Quería compartir con vosotros un relato que escribí hace algún tiempo. Generalmente, escribo solo ciencia ficción desde hace varios años (tenéis la dirección de mi blog en mi firma), pero me apetecía escribir algo más personal, tanto que es real al 95% jejeje.
Espero que os guste:
Oscar había llegado a su clase en la facultad temprano, como cada viernes. Ambos estaban en el último curso y esa era la única asignatura que compartían, una optativa de tan solo una hora semanal, por lo que esos minutos antes de empezar eran cruciales. Estaba sentado en su sitio, por supuesto, última fila de la esquina superior derecha. Si todo iba bien, ella se sentaría a su izquierda. Lo que una vez fue fortuito ya se había convertido en costumbre, así que puso parte de sus cosas en el lado de ella, para evitar que nadie se sentara. Era una clase concurrida.
Óscar miró su reloj. Las cinco menos diez. Generalmente ella también llegaba temprano, aunque en ocasiones se retrasaba. En otras ocasiones, como la semana pasada, no aparecía, dejando a Óscar con un sentimiento de desolación y vacío durante toda la semana. ¿Y sí hoy tampoco venía? Desechó esa idea de la cabeza. Dos semanas seguidas era demasiado y sumiría a Óscar en un torbellino de dudas y teorías sin confirmar que lo atormentarían al menos otros siete días. Porque dos semanas seguidas sin venir ya no era un hecho aislado, sino un patrón. "Estará enferma", "Le habrá surgido algo", "¿No tenía estropeado el coche?". "Queda poco para los exámenes y hay que estudiar". Su cabeza iba buscando excusas para sobrellevar el hecho de que hoy tampoco la vería. "¿Y si se ha dejado la asignatura?". La vocecita en su mente pronunció esa última frase muy bajito, casi en un susurro, pero hizo que Óscar sintiera un pinchazo en el estómago.
Se sentía tan idiota...Al fin y al cabo, tan solo eran amigos. Tampoco pasaba nada si no venía, no era el fin del mundo. Sí, tenían confianza el uno con el otro y lo pasaban bien juntos. Reían las bromas del otro y no podían evitar hacerse comentarios al oído continuamente durante la clase, pero aquello era normal. Cierto que una vez ella reposó sus brazos en la silla y cuando sus manos se encontraron por casualidad los dedos de ambos se movieron al unísono en una caricia fugaz que hizo que el cuerpo de Óscar se electrizara, pero seguro que había sido sin querer. ¿Y qué si una vez que él se quedó hablando con el profesor la vio con el rabillo del ojo asomada a la puerta, reticente a irse sin que él la acompañara al coche como siempre? Todo aquello no quería decir nada. Así que no importaba si no venía, daría clase y puede que se enterase de algo por una vez. Pero tenía que venir, maldita sea.
Las cinco menos cinco y la gente comenzaba a entrar a clase. Óscar luchó contra el impulso de mirar hacia la puerta. No solo por mantener su dignidad, sino también porque, si ella llegaba a entrar, no quería que le descubriese expectante. Su dignidad prevaleció durante unos insoportables catorce segundos. Clavó la mirada en la entrada y en el constante goteo de alumnos que desfilaban ante sus ojos. Óscar escudriñaba sus rostros metódicamente conforme aparecían, en busca del único que importaba.
Eva, Marcos, Luis. Sus compañeros iban entrando solos o en pequeños grupos. Ainhoa, Sara, Carlos. "Tal vez se haya quedado en la puerta". Juan Miguel, la de la voz de pito, Lucas. Tras ellos, el profesor entró, provocando que el goteo de alumnos se convirtiera en torrente. Marta, el que siempre va silbando. "Soy idiota". Luismi, Gloria. El profesor comenzaba a escribir en la pizarra, las posibilidades se reducían. Adrían, Esther. "No va a venir". Se recostó en su asiento y comenzó a hacerse a la idea de que hoy tampoco la vería. Sus últimos compañeros hicieron aparición. Joaquín; Judith; la otra Marta; ELLA.
Durante una fracción de segundo sus ojos se encontraron, pero ambos desviaron la mirada, como si dos imanes del mismo polo hubieran chocado de repente. Óscar bajó la mirada, fingiendo concentrarse en los apuntes, pero aún podía verla, o más bien sentirla, acercarse hacía su pupitre, justo al lado de él. Sí, puede que él fuera un idiota, pero la visión de ella apareciendo por la puerta y haciendo que el universo entero se detuviese por un instante se le antojó una escena milagrosa, por la que valía la pena ser más idiota que de costumbre.
Se sentó y ambos se dedicaron una sonrisa de bienvenida. Durante unos segundos, ella se dedicó a disponer sus cosas sobre la mesa, en silencio. Él apuntaba cosas en su cuaderno con fingida concentración. Cuando ella lo tuvo todo preparado se giró.
—¿Qué tal? —preguntó sonriente. Óscar pensó en algo ingenioso que decir, pero era difícil concentrarse cuando la tenía delante. Los ojos de ella le miraban, expectantes. Eran grandes y de un precioso azul oscuro. Rebosaban inteligencia y picardía, también alegría y juventud. Cuando esos ojos le miraban, Óscar sentía que podían ver un metro a través de él, de su alma. Y en estos momentos el se sentía tan fino como una hoja de papel. Los segundos pasaban, implacables, y la respuesta de él seguía sin llegar. Tenía que decir algo, cualquier respuesta divertida que la hiciera reír.
—Pues nada, aquí. —fue todo lo que dijo. Ella rompió a reír aunque casi en susurros, pues la clase ya había comenzado. Rió mientras lo miraba, y su risa le reveló a Óscar más que todo el tiempo que habían pasado juntos. Había complicidad en ella y también diversión. Había ternura y había comprensión. Pero por encima de todo su risa y su mirada revelaban un profundo entendimiento, que lo expresó todo mucho mejor de lo que las palabras lo habrían hecho.
Óscar sonrió a su vez. Tuvo la sensación, sino la certeza, de que si los dos viajaban en un mismo coche, ella era sin duda la que manejaba el volante. Se sintió idiota, a merced de esos ojos que le vencieron ya meses atrás. Pero qué importaba que se sintiera como un idiota, si ella era la chica más bonita del mundo.