[Relato de ficción] La Verdad Oculta.

Visto el éxito que tuvo entre mis conocidos y amigos mi anterior historia (70 páginas) La Ira de Colombus: http://www.mediafire.com/view/?vzjr3aqpcf7tt9e voy a subir un relato corto. En este caso ocupa unas 15 páginas y lo voy a dividir en 4 capítulos.
Voy a subir un capítulo al día, así en 4 días quedará la historia completa.

Espero que me comentéis vuestras impresiones y que os parece, siempre se agradece ya sea para bien o para mal. Si lo importante es aprender de los errores.

Subiré la historia puesta aquí y luego el enlace para leerlo en el blog: http://laverdadocultarupert.blogspot.co ... l?spref=fb

Pues sin más dilaciones, el primer capítulo de La Verdad Oculta:



Transcurrían las 6 de la tarde, el viento soplaba fuerte desde el oeste, la
recogida de bandera se llevaba a cabo, aquel mecanismo primitivo que consistía en que
un almirante recién ascendido arriaba la bandera por un mástil de doce metros de
altura. Era asombroso, pero la comunidad militar no había aprobado el mecanizar este
sistema, se había hecho así antes, se hacía así ahora y probablemente se seguiría
haciendo de la misma forma en un futuro.

Tras el sonido de las trompetas, todo quedó en silencio en el patio central
donde se alzaba la gran estatua, situada en el centro, de Frank Ronalson, quien muy a
pesar de todos había fallecido en unas circunstancias que aun no estaban muy claras.
El patio central se componía de unas grandes zonas ajardinadas siempre en
torno a la gran estatua de piedra, tras las cuales lindaban las áreas de formación y
agrupación de soldados, tanto los días de paz como los días de guerra. Para completar
el patio central, se encontraba rodeado en su parte derecha por unos edificios de
oficinas, por los grandes almacenes y los bloques de departamentos habitados por los
soldados.

Pasado un minuto de silencio, todos los soldados presentes rindieron homenaje
a la estatua de Frank Ronalson.
Ronalson tenía el lujo de observar desde esa altura ya que seis años atrás, el
general y científico, había descubierto con su grupo de investigación la forma de hacer
frente a una de las mayores preocupaciones de la escuela militar: el mantener a los
soldados frescos durante el máximo tiempo posible que pasaban fuera de sus casas.

No todo era silencio en las instalaciones militares, por el pabellón B7 corría muy
acaloradamente el Teniente Howard, su paso era lo suficientemente ágil como para
suponer que lo que había sucedido en ese pabellón de máxima seguridad debería estar
en manos de alguno de sus superiores.
Howard pasó su tarjeta de bioseguridad por el lector e introdujo un código que
hizo encenderse una pequeña luz roja encima de la puerta acorazada. El teniente
resopló y se mordió el labio superior, su nerviosismo no le dejaba actuar con la máxima
destreza, así que se tranquilizó todo lo que un hombre en su situación podía
conseguir y volvió a probar la combinación de cuatro dígitos. Tras encenderse la
esperada luz verde, acercó uno de sus ojos negros al escáner de retina, que tras el
proceso de reconocimiento y verificación en la unidad central, por fin abrió la puerta.
Howard echó a correr al instante, pensó que nunca había corrido tan rápido en su vida.
A continuación subió las escaleras que llevan al complejo G, donde se llevaban a cabo
las reuniones y juntas de altos cargos. Tras conseguir atravesar la última puerta de un
total de cuatro que le separaban de llegar a las oficinas, alzó la vista y localizó la del General Perskin.

Howard era un hombre de unos treinta años de edad, originario de Alabama,
donde había tenido que dejar a su familia para poder llevar a cabo su carrera militar.
Licenciado en Química molecular por la universidad de Columbia, inició su carrera
militar tras terminar sus estudios. El Teniente era un hombre fornido, de estatura
media y de piel morena, lo cual le hacía diferenciarse del resto de sus compañeros por
ser el único teniente de color que había en estas instalaciones.

El agitado Teniente se acercó lentamente a la puerta de la oficina del General
pensando con detenimiento lo que tenía que decir y como tenía que decirlo para que
sonara de la mejor forma posible. Sus grandes manos se aproximaron al pomo y con un
giro limpio de muñeca se abrió. Alzó la vista y al hacerlo, se encontró al General Perskin
reclinado en su butaca de cuero negro.
El despacho presentaba un ambiente tranquilizador, el General se había ganado
la reputación de ser un hombre meticuloso y perfecionista. Las paredes estaban
repletas de una forma muy ordenada de una docena de medallas y otros tantos
diplomas.

-Permiso mi General – dijo Howard en un tono algo acelerado.

-Adelante Teniente. ¿Qué necesita? – preguntó Perskin.

-Señor tengo que contarle algo gravísimo que ha ocurrido en el laboratorio de
Biotecnología – dijo Howard sin poder aguantarse más.

-Tranquilo Teniente, tome aire y cuénteme – le dijo el General en un tono vacilante.

El Teniente se aproximó a la silla de madera que estaba destinada a las visitas,
apoyó sus manos en el respaldo para tomar asiento, pero pasados dos segundos de
meditación decidió permanecer de pie ya que su nerviosismo no le permitiría estar
sentado por mucho tiempo.

