Hola, os dejo este pequeño relato relacionado con el tema de la violencia de género, a ver que os parece.
Había conseguido abrir la puerta de casa sin que ninguna de las bolsas de la compra se le escurriera de las manos, y no era poco teniendo en cuenta la cantidad de puestos por los que había pasado en el mercado. Entró dentro, cerró la puerta de un taconazo cual futbolista brasileño y se apresuró en dejar la pesada carga encima de la mesa. Se sirvió un vaso fresco de agua y comenzó a separar las compras del fin de semana. Pulsó la radio para que la música le hiciera compañía y continuó a lo suyo. Hablaba en voz alta y se notaba que aquel soleado día le había contagiado de buena gana.
—Míralo que hermoso, este rodaballo con unas buenas patatas a la panadera, un vino blanco y ese nuevo picardías y va a ser la mejor celebración de aniversario en años. Los chicos ya los mandé con sus abuelos, pequeños infelices, se creen que la diversión está en el pueblo, con el abuelo, entre conejos y gorrinos. Y cuando digo gorrino no me refiero a su abuela….—soltó una carcajada— ¡Ay Cleo! Deja ya de pensar burradas. Si supieran los pequeños que la fiesta se va a preparar en casa, bendita ignorancia la suya. Quien fuera niño de nuevo.
La radio continuaba con su rutinario repaso a los éxitos del momento, los cuales Cleo cantaba uno tras otro sin excepción usando como micro cualquier objeto que tuviera a mano; ahora la espumadera, ahora el bote de las especias. Preparaba únicamente su comida, aquel día comería sola, ya que los niños lo hacían en el colegio y Doro, su marido, llegaba comido, pues los viernes hacía jornada intensiva y almorzaba con los compañeros. Estaba ya apurando el plato de verduras que había cocinado cuando dieron las dos de la tarde, y la música de la radio dejó paso al noticiero. Cleo seguía a lo suyo, sin prestar atención a las noticias hasta que algo la sobresaltó. “… en otro orden de cosas, tenemos que lamentar otra víctima más que añadir a la ya larga lista de mujeres asesinadas por sus maridos. Esta vez en Tarragona, la víctima de 34 años de edad….”
—Por Dios, otra vez con esas no —se levantó súbitamente de la mesa y apagó la radio de un manotazo. El rictus de la cara le cambió, como a aquel que ve un fantasma en plena noche — ¿Es que no pueden dejar el tema tranquilo aunque sea por un día?
Abrió la nevera y cogió un yogur, de pera, de sus favoritos, y fue a comérselo sentada en el sofá, tratando de hacer que la tele y aquel pequeño capricho le hicieran olvidar un tema que tanto le hacía perder los papeles. Una telenovela lo consiguió y aunque no seguía el hilo de la misma continuó observando como un apuesto ganadero sudamericano luchaba por el amor de la hija de uno de sus campesinos. Tonterías, pensó Cleo. Poco a poco, el cansancio la fue venciendo y al final cerró los ojos por inercia. Acurrucada en el sofá la tele continuó con su emisión, la telenovela dio paso a un programa donde las personas se tiraban los trastos a la cabeza los unos a los otros y después a un magazín de sucesos donde los asesinatos, robos y desapariciones eran los temas estrella. Todas aquellas espeluznantes imágenes pasaron a cámara rápida reflejadas por la cara de Cleo sin que ella fuera consciente durante aquel tiempo.
Cuando la tele anunciaba el caso ocurrido en Tarragona aquella mañana, el sonido de unas llaves caer al suelo se escuchó en el exterior de la vivienda. Un resquicio de luz se coló entonces por debajo de la puerta principal y una voz murmurando en voz alta. Cleo seguía dormida en la penumbra del salón cuando la puerta se abrió. El sol hacía tiempo que se había puesto y sólo la luz que venía del descansillo del portal consiguió sacarla del sueño, ya que el salón daba directamente allí.
— ¿Hay alguien en casa? —el hombre entró en el habitáculo, sin encender la luz del salón ya que su destino era la cocina, donde siempre encontraba a su mujer. Pero esta vez fue diferente. La voz de su marido y aquella repentina luz sorprendieron a Cleo, que dio un respingo en su asiento.
—Pero bueno, ¿es que viste un fantasma? —a la frase le acompañó una carcajada que nada gustó a Cleo, ya que el tono usado denotaba cierta irritación en las palabras de Doro, su marido.
Le vio como sin decir más se dirigía a la cocina y allí le escuchó murmurar algo. Revolvió en el frigorífico y volvió con dos cervezas en la mano. Cleo había cambiado su postura y ahora estaba sentada, tratando de despertar de aquella larga siesta. Doro se sentó a su lado, sin decir una palabra. Encendió un cigarrillo y aspiró con fuerza, casi con violencia. Cuando expulsó el humo lo hizo de la misma manera, sin preocuparse de donde se dirigía el mismo. Cleo lo apartó sacudiendo una mano.
— ¿Te molesta? —dijo él sin levantar la vista del suelo.
Cleo no respondió, se limitó a ver como su marido engullía media cerveza de un solo trago. Tenía el ceño fruncido y los ojos enrojecidos. Algo no iba bien.
— Vaya, parece que me he quedado dormida después de comer, de que manera más tonta —trató de entablar una conversación, quería escuchar la voz de su marido, quería pensar que aquel tono con el que le había hablado antes era algo pasajero.
— Claro que te has quedado dormida, no hay más que ver la pila de platos que hay en la cocina. Me paso todo el santo día rompiéndome el lomo para que la señorita viva como una reina. ¿Se ha levantado bien de la siesta? ¿Necesita un masaje?
