amarillenta delataba enormes zonas amoratadas en el pecho, en los senos y el abdomen; había también desgarros, sobretodo en el hombro izquierdo y en el costado, a la altura de las costillas. El pezón del seno derecho sencillamente, no estaba. Un hematoma ocupaba toda la aureola del pecho, y un pequeño montículo rosado de carne es todo lo que quedaba del pezón. <<Por el estado del cuerpo, diría que lleva muerta al menos un día. Cuando podamos moverlo y revisar la zona sacaremos en claro si murió aquí o simplemente la trajeron. Verás que, al menos en las zonas visibles, no hay rastro de sangre ni insectos. La lluvia…>> La entrepierna de la chica no presentaba señales extrañas, excepto un moratón en el muslo derecho; sin embargo, al observar las rodillas, Ramírez sintió una aguda punzada de ira al ver que estaban taladradas por alfileres gruesos. Una gran cantidad de ellos cubrían prácticamente las dos articulaciones, incluso en las zonas exteriores e interiores. Deseó con todas sus fuerzas que aquello se lo hubieran hecho después de muerta. <<La causa de la muerte, a falta de examinar la parte posterior del cuerpo, parece haber sido uno o varios golpes en la cabeza. Personalmente descarto el estrangulamiento. El cuello no muestra marcas de ningún tipo. Y me arriesgo a decir que tampoco pienso que haya sido asfixia mecánica. Las heridas del torso no son de gravedad. Habrá que comprobar si hay hemorragias internas, pero pienso que…>> Las tibias tampoco mostraban signos anormales, pero los pies, sobretodo los tobillos, habían adquirido un color negruzco. Las señales que había alrededor de ambos bastaban para corroborar que habían estado atados firmemente, cortando por completo el flujo sanguíneo. <<… los golpes que recibió en el tórax y abdomen no fueron la causa del fallecimiento>>


Ramírez se incorporó al mismo tiempo que un potente relámpago iluminaba todo. Ahora llovía con más fuerza y las ráfagas de aire gélido movían con violencia la vegetación. Beltrán y Fonseca le observaban bajo la cortina de lluvia, como un enfermo esperando el diagnóstico.
-¿Cómo sabéis que se trata de María Pulido? – Ramírez preguntó sin levantar la vista del cadáver.
- Uno de estos imbéciles encontró esto junto a la roca – Beltrán sacó del bolsillo un pedazo de papel plastificado del tamaño de una tarjeta de visita y se lo tendió. – Ya sé que no había que tocar nada, pero…
Ramírez cogió con cuidado el trozo de papel por una esquina, tratando de no contaminar (más aún) la prueba. Sin duda, a tenor de lo que había escrito a mano en él, se trataba de María Pulido:


“Aquí yace María Pulido. Un día admiraréis de
mi el valor o la verdadera energía requerida en
actuar matando a todas aquellas risueñas putas
rameras o nunca tendréis oportunidad de cogerme.”


16 de octubre; 06:10

Más de una hora después aparecieron en escena el juez de guardia junto a su secretaria, el forense y cuatro agentes de la policía científica. La lluvia no había cesado y las primeras luces del día ya asomaban tímidamente por encima de los árboles. Pronto, el flash de una cámara empezó a emitir fogonazos azulados, capturando cada detalle de la posición del cuerpo y la zona en la que había sido abandonado, mientras que los de la científica inspeccionaban en profundidad los alrededores, buscando cualquier pista entre el barro y la maleza. El forense, bajo la autorización del juez, examinaba en cuclillas el cuerpo de María Pulido mientras le iba dictando sus apreciaciones a la secretaria, que diligentemente apuntaba en un cuaderno. Fonseca se había unido al trabajo con sus compañeros de departamento, mientras que Ramírez y Beltrán se habían resguardado de la lluvia dentro de un coche patrulla.

-Bueno, Ramírez. Creo que vamos a tener unos días moviditos. – Ramírez daba una calada a su cigarro, pensativo. Trataba de recordar si alguna vez había visto semejante ensañamiento, semejante locura, semejante crueldad. No, no recordaba nada parecido en sus diecisiete años en el cuerpo.

-Supongo que quieres que me haga cargo yo – dijo, al tiempo que exhalaba el humo lentamente.

-Si. – Beltrán aguardo, esperando alguna reacción de su interlocutor, pero este continuaba fumando, observando cómo el forense movía el cuerpo inerte de la muchacha, dándole la vuelta.- ¿Y bien? ¿Qué opinas?

-¿Habéis avisado ya a los padres?

-No. Aún no sé dónde la van a llevar. Supongo que a Toledo, pero existe la posibilidad de que la lleven a Madrid. Lo que diga el juez, ya sabes… Cuando sea seguro, les avisaremos para la identificación. ¿Qué opinas? – insistió. Ramírez dibujó oes en el aire con el humo durante unos momentos. Poco a poco se iba haciendo de día y la incesante lluvia no acababa. Las gotas golpeaban con suavidad la luna del vehículo.

-Esa nota es muy rara –contestó al fin. – No hace falta ser un experto en grafología para darse cuenta.

-Si, las palabras suenan… forzadas. Como metidas con calzador.

-Estoy seguro de que hay algo más. Algo más de lo que se ve a simple vista.

Ramírez sacó de su bolsillo una pequeña libreta, donde había transcrito el mensaje original, y leyó.

-Aquí yace María Pulido. Un día admiraréis de mi el valor o la verdadera energía requerida en actuar matando a todas aquellas risueñas putas rameras o nunca tendréis oportunidad de cogerme”...

-Si hay algo más, lo sacarán. Tenemos chicos muy listos. Lo que realmente me preocupa es el mensaje en sí. Parece dar a entender que ya lo ha hecho más veces…

-O que volverá a hacerlo – le cortó Ramírez.- Sea como sea, hablamos de alguien que, al menos, sabe escribir correctamente. “Yace” “Admiraréis” “Risueñas”… no son las palabras que se utilicen normalmente cuando quieres dejar tu firma en un asesinato: por no hablar de que todo está perfectamente acentuado. Lo que no tiene tanto sentido es el mensaje literal de la nota. Como tú dices, hay palabras que han sido colocadas ahí por alguna razón…

Beltrán miró su reloj y acto seguido empezó a rebuscar entre algunos papeles de la guantera. Sin querer, activó con su brazo del tamaño de un tronco el pequeño interruptor que encendía las señales luminosas y la sirena del vehículo. De pronto, aquel claro en el bosque se asemejó a un club nocturno de moda. Todos los que trabajaban fuera miraron hacia ellos, sobresaltados.

- ¡Joder! ¡Joder! – Gruñó, al tiempo que abría la puerta del coche.- ¡Perdón muchachos! – Asomó la cabeza por la puerta y gritó, haciendo gestos de disculpa con el brazo. Luego, volvió a cerrar la puerta y se apresuró a desactivar las señales. Al fin encontró lo que buscaba entre los papeles. – Aquí tienes todo lo que necesitas saber: su dirección, la de sus familiares cercanos, su instituto, los datos de la compañera que la vio por última vez, el último trayecto que recorrió y todo lo demás. Yo tengo que irme, me queda papeleo para una semana…

Ramírez cogió el informe de tres simples páginas. En la primera hoja, grapada en la parte superior, había una foto reciente de María Pulido, que como había supuesto mientras examinaba su cadáver, poco tenía que ver ya con la María Pulido que yacía en aquel bosque.
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