Hacia mucho tiempo que no publicaba asi que os pido pieda, en realidad sólo puse un relato en el foro y lo deje
Paloma y las palomasPaloma, la vieja pájara como la llaman algunos, era una mujer de carácter muy introvertido, nunca se relacionaba con los demás pues creía que en ellos nada de interés existía. La única persona en la que confió fue un abogado casado. Eran otros tiempos y ella se dejó llevar por una pasión que le costó la familia, los amigos y, más tarde, la dignidad. Acabó abandonada y malviviendo en la calle, pero eso no la destruyó, para acabar con ella hacía falta mucho más. Algunas noches Paloma lloraba en el montón de cartones situados en un callejón al que ella llamaba, con cierto cariño, hogar dulce hogar. Lloraba recordando otros tiempos, tiempos mejores en los que conseguir comida era mucho más sencillo, tiempos en los que su cuerpo, marchitado por el tiempo, le servía para seducir a algún desvergonzado que le pagase la comida. No es algo de lo que se enorgulleciese, pero tampoco de lo que se avergonzase. A veces lloraba toda la noche.
Paloma tenía cincuenta y nueve años el día que todo ocurrió. Era una soleada tarde de Agosto y rebuscaba en un contenedor de basura alguna cosa que llevarse a la boca. El desperdicio de unos es el alimento de otros, eso era lo que ella siempre decía. Mientras estaba distraída tratando de conseguirse algo que llevarse a la boca una paloma se posó en el mismo contenedor en el que ella buscaba alimento. Este hecho, normal cualquier otro día, la obligó a dejar de buscar y mirar al pájaro. La rata con alas la miraba fijamente, llamaba así al pájaro pues era el animal que más odiaba de la ciudad, más incluso que a las ratas que la despertaban de noche perseguidas por gatos hambrientos. Paloma no entendía la razón, pero no podía dejar de mirar a la paloma, una paloma que tenía toda la cabeza blanca.
Paloma seguía mirando al pájaro cuando de repente una punzada en su cabeza y un sonido dolorosamente ensordecedor, nublaron el mundo existente a su alrededor. Algo no iba bien, pero Paloma no podía gritar. El contenedor crecía, o al menos esa sensación le dio en un primer instante, poco más tardó en comprender que era ella la que se encogía, la que cambiaba de tamaño para hacerse más y más pequeña. Finalmente todo se oscureció.
Cuando abrió los ojos lentamente, creyendo despertar de un profundo sueño, uno pesado que le costaba recordar. Al abrirlos por completo los abrió aún más, presa de la sorpresa, del pánico y del más absoluto desconcierto. Estaba en la azotea de un edificio. No tenía ni idea de como había llegado hasta ahí. Pronto se percató de más detalles de su entorno, hasta llegar al más horrible de todos. Ella era pequeña, en vez de sus brazos tenía alas, y en vez de pies tenía patas. Su rostro ya no era su rostro y ella, la vieja Paloma, era ahora una auténtica paloma. Una rata con alas, como ella siempre las llamaba.
Paloma no entendió nunca la razón por la que se convirtió en paloma, aunque ciertamente había algo gracioso en este hecho. Vivió feliz, pues la comida no escaseaba nunca. Podía volar hacía donde quería, sin que nadie la juzgase por ello. Paloma por fin dejó de llorar por las noches y, si hubiese podido, le hubiese dado las gracias al responsable de su nueva condición. Pero las palomas no hablan.
Pero Paloma nunca se convirtió en el animal que más odiaba, nunca fue una paloma. En realidad cayó víctima de un infarto cerebral, esa misma tarde de Agosto. Un infarto que le provocó un coma. La encontró una pareja de turistas que se había perdido. Fue un auténtico milagro que siguiera con vida. La llevaron a un hospital que pagó el estado durante los cinco años que permaneció en coma. Durante ese tiempo siempre tubo en los labios una sonrisa, parecía Feliz. Y si alguien cree que murió sola se equivoca, cada día la misma paloma se posaba en la ventana de la enferma. Una paloma que tenía toda la cabeza blanca.