Cleo buscó recursos para su defensa. Bien sabían los dos que si no estaba trabajando era porque no había encontrado nada que le dejara tiempo para poder atender a los niños cuando estos salieran de clase, y el precio que pedía alguien por atenderlos se les escapa por mucho del presupuesto.
— Doro, sabes tan bien como yo que no paro de buscar algo como una loca, de aquí para allá todo el día, nunca te ha faltado el plato caliente al llegar a casa. ¿Es que acaso ha pasado algo en el trabajo para que vengas así?
El hombre apretó los dientes entonces y dejo escapar el humo que aun mantenía en su interior. La cabeza siempre mirando al suelo, sin mirar a su mujer. Sin dar la cara.
— No es eso leches. No pasa nada en el trabajo. Sólo que me han torcido el día esos putos chinos. —se le marcaban los tendones del cuello al hablar y se le estaba poniendo roja toda la cara. Agarraba con furia el botellin de cerveza. — Esos putos chinos. Estábamos tomando algo en el bar de Iñaki y ha venido una pareja de chinos. Le han echado por lo menos sesenta euros a la máquina tragaperras y la han dejado caliente, como queriendo echar un premio gordo. Me he calentado cuando se han ido los chinos esperando sacarle algo y al final se me ha ido la mano y uff…
Doro seguía sin alzar la cabeza, asentía una y otra vez, putos chinos, putos chinos. Aquellas eran las únicas palabras que salían de su boca.
— Bueno, estate tranquilo, ya nos apretaremos sin salir este fin de semana y listo. ¿Qué te has dejado, treinta euros?
El hombre sonrió irónico.
— Si, treinta euros. Y doscientos más. —En aquel momento aplastaba los restos del cigarrillo contra el cenicero, dejándolo hecho añicos.
Los ojos de Cleo se abrieron como platos. Ella hacía malabares todos los días de aquí para allá, buscando la docena de huevos más barata en una esquina del barrio y los plátanos más económicos en la otra punta. Sólo por ahorrarse unos duros, solo para tirar para adelante.
— Pero Doro amor, ya lo hemos hablado más veces. No puedes tirar tu sueldo en esas máquinas del demonio. —las palabras de Cleo trataban de ser conciliadoras, sin echarle nada en cara pero haciéndole ver que se estaba equivocando. Entonces, en aquel momento el hombre reventó de furia y posando el botellín de cerveza en la mesa de manera violenta le gritó a su mujer.
— ¡Pero que me puedes decir tu de gastar el dinero! Si en la vida has metido un duro en esta casa. —Los ojos, rojos llenos de sangre parecían a punto de salir de sus órbitas —dime, eh, dime que haces tú excepto gastar y gastar, mientras yo me paso el día dejándome la espalda para no llegar a final de mes. —En ese momento la agarró de la pechera y la levantó un palmo del suelo. — Dime, ¡que te importa a ti donde gaste yo mi dinero! ¡Yo lo he sudado, yo lo gasto donde me viene en gana!
La mujer nada podía hacer, estaba a merced del hombre, que la doblaba en fuerza y virulencia. Esperaba ya temerosa la llegada del golpe, como otras tantas veces había ocurrido. De nada valía resistirse, sus fuerzas nada tenían que hacer frente a las de su marido. Entonces, sacó fuerzas de flaqueza y le gritó con las lágrimas en los ojos.
— Graba este momento en tu mente, porque va a ser la última vez que me pongas la mano encima. —la mujer hablaba atenazada, bien sabía ella que aquella podía ser la última paliza, pero que ya estaba decidida, allí arriba a merced de aquella bestia a abandonarlo todo y empezar de cero. Doro no se inmutó y continuó agarrándola, ahora con las dos manos, mientras a ella le colgaban los pies a un palmo del suelo. Entonces la lanzó contra el sofá y cogiendo la cerveza que le quedaba enfiló la puerta de la calle, para decirle antes de salir.
— No se en que estás pensando, pero olvídate de ello. No eres nadie, nadie, sin mí. —y con un portazo abandonó la vivienda.
Entonces Cleo se puso en pie, se limpió las lágrimas que recorrían su cara y avanzó unos pasos en la sala. Una potente luz inundó entonces el habitáculo mientras Cleo seguía avanzando. Caminaba firme y resuelta. Las palabras que había dicho momentos antes le daban fuerza y estaba decidida a no dar marcha atrás. Cuando el límite del salón hubo llegado, ella fue más allá y bajo varios peldaños. En aquel momento la luz que con tanta potencia había iluminado la sala se apagó, para dar paso a un foco de gran intensidad que seguía los pasos de Cleo mientras esta avanzaba entre el patio de butacas. Los espectadores, aún permanecían aturdidos en sus asientos, y observaban como Cleo caminaba con paso firme y con la cabeza alta en dirección a la luz. Aquella luz, que no era otra cosa que un foco instalado en la entrada principal del teatro tomaba entonces vital importancia para aquella mujer. Era su destino, su nueva vida. Era allí donde se dirigía para dejar atrás una vida de ataduras y dolor, para metafóricamente, volver a ver la luz. Cuando al fin llegó a su destino y las puertas del teatro se hubieron cerrado, la negrura inundó el patio de butacas. Sólo fue por un segundo. El mismo tiempo que el público tardó en reaccionar y ponerse en pie para aplaudir durante minutos aquella obra, llevada a representación por la asociación de mujeres maltratadas y que noche tras noche ponía el corazón en un puño a un público entregado.