-No sé por dónde empezar mi señor, el caso es que se trata de Silvana y Zacarías, ¿se
acuerda usted de ellos? Son los dos chimpancés que tenemos en el laboratorio. Esta
mañana, cuando llegue a mi puesto, observé que Silvana estaba más intranquila que de
costumbre, pero no le di mucha importancia. Al cabo de treinta minutos oí gritar a mi
compañero, me acerque corriendo y vi como Zacarías tenía el brazo del Dr. Mantin
entre sus potentes mandíbulas y no paraba de presionar. Así que no quedándome otro
remedio, cogí un descargador eléctrico y le propine sucesivas descargas hasta que lo
soltó – el Teniente tomó aire y prosiguió.

-Pasado el susto y después de ayudar a mi compañero, me dispuse a analizar la sangre
de Zacarías, como había quedado algo aturdido de las descargas eléctricas, pude
extraerle la sangre sin problemas. Tras analizarla, pude comprobar que tenía un índice
de Fixina superior al normal. A continuación, recordé el nerviosismo que presentaba
Silvina y procedí a examinar su sangre obteniendo los mismos resultados, 7,3mg de
Fixina por cada litro.

-¿Qué me está usted intentando decir? ¿Qué un par de míseros monos han tenido un
subidón de azúcar? – dijo el General mientras resoplaba con aire tranquilizador.

-No mi señor – prosiguió el Teniente cada vez más nervioso – La Fixina no es azúcar ni
mucho menos, se trata de un fármaco proteínico de clase E12 que fue sintetizado para
contrarrestar los efectos producidos por la famosa fiebre africana, que se manifiesta
con un estrés general con valores por encima de la media normal, acompañado de
intensos dolores de cabeza, paranoias pudiendo derivar en algo más grave, como fue el
caso de nueve de nuestros hombres hace unos meses. Este fármaco formo parte del
Proyecto Cedar Mill, que básicamente consistía en aplicar un antidepresivo a los
soldados destinados en las zonas centrales y del sur de África.

Perskin se rasco la cabeza con su mano derecha como si no entendiera la
agravante situación que acababa de exponerle el Teniente, miró fijamente a los ojos
del joven y prosiguió:

-De esos nueve muchachos que usted me está hablando, ya se hizo cargo el
departamento de Seguridad Nacional, por lo que no tiene porque darle mayor
importancia.

-Señor, perdone mi atrevimiento, pero creo que usted aun no se hace a la idea de lo
que esto significa – dijo el teniente en un tono autoritario.

El joven Howard empezó a caminar de un lado para otro tras hablar así al general. Le
miro directamente a los ojos esperando la respuesta, el cual continuó rascándose la
cabeza sin prestar mucha atención. Mientras tanto el Teniente continúo:

-Hace aproximadamente unos cinco meses este departamento estableció un contrato
con la farmacéutica Ceblanc Medical Corporation por el cual nuestro fármaco pasaría a
comercializarse para uso domestico, con el fin de poder hacer frente a la enfermedad
del siglo XXI. Cómo usted bien sabrá, en las ciudades con grandes concentraciones de
población, hay un alto porcentaje de casos de depresión, estrés, lo cual deriva en
problemas alimenticios, musculares, de socialización, repercutiendo todo en una
saturación de los hospitales, centros mentales y un largo etcétera. Por lo que la Fixina,
al igual que a nuestros soldados, les ayuda a solucionar o reducir en lo máximo estos
síntomas. Pero mi señor, a Silvana y a Zacarías les fue inyectado un derivado de Fixina
para ver como lo metabolizaban sus organismos, esto ha sido hace unas tres semanas.
La cantidad de Fixina que les hemos inyectado, por alguna extraña circunstancia que
aun desconozco, se ha duplicado en su sangre, produciéndoles intranquilidad,
agresividad e insomnio. ¡Y ahora ese medicamento está en la calle! – Concluyó el
teniente en un tono alarmante.

-Teniente, teniente, teniente… tranquilícese. ¿No se da usted cuenta que si la Fixina
fuera perjudicial para las personas ya nos habríamos enterado?, según usted, les
administró el fármaco a los monos hace tres semanas y hasta hoy, supuestamente, no
les ha entrado ese brote que usted cuenta, y el fármaco lleva en el mercado cuatro
meses, y por el momento no han llegado noticias de ningún incidente – dijo el General
Perskin como quien dispara un dardo tranquilizante.

-Con su permiso, personalmente creo que ese fármaco nunca debió haber sido
sintetizado y preparado para utilizarse y mucho menos vendérselo a una empresa
farmacéutica. Si mal no recuerdo, no soy la única persona que está en desacuerdo con
los resultados obtenidos del proyecto Cedar Mill, el General Frank Ronalson, cuando
concluyó sus investigaciones tenía serias dudas en dar luz verde al proyecto – dijo el
teniente en un tono amenazador.

-¡Teniente! No quiero que vuelva a mencionarme ese nombre, ¿le queda a usted
claro?, le agradezco que haya venido a contarme el incidente sucedido. Pero como ya le
digo yo, no debe darle más importancia de la que tiene. Y ahora, si es tan amable de
salir de mi despacho – concluyo el General no invitando a pronunciar una palabra.
Howard sabia que por su bien no debía continuar la conversación, por lo menos en este
momento, así que giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta...

Continuará....
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