Eran las cuatro y poco de la mañana, Carlos había salido un rato de marcha con los colegas, aquella noche no era en nada diferente a cualquier otra, desde hacía meses todos los fines de semana eran iguales. Los mismos sitios, la misma gente, el mismo sonido...
Salió de la discoteca y caminó hasta su ford focus negro, estaba muy muy cansado, deseaba llegar a casa y caer rendido en la cama, le dolía la cabeza, le dolía muchísimo, cuando subió al coche y puso el contacto sintió un pinchazo que le atravesó los ojos hasta la nuca, no recordaba que había dejado la música a todo volumen y el maldito tema de house acababa de rematarlo.
Menos mal que el trayecto era corto, antes de darse cuenta ya estaba delante de la gran puerta de su cochera, vivía en un bloque de pisos con cochera comunitaria, después de darle varías veces al botón de su mando a distancia para la apertura automática de la puerta y ver como el puto mecanismo ni se inmutaba no le quedó más remedio que bajar del coche y abrir la puerta manualmente. Volvió al coche y bajó la rampa de la cochera, era una cuesta bastante larga en forma de “S”, cuando llegó al final tuvo que volver a bajarse y subir andando para volver a cerrar la maldita puerta.
En la cochera había un completo silencio, solo se oía la pequeña vibración de los alógenos del techo, el ambiente era húmedo propio de un sitio que se encuentra bajo tierra, Carlos volvió al coche y se dirigió hacía su aparcamiento. Cuando hizo la correspondiente maniobra para meter el coche en el estrecho rectángulo marcado por líneas amarillas sintió un dolor inexplicable dentro de sí, un dolor tan intenso que dio un grito con todas sus fuerzas, pero la cochera siguió tan silenciosa como hacía dos minutos, a Carlos acababan de rebanarle el cuello con una navaja, su sangre llenaba todo el salpicadero y la tapicería, en segundos moría desangrado.
Mientras que Carlos subió a cerrar la puerta de la cochera uno de los dos checoslovacos que estaban robando un bonito mercedes slk se coló en la parte trasera del focus...