La Luna roja
I
Éste soy yo, esta especie de reflejo traslúcido. La sombra o la luz de lo que fuí un día en mi cerebro. Tan sólido me ví entonces...
Alcanza en ese momento el punto que une en su cenit lo meditado durante largo tiempo con el impulso que le arrastra a tomar una decisión que parece descabezada pero no lo es tanto. Contempla la muda que yace sobre el terrazo y con un parpadeo le dice adiós. También al lecho y al candil. Adiós y pudríos en esta oscuridad. No lo piensa pero le ayuda a escapar. ¡Blam! Ya hay mil pasos de distancia. No hay vuelta atras. He enemistado mis intereses para asegurarme.
Que roja está la luna, su luz le ciega, pero aun ve el camino de fango y de espinas. Pone un pie, pincha, desgarra, molesta. Me obliga a tomar conciencia de lo que soy y lo que hago, pero no quiero saberlo, no ha llegado el momento. Poco a poco asume ese dolor como suyo, y le anestesia. Ahora flota unos centímetros sobre el camino. ¿En que dirección sopla el viento?
II
Al fin las cadenas van perdiendo eslabones, algunos se deshacen en pequeñas nubes polvorientas y otros se incrustan en el alma atravesando piel y vísceras. Quema. Arde mi voz rompiendo las palabras en mil astillas, pero no importa, no oigo. Es un lejano vibrar de hojas que le recuerda, inconsciente, que una vez puso su carne en el fuego. Un error.
Mira al norte, y no le gusta. Le da la espalda y le manda callar, y por las mismas atraviesa los espinos y los rosales. Sus zarpas los pisan sin dedicarles una triste mirada. Noto los pétalos y los aguijones. Ahí están. Su desdén me enseña que detrás de esa belleza sólo queda un cuarto vacío, lúgubre, húmedo y verduzco. Una prisión que se esconde dentro de un caramelo de fresa. Y pisa más fuerte. Remueve la tierra con las uñas, la destroza, salta, grita, y rompe el frasco donde juntó las perlas de tantos años, y las deja ir. Sal de mi, marcha por tu camino, rompe la coraza y escapa. Se que te escondes en las costillas y me aprietas para que no olvide, pero ya no tengo más que darte. Lo dejé todo junto al candil, en la mesilla. ¿Acaso no ves nada?
III
Arido y reseco. La huella del agua que pasó zumba en mis oidos, pero no me detiene. Hundo hasta las rodillas en el polvo, y a cada paso un palmo más, ya prácticamente avanzo bajo la superficie. Todo se hace lento, el esfuerzo sobrehumano y mi voluntad violentada. No, no puedo luchar contra ello.
Su cabeza lo desea pero sus harapos se lo niegan. Visto desde aquí es casi una estatua de sal, incapaz de otra cosa que disolverse lentamente, ir perdiendo miembro a miembro la entereza y reposar en el humus a medida que la consciencia de va dilatando. Tanto lo hace que casi llega a desaparecer, ya no es más que una nube anaranjada a la sombra rojiza de sus mayores hermanas.
Yo conozco esto, el pozo en la oscuridad. Aquí no hay baliza, sólo el camino infinito de esta tenue negrura y mi ruina absorta. Mis brazos no responden, tampoco mis alas. Uebos me es atinar a una raiz, petrificada ya por la falta de alimento ¡No! ¡Mis huesos se deshilachan! ¿Dónde está mi poder? Todo lo que soy se desintegra en diminutas partículas polvorientas. Ahora se que no soy eso.
Vuela de nuevo, ahora su esencia es aquella nebulosa cuasi consciente, no necesita ya de otras suspesiones ¿Qué soy yo ahora?
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Hola a todos de nuevo despues de un buen tiempo sin pasar por aquí. El otro día, releyendo algunas cosas, me apeteció continuar con uno de mis hilos narrativos más queridos. Asi que he buscado las dos primeras entregas, las he sometido a unas leves correcciones, y le he añadido una tercera.
¡Espero que os guste!