Muy buenas,
Aqui os dejo, a ver que tal.
Un saludo
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Claro que no debió volver nunca allí, pero nadie pudo suprimir su deseo de verlo de nuevo, aunque el esfuerzo le matase. Caminó esquivando los charcos que se esparcían por todas partes, llenaban el estrecho corredor del sonido de chapoteos. Su débil caminar, un eterno zumbido eléctrico y la rítmica percusión de un incesante goteo eran los únicos sonidos que le acompañaron. La maleta que arrastraba se frenaba en cada charco, a cada paso, la arrastraba de un modo pesado. Estaba vacía de valor, pero llena de historias, tremendas y bellas, algunas que conmovían al receptor y otras que llenaban de pena y horror, una vida entera se precipitaba por aquella calle, insignificante a otros ojos, pero al fin y al cabo, una vida. Necesitaba demostrar que toda lo bueno que había hecho no quedaba olvidado en un húmedo callejón, que de algún modo su muerte fuese trascendente para alguien. Pasó por al lado de contenedores, cubos que rebosaban basura que nadie recogía, a nadie le importaba lo que sucedía allí. Bajo las escaleras de incendios olvidadas, se veían figuras encorvadas, personas retorcidas en capullos de cartón y periódicos que le miraban interrogantes, nadie le dijo nada porque nada quería oír. Los ríos de lluvia descendían desde las estropeadas cañerías, serpenteaban entre ladrillos de las agujereadas paredes. La humedad le destrozaba los huesos, tiempo atrás jóvenes y robustos pilares, hoy, viejos y decrépitos.
Los últimos pasos se hicieron muy difíciles, la maleta y el hambre eran sus grandes rivales pero no se podía librar de ninguno, tanto uno como otro eran viejos compañeros. Se podían oír los ruidos al fondo y supo que no le faltaba mucho camino por recorrer. Tomó sus últimas fuerzas y las empleó en llegar hasta su meta y poder así, volver a ver el centro de la ciudad, con sus luces, sus gentes caminando y divirtiéndose, ajenos todos al mundo paralelo que estaba a su lado. Un joven se paró y le miró a la cara, estaba inmóvil, le miraba atónito, parecía no haber visto nunca a un vagabundo, en su rostro se confundía la incredulidad con la pena, pero continuó el camino. Cuando giró la cabeza vio al anciano de rodillas en el suelo tratando forzosamente de llenar sus pulmones de oxigeno. Se dio la vuelta y fue donde él.
-¿se encuentra bien señor?-el anciano le miraba fijamente, y al ver una lagrima en la mejilla del muchacho le contestó.
-ahora